20/11/2020
 Actualizado a 20/11/2020
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Llegado San Martín, a los que somos de monte adentro se nos afilan los cuchillos del recuerdo, con olor a orégano y pimentón y griterío de pueblo unido alrededor del cerdo. Aromas de matanza llenarían estas líneas si la actualidad no se cruzara provocando cambios de humor y planes. Con el demoledor informe de Proyecto León que sitúa a la «Región Leonesa entre las zonas con peor evolución de Europa, abocada a un dramático final si no cambia la nefasta gestión que se está haciendo», el mondongo de la artesa se aliñó de cabreo, cebolla, añoranza y rabia. Y lo más similar a una matanza que te viene a la cabeza, es la sangría que sufre esta provincia, con despiece incluido, como el cerdo al que metes a la fuerza en el cubil y cebas con despojos, sin saber tus viles intenciones y que su único futuro será llenar tu despensa. El animal rebulle aferrándose a la vida con pequeñas bocanadas de aire, como ese repunte del turismo rural que está poniendo en auge nuestros bosques y sus rutas, Carande y sus hayedos, Riaño resurgiendo de su ahogo, el Ecomuseo de la lana Merina trashumante, de Salamón y los alojamientos rurales con gastronomía catalogada de pecado. Si añadimos el anuncio de SACYL de que las tarjetas sanitarias se han cuadruplicado tras el éxodo de gente a nuestras tierras, que no regresaron a su ciudad de origen tras el verano, podría pensarse que este virus va a ser un aliado inesperado en el empeño por salvar nuestros pueblos de los gestores de lo ajeno, que los prefieren vacíos para futuribles pantanos y tramas eólicas. Al hilo de esto y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, no consigo reprimirme y mencionar la dudosa moral de los que llaman «acto humano» al hacinamiento de pacientes en casetas de obra, como ganado, delatando el caos mental que provoca en los «humanos», comer en pesebre.

Esperemos que la huida del asfalto continúe y cuando el virus se calme, muchos ya estén anclados en la calma de algún pueblo, anden enredados en la huerta y un día por otro, se les olvide abandonarlo. Que los cotos privados de caciques vuelvan a ser leña en las cocinas y las chimeneas de los pueblos echen humo. Tantas, que se vean obligados a devolver los servicios que quitaron. Quizá toque despertar tradiciones dormidas en los museos etnográficos y con ellas, el autoabastecimiento, para no ver colas de hambre en pleno siglo XXI porque el trigo y las patatas arraigan mal en el asfalto. Y entonces sí, llegado San Martín, hablaremos de matanza… la del cerdo.
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