11/05/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Mis conocimientos sobre arte son escasos tirando a nulos. Tienen que ver con alguna asignatura suelta que elijo cuando me apetece en mis pausados estudios a distancia y artículos que leo sobre curiosidades artísticas. Pero tengo muy presente algo de hace muchos más años, un libro de Historia del Arte de Segundo de Bachillerato en el Instituto Beatriz Ossorio de Fabero.

El curso escolar no daba para terminar todo el programa porque había que centrarse en los posibles temas deSelectividad. Edificios románicos, el Quattrocento, arquitectura neoclásica... Pero al final del libro había un apartado queme llamaba la atención, más sabiendo que no llegaríamos a tiempo a estudiarlo. En él, un hombre parecía pintar sobre una gran foto de la Gran Vía de Madrid. Era Antonio López, que no necesitaba ninguna cámara para hacer una fotografía. Le bastaban sus ojos mirando a la realidad, su talento y sus pinceles.El libro nos explicaba en unos párrafos que Antonio López formaba parte del movimiento llamado hiperrealismo, junto a otras figuras destacadas en pintura y escultura. Eran Julio López Hernández, Francisco López Hernández...No se apellidaban Picasso ni Dalí ni ningún otro nombre que se queda fácilmente en la memoria. Eran artistas y se apellidaban López. No se habían cambiado su nombrepor algún otro con más gancho, como se estilaba, por ejemplo en las artes escénicas. Eso me pareció raro pero meanimaba a pensar que yo y mis apellidos, también convencionales, podíamos llegar a ser artistas como aquellos López que convertían en arte la realidad.

No fue así, claro.Pero nunca imaginé que varios ellos, casi 20 años después de leer por primera vez sus nombres en un libro de historia, estarían en mi pueblo, en la cuenca mineray frente a mi grabadora, trasladando a través de los cursos del programa Ciande Tomás Bañuelos, su grandeza artística y humana.Y comprendí por qué nadie tiene que cambiarse su apellido para ser un artista.

Julio López Hernández me habló de lo que le sugería esa «doble piel» de l minero cuando vio la estampa de perchas con los monos de trabajo colgando del techo del Pozo Julia. También dela escultura de homenaje a la mujer, a la madre , en la que trabajaba el verano pasado «por el respeto que se merecen y la necesidad de reconocer que ellas son las que más han trabajado». Leí y estudié algunas cosas sobre ellos para intentar que mis reportajes sobre su presencia en Fabero, escritos casi con miedo, estuvieran a la altura que debían. Julio López Hernándezfalleció esta semana y el arte se ha quedado muy huérfano.También los veranos Cian, donde padrinos con apellido Lópezhicieronde mi pueblo un lugar en el que fijar todas las miradas.
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