01/02/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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Tengo un hijo que estudió la carrera de Historia; creo que fue un valiente, (o un inconsciente), porque estudiar Historia, en estos tiempos, es un maravilloso acto revolucionario. En una época en la que triunfan las carreras técnicas, las ingenierías sobre todo, hace falta estar enamorado de una cosa tan ridícula como aprender de lo que ha pasado antes de nosotros, para tirarse cinco años leyendo libros, gordos como ellos solos. El problema de la Historia es que siempre la cuentan los que ganan. Sucede desde Egipto, la primera civilización seria de la humanidad. Los perdedores tienen poco o nada que decir, y es una pena, porque se les silencia solo por el mero hecho de perder en una batalla, en una guerra, en una revolución económica o social. No se les tiene en cuenta todo lo que hicieron bien, que en muchísimos casos fue asimilado y convertido en propio por los ganadores. Esto ha pasado desde siempre, menos en lo que se refiere a la desgraciada guerra incivil española. Aquí, (caso único en la Historia), los que cuentan la película son los que defienden las tesis de los que la perdieron. Es un error, no cabe duda, porque para hacerse una idea precisa de lo que ocurrió, lo inteligente habría sido dejar a un lado las tesis que un historiador tiene como propias y procurar ser imparcial en los juicios y en las opiniones que expresa desde las páginas de un libro o desde la cátedra. Cuando se cuenta lo que pasó en una guerra tan terrible como la nuestra, lo mejor sería dejar a un lado todas estas sutilezas y explicar lo que ocurrió realmente. Como en la riña de un matrimonio, el que la escucha desde fuera debería preocuparse de atender a las razones de las dos partes antes de tomar partido, o dar tabaco.

¿Que Franco no tenía ningún tipo de piedad y mató a mucha gente? No hace falta estudiar en Oxford para saberlo. ¿Qué Negrín y Azaña metieron la pata pero mucho y muchas veces? Lo mismo. Es de sentido común, ese sentido que por desgracia los españoles no poseemos en nuestro ADN.

Acabo de leer una noticia que me ha encabronado. Un tipo, Preston, historiador de cámara de los ‘progresistas’ de este país, acaba de publicar un artículo en el que califica a George Orwell de «partisano arrogante». Este señor, Preston, es inglés-irlandés-español, (¡vaya mezcla, por dios!), y, bajo mi punto de vista, un retrasado mental. Y un sectario, que no sabe uno que es peor.

Orwell vino de voluntario a España para luchar contra el fascismo. Se enroló en las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista, (POUM), comunista de orientación troskista. Luchó en el frente de Aragón y fue herido. Estaba en Barcelona cuando los ‘sucesos de la primavera de 1937’, en los que las tropas gubernamentales, (comunistas, socialistas y de Esquerra Republicana), atacaron a los anarquistas y a los troskistas para quitarles el poco poder que conservaban en Cataluña. Estos defendían la revolución social y los otros seguían, a pies puntillas, las órdenes de Stalin que no deseaba que en España triunfase una revolución mucho más a la izquierda que la suya. Stalin odiaba a los anarquistas y a los troskistas, como había demostrado en su patria, matando o enviando a Siberia, a miles de ellos. Desencantado, Orwell volvió a Inglaterra y escribió su sobrecogedor libro ‘Homenaje a Cataluña’, donde denunciaba estos hechos. Orwell aquí aprendió a odiar a Stalin nada cordialmente, lo que confirmó con sus conocidísimos ‘Rebelión en la granja’ y ‘1984’. Creo que desde cualquier punto de vista es estúpido y verdaderamente arrogante calificarlo como lo hace Preston, el ‘mesías’ de la historia para la izquierda en este país. Orwell luchó por sus ideas a contracorriente de la mayoría de sus compatriotas que prefirieron la más que cómoda neutralidad. El argumento de Preston es que los se que oponían a Negrín y sus aliados, (los comunistas), ayudaron a Franco a ganar la guerra, porque, en vez de unir sus esfuerzos en la lucha contra el fascismo, perseguían sus ideales. A lo mejor se le ha olvidado que la sublevación fue vencida en Cataluña gracias a los anarquistas y, en menor medida, a las milicias de POUM. Ahora que está tan de moda el ‘asunto catalán’, ese mismo que llena las páginas de los diarios y las cabeceras de los telediarios, tendríamos que pensar que es una pena que no halle en Cataluña una fuerza verdaderamente de izquierdas y revolucionaria para poner freno a los anhelos de una burguesía que no ha cambiado nada en ochenta y cinco años; porque los de las CUP son, seamos serios, para tomarlos a risa.

Hay que ser un tonto y un arrogante para permitirse el lujo de calificar a alguien de lo que no es; sólo se puede hacer por odio, por rencor o por envidia. No sé cual de las tres razones ha llevado a Preston a hacerlo, pero, sin duda, está errado, como los caballos.

Otra vez hoy, más que nunca, salud y anarquía.
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