Arrímate ‘pallá’

Enrique Ortega Herreros
22/02/2021
 Actualizado a 22/02/2021
El empleo de esta curiosa frase, utilizada singularmente en León para conminar al interpelado a que se aleje de uno, puede parecer un oxímoron, pero no. Me explico. Entre las acepciones que recoge el diccionario al definir el verbo arrimar además de acercar, poner en contacto, hay una que es abandonar, dejar de ejercer una actividad refiriéndose a empleos, ocupaciones etc. Este entrante tiene una finalidad concreta, como verán al terminar este artículo.

Hace unos cuantos años (15 de diciembre de 2014) que se publicaron en este mismo espacio unas reflexiones mías (con el título ‘Rectificación o el caos’), acerca del estado alarmante de corrupción de muchos políticos, incluidos sus propios partidos, así como la erosión, e incluso la deriva de muchos valores que definen y vertebran nuestra sociedad.

Constato años después, con dolor y hasta con espanto, que no sólo la situación no ha revertido sino que, además, se están dando pasos que van encaminados a la autodestrucción de nuestra nación y a la desaparición de nuestra aún joven democracia. Y esto ya no ocurre de una manera soterrada, silente. Ya se hace de forma programada e incluso con propaganda al respecto, sin respeto a nada ni a nadie. Yo diría que de forma descarada, desvergonzada, chulesca, amoral y agresiva. Ya no se cortan un pelo e incluso se jactan de sus mentiras, de sus contradicciones entre lo que dicen que van a hacer y lo que realmente hacen después.

No es sólo una corrupción en el uso y abuso de los dineros públicos ni del nepotismo y demás chanchullos conocidos, incluida la prevaricación y el abuso de poder. No, es más perverso y refinado pues se añade una dimensión de regocijo al pretender destruir los valores, las instituciones, las reglas de convivencia, el orden legítimamente establecido, la ley de leyes etc., etc. El placer que proporcionan el odio, la envidia y el deseo de destruir lo construido, en beneficio propio, campan entre muchos de aquellos que se autoproclaman progresistas, demócratas por antonomasia y servidores del pueblo.

Grandes mentirosos, manipuladores sin escrúpulos y embaucadores están tratando de convencer al electorado (como la zanahoria al burro) de que gracias a ellos aquél podrá comer y ser libre. Para conseguirlo no tienen empacho en denunciar, con todo lujo de detalles e insistencia, los fallos y desmanes de sus oponentes; que en eso hacen muy bien, pero ocultando los propios, llegando a justificar la violencia y la transgresión de las leyes como si fueran un mal menor, e incluso necesario, para alcanzar sus ‘nobles’ fines.

Ya sé que en la política, cuyo cometido es el de gobernar para el bien de la ciudadanía (me imagino las sonrisitas irónicas y el cachondeo contenido que tal afirmación pueda desencadenar en muchos lectores) hay políticos de todos los colores y tendencias. Hay algunos buenos e incluso muy buenos (pocos), aunque abundan los ‘pesebreros’ (comedores del pesebre político con altas dosis de parasitismo), los vende humo, los enredadores, los ‘caciquillos’, los trincones y los cantamañanas. A este respecto me viene a la memoria una reflexión de Ortega y Gasset cuando afirmaba que: «La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban».

Y yo me pregunto: ¿Es la sociedad la que ha engendrado tales líderes y les mantiene? o ¿Es la sociedad víctima de ellos? ¿Tiene la sociedad los políticos y demás dirigentes que merece? ¿España está condenada, por un supuesto pecado original cainita, a sufrir y soportar tales calamidades hasta el resto de su existencia? ¿Tiene la sociedad capacidad, deseo, interés y valor para revertir la situación, o en su mayoría los miembros que la componen están de acuerdo (no engañados) con los planteamientos y tejemanejes de sus representantes? ¿Las dotes y la capacidad de seducir (engañar con arte y maña) del líder son deseadas de forma más o menos inconsciente como una manera de querer identificarse con él y así poseer o gozar de sus poderes?

Ya sé que el ser humano viene dotado, ‘de natura’, de tendencias para el uso y abuso del poder (ese veneno que lo emponzoña todo), dominando e incluso eliminando, si lo considera necesario, al prójimo; pero hasta esto último se ejecuta dentro de un orden. Luego, la aportación de ‘la cultura’ que supuestamente tiene como principal cometido el de lograr mejorar al hombre, hacerle transcendente, sublimar sus tendencias agresivas, crear amor, belleza y armonía etc., y que tantos éxitos ha logrado en la historia de la humanidad, a menudo se enreda, degenera de tal manera que provoca justo lo contrario y se vuelve perversa; vamos, que pone sus conocimientos e inteligencia al servicio de las más bajas pasiones que anidan en sus profundidades, en los reservorios del inconsciente individual y colectivo, en las raíces de su alma.

Claro que habrá gente que diga que eso no es cultura, que es contracultura, infra cultura, subcultura, post cultura o la madre que las parió; pero se mire como se mire, la natura, la otra dimensión del hombre, queda bastante arrinconada en ese proceso. Y de ello tenemos suficientes ejemplos en la Historia (antigua, moderna y contemporánea). Ahí están las guerras, las dictaduras de diferentes colores, los genocidios, la esclavitud (que cambia de formas pero no del contenido) etc., etc.

No sé si es cierta esa afirmación según la cual un pueblo que no tiene en cuenta u olvida su historia tiende a repetir lo peor de ella. En España todo apunta a que eso pueda ocurrir si no se reacciona a tiempo. Y ya empieza a ser tarde. Ya se han instalado en la sociedad los ingredientes necesarios para lograr el desastre. Quizás algún día los sociólogos, los filósofos o los demás eruditos en este campo nos expliquen por qué la sociedad sigue tan adormecida, ausente, confiada, indiferente cuando en realidad ya están germinando en su seno las semillas del liberticidio y del enfrentamiento fratricida. ¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia?, remedando a Cicerón.

Solamente se podrá superar el peligro que se anuncia, con una inmediatez que asusta, de una nueva etapa negra en nuestra historia si esa misma sociedad, en su conjunto, mayoritariamente, toma conciencia de la situación y se adhiere a los valores que la hicieron grande y próspera, defendiendo la democracia auténtica, no la espuria, así como la ley que civiliza y facilita la libertad y la convivencia pacífica.

No descarto, obviamente, las dificultades, el esfuerzo e incluso el sufrimiento que eso pueda conllevar. Pero creo que bien merece la pena. Ojalá que, más pronto que tarde, la sociedad dé ese paso y entonces llamará a capítulo, examinará a los políticos, y si cumplen con las premisas arriba mencionadas, con los valores auténticos, les dará su aprobación. Pero si así no fuera, no le quedará otra opción que defenderse de ellos con firmeza, repudiarles, conminarles y espetarles un contundente ARRÍMATE ‘PALLÁ’.
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