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Artista y artesano

26/10/2016
 Actualizado a 13/09/2019
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Vuelvo a Roma. Roma de nuevo. Siempre nueva y siempre diferente, como la amada del poeta. Sin cansarme nunca de ella. Cuando uno viaja a Roma, camina por sus calles con los ojos abiertos como platos y, aun así, por muy abiertos, nunca lo suficiente para ser puerta de entrada de tanta belleza, creada y reposada por milenios y siglos.

Caminando por las calles de Roma, siempre atento a las alturas, a la luz que desciende de los cielos, a las fachadas de iglesias y palacios, a las fuentes que, serenas, derraman con sutil cadencia el líquido elemento en las plazas y esquinas más inesperadas, fuentes de tortugas, de leones, de caballos marinos, de divinos ríos.

En Roma, la mirada se eleva, y con ella el espíritu, el orgullo de ser semejante de los hombres que levantaron esta ciudad eterna. No se agacha la mirada, no importa lo que caiga, nunca se va mirando el suelo. Tal es la fuerza contraria a la de la gravedad, es decir, la belleza. Hasta que montas en un taxi y preguntas, por educación: ¿Cómo está Roma? Y el taxista responde: «Mal, muy mal. Estos políticos. Hasta han hecho crecer la hierba bajo los adoquines». Te fijas, y es cierto que las hierbas sobresalen entre los adoquines. Pero no te importa. Porque los adoquines y los baches caprichosos, charcos también, forman parte de Roma.

La grandeza del Imperio Romano, no en vano, se debió al ingenio práctico y técnico de aquellos hombres, que supieron construir calzadas, con piedras y adoquines parecidos. De no haber sido por estas vías que, desde el corazón de la Urbe, recorrían todos los lugares de tan vasto imperio, no habrían llegado los teatros, los acueductos, los templos, tampoco el latín y su fuerza civilizadora.

El arte nace porque encuentra vías para llegar a ser. Son necesarios las calzadas y los adoquines y los hombres y canteros que las construyeron. No han pasado a la historia, pero sin ellos, sin los artesanos, no existirían los artistas. El propio artista no se puede concebir sin ser él mismo un artesano, sin el trabajo, la tenacidad y la paciencia de las horas labradas en la soledad de la penumbra.

He vuelto a Roma, he recorrido su camino inverso y la he visto más bella que nunca.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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