Arte y literatura también entre las mujeres rurales

Imposible nombrarlas a todas, pero todas ellas hacen comarca, hacen provincia, hacen futuro; un futuro que sigue pasando (tal vez más que nunca) por el medio rural, donde la mujer sigue teniendo un papel fundamental

Mercedes G. Rojo
15/10/2019
 Actualizado a 15/10/2019
La violencia de género adquiere especial virulencia en el medio rural. Artistas como Blanca Porro así lo denuncian.
La violencia de género adquiere especial virulencia en el medio rural. Artistas como Blanca Porro así lo denuncian.
Hoy es 15 de octubre. Una vez más. Y una vez más, internacionalmente, se conmemora el Día de las Mujeres Rurales que a instancia de Naciones Unidas se celebró por primera vez en 2008, después de que tal fecha fuese establecida por Asamblea General en diciembre de 2017. En su objetivo, reconocer «la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural». Desde entonces, año tras año, en diferentes puntos de la geografía mundial, distintos grupos, instituciones, organismos y personas, siguen recordando la situación de la mujer en el mundo rural; lo que son, lo que sufren, pero también lo que aportan, pues por ellas pasa el futuro de nuestro mundo, un mundo mejor y un mundo sostenible. Y, con ese motivo, hoy quiero dedicar esta sección a reflexionar sobre estas circunstancias.

Puede parecer que esta sección poco tiene que ver con la mujer rural pero su relación es mayor de lo que pudiéramos pensar. Y, sí, ya sé que muchos pensarán que ya está bien de tanto «día de…», que lo más probable es que no sirvan para mucho, si no es para nada, pero particularmente pienso que por pequeña que sea la llamada de atención sobre las problemáticas que dichos días plantean, si esta sirve de efecto cascada para quienes están alrededor de cuantos se suman a ellas ¡bienvenidas sean! Y ojalá llegara el momento en que no necesitáramos ninguno de estos «tirones de orejas» a una sociedad que pasa insensible ante la mayor parte de las situaciones negativas que conforman las múltiples realidades que visibilizan.

La realidad de hoy es que «las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial y del 43 por ciento de la mano de obra agrícola, que labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras, que garantizan la seguridad alimentaria de sus poblaciones y ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático»; pero también que son esas mismas mujeres las que sufren de manera más desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y que pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor; lo mismo que tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras como el agua y saneamiento. Hablamos del mundo en general, pero también del mundo más próximo a nosotros. No lo digo yo, lo dice ONU Mujeres; yo me limito a aportar mi particular visión al tema. Y este año quiero hacerlo desde el área en el que últimamente más estoy trabajando: el de las mujeres creadoras; porque también desde esta perspectiva hay mucho que aportar.

En nuestra provincia, ya por dos años consecutivos, un importante número de creadoras se han aglutinado en torno a dos autoras de renombre que, cada una en su momento, contribuyeron a poner de manifiesto la precaria situación de la mujer rural. Hablamos de Concha Espina, que denunció la tremenda situación de la mujer agrícola de la comarca de Maragatería (‘La esfinge maragata’, como símbolo y referencia de tantas otras comunidades); los casamientos desiguales en edad y clase, siempre sacrificando el sentir de la mujer (a veces niña) a los intereses económicos o de otro tipo de quienes se sentían con potestad sobre su vida (‘Dulce Nombre’); de las duras condiciones de la mujer ligada al mundo de la mina (‘El metal de los muertos’). También de Josefina Aldecoa, que repetía muchas de esas mismas dificultades en realidades que se repetían décadas después, en la dificultad de acceso a la educación, en las situaciones que procuraban esa brutal brecha entre las oportunidades de la mujer rural frente a la mujer urbana (trilogía ‘Historia de una maestra’). Y también, en ambos casos, la presencia de una violencia continua hacia ellas, a veces difícil de ver, de denunciar, de erradicar, por asumida en aras de la tradición, de lo que es y ha de ser (se decía); situaciones en las que podemos ver reflejadas muchas circunstancias que hoy se siguen dando, aunque sea en lugares no tan cercanos a nosotros como se planteaba en la obra de ambas autoras. Y las traigo como referencia porque en torno a ellas hemos podido ir descubriendo a muchas creadoras actuales, una parte importante de las cuales han recogido ese testigo de creación viviéndolo desde nuestras comarcas, desde pueblecitos a veces bien pequeños. Dice el refrán que «no solo de pan vive el hombre», entendiendo como tal al género humano en general. Y verdad es: necesitamos alimentar nuestro cuerpo pero también nuestra mente, nuestro espíritu, nuestra alma. Y ese es el papel que tiene el arte en nuestra sociedad, arte que también – como la agricultura, como la ganadería que dieron paso al sedentarismo de la humanidad de la mano de la mujer que parece ser era la que mayoritariamente se quedaba en los lugares, teniendo opción a observar el funcionamiento de la naturaleza y sus ciclos- estuvo inicialmente ligado al mundo rural. No hay más que pensar en esas pinturas rupestres que pese a lo que hasta ahora se nos había venido contando también reflejan realidades femeninas, o en la alfarería que luego derivaría en el noble arte de la cerámica; artes que desde siempre han estado ligadas al uso de materias primas que la propia tierra nos facilita y que, en muchos casos, han servido de crónica de lo que al ser humano estaba unido: escenas de caza, de pesca, de agricultura, de su relación con los astros y con diferentes elementos de la naturaleza; de la relación, en fin, entre la humanidad y el mundo rural que en un principio era el único que la sostenía.Centrándonos en el aquí y el ahora, son muchas las mujeres, creadoras del mundo de la literatura y otras artes, que se encuentran repartidas por nuestro medio rural, implicadas muchas (tal vez algunas sin ser demsiado conscientes de ello) en un movimiento de resistencia en torno al mismo. Ellas, desde sus facetas artísticas, están acercando –con su reflexión sobre autoras que en su momento ya denunciaban la discriminatoria situación de la mujer rural trasladada a su propia obra– proyectos artísticos que no olvidan los pueblos como lugar donde mostrarse y en los que apoyarse tomándolos como protagonista (porque la vida va mucho más allá de las ciudades), obras que surgen en pequeños lugares – a veces de comarcas apartadas– con toda la fuerza creadora que solo el contacto con lo natural, con lo propio, es capaz de imprimirle.Sería imposible nombrarlas a todas, pero son muchas las escritoras actuales (muchas de ellas han pasado por esta sección) que escribiendo del medio y/o desde el medio rural, siguen mostrándonos de cerca una realidad que habla mucho del ser y sentir de sus mujeres: Elena Santiago, Felicitas Rebaque, Nohelia Alfonso, Ana Gaitero… En el panorama plástico encontramos artistas asentadas en diferentes pueblos dando vida a un arte tan antiguo como el de la cerámica (Esther Alonso, Mª José Requejo, Marta Rivera); otras que desde la pintura o la fotografía denuncian la discriminación permanente de la mujer, la violencia a la que día a día se ve sometida, o que nos muestran sus lazos más profundos con la naturaleza (Carmen San Juan, Blanca Porro o Eva del Riego); artistas que recogen nuestros paisajes y paisanajes, para que no se pierda la memoria (María Gª Castro, Nuria Cadierno o Virginia del Arco); que desde esas tierras trabajan artes tan antiguas como la escultura (Andie Schmith, Julia Rodríguez) o tan ligadas a la esencia femenina como la textil (Iablena Petrova). Algunas de esas creadoras, además, completan su particular faceta artística -literaria o plástica- con una gestión cultural con la que intentan contribuir a esas zonas rurales, dinamizando la vida de pueblos y comarcas y demostrándonos que hay vida e inquietud cultural más allá de los grandes núcleos: porque la cultura y el arte cultivan el alma y nos ayudan a crecer como personas y como sociedad. Y así pienso, por ejemplo, en Ángela Merayo, dinamizadora –a través de la fundación que lleva su nombre– de la zona del Porma; o a Cristina Flantains, Paz Martínez, Manuela Vidal, Vanesa Díez, que desde sus particulares asentamientos y su actividad literaria realizan continuas propuestas para salvar tradiciones y asentar actividades que enriquezcan los meses más duros de esos pueblos; mujeres a las que podríamos llamar «activistas de la cultura».

Imposible nombrarlas a todas, pero todas ellas hacen comarca, hacen provincia, hacen futuro; un futuro que sigue pasando (tal vez más que nunca) por el medio rural, un medio en el que la mujer sigue teniendo un papel fundamental como empresaria, como impulsora, como dinamizadora y como asiento de población. En una situación en la que la realidad política pone cada vez más trabas al acceso a una adecuada sanidad, que cierra escuelas y líneas de transporte comunitarios, que dificulta el acceso a Internet, que elimina –en suma– los servicios básicos que permitan que la población allí asentada tenga las mismas oportunidades que quienes habitan la ciudad, son precisamente las mujeres el núcleo de resilencia más efectivo frente a la despoblación a la que abocan a las mismas; ellas las que se están reinventando en torno a las posibilidades que el mundo rural sigue ofreciendo: como el joven colectivo de mujeres pastoras de Canarias; como las emprendedoras que apuestan por la innovación del turismo rural y de empresas de transformación de los productos que nos da la tierra, como la cooperativa de mujeres de Tabuyo del Monte o el grupo de mujeres que han montado una empresa artesanal en torno a la transformación de la lana más adaptada a los medios que corren (por citar algunas próximas y otras no tanto). También las creadoras forman parte de esa resilencia, mujeres que siguen apostando por el asentamiento en esos núcleos sin renunciar a realizar lo que más les gusta y a lo que tantas antes que ellas tuvieron que renunciar en pos de otras ocupaciones impuestas o/y obligadas: CREAR. Una creación que en muchos casos sirve también como denuncia.

Por ello, qué días como el de hoy nos sirvan para descubrir nuestros pueblos y, en ellos, también a aquellas mujeres que contribuyen al desarrollo de los mismos desde su perspectiva más artística. Porque también ellas hacen comarca, universalizando sus posibilidades y las de las mujeres que habitan en ellas.
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