Arroyo ya es nieve de su valle

Robles de Laciana despidió este lunes a su vecino, el pintor Eduardo Arroyo, en una ceremonia íntima, como quería la familia, en la que la mayoría de los asistentes eran lacianiegos, encabezados por sus tres últimos alcaldes

Fulgencio Fernández
15/10/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Un momento del entierro de Eduardo Arroyo. | L.N.C.
Un momento del entierro de Eduardo Arroyo. | L.N.C.
La presencia de los ex alcaldes Guillermo García Murias, Ana Luisa Durán y el actual regidor de Villablino, Mario Rivas, marca el tono del último adiós al pintor Eduardo Arroyo en la que había convertido en su tierra y a la que quiso regresar en su último viaje. Y es que la mayoría de los asistentes a la ceremonia íntima que había pedido la familia eran precisamente los habitantes de Robles y el valle de Laciana, que arroparon a la viuda, el hijo y algunos otros familiares que acompañaron al  cadáver del artista, fallecido en Madrid a los 81 años.

Regresó al lugar que tanto disfrutó en los últimos años. Un artículo de Alberto Anaud explicaba este lunes que el fallecido había tenido un último proyecto para este valle que le acoge para siempre: «La muerte ha dejado a Eduardo Arroyo sin poder completar su gran sueño de este verano: la construcción de su biblioteca en Robles de Laciana, el pueblo leonés donde decidió reconstruir la historia de su familia. Allí va a descansar a partir de hoy, frente a su montaña querida».

El mismo Anaud dejaba una definición muy ilustrativa sobre el lacianiego. «Arroyo era un gigante. Sigue siéndolo. No me refiero a la pintura, que eso es indiscutible, sino a la persona. Exuberante, excesivo, extraordinario. Generoso como nadie. Capaz de todo. Un hombre de otro tiempo para el que la palabra, el compromiso y la amistad eran pilares que le hacían vivir».

Los titulares de la prensa que dan cuenta de su fallecimiento ayudan a definir la personalidad de este artista: «El león de la figuración», «el último artista visceral», «el artista indomable»... reflejan a ese Arroyo que había calado muy hondo en mucha gente.
Antonio Lucas recordaba sus múltiples facetas: «A Eduardo Arroyo la pintura le ofreció todo, pero no calmó su apetito. A pintar sumó la escritura. Y a escribir sumó decir las cosas de otro modo. Arroyo fue uno de esos artistas que hacen de su actitud en la vida una estética para el cuadro, para la escultura, para la escenografía. Aunque antes del arte estuvo el periodismo. Y con el periodismo, las noches, la observación, el desquicie sanador del oficio».

Eduardo Arroyo regresó este lunes al valle de Laciana para quedarse allí para siempre, despedido por sus paisanos que ya saben que es nieve de aquel valle.
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