¡Arriba el pendón!

05/10/2017
 Actualizado a 30/08/2019
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La tierra, la tuya, la de cada uno, te regala mil formas bellas de estar con ella, incluso sin necesidad de esas palabras y gestos grandilocuentes que tanto gustan a los que se les hace necesario que los vean y los escuchen, los que siempre están atentos a las cámaras.

Basta con pasearla, con pisar los caminos, conocer los árboles, saber cuándo se les va a caer la hoja, diferenciar el canto de los pájaros, saber a qué hora lo entonan, llamar a las cuevas por su nombre y contarle a quien a tu lado va alguna historia o leyenda que en ella ocurrió, que nunca faltan.

Basta con atravesar las calles vacías y recordar quién vivió en cada casa, en las que echa humo la chimenea y en las que no, con sonreír al venirte a la memoria la cara arrugada y el cigarro en la boca de aquel vecino que regresó de Cuba sin fortuna pero que te contaba unas historias maravillosas de aquella Habana que cuando con el tiempo la veías en la tele o el cine tenías la sensación de haberla recorrido, de conocer las tabernas, de haber estado tomando un vino a la lado de Hemingway.

Basta con recordar las palabras que decían las mujeres cuando estaban en la hila:el elástico, la cenefa, menguar al llegar a la sisa, la manga ranglan, el punto inglés, el cuello de cisne y las agujas de hueso. Con que te llegue el aroma a pastas y anisete que bebían en las grandes ocasiones.

Basta con recordar cómo tiraban los cohetes en las fiestas, cómo tocaba el campanero, las hacenderas rematadas con sardinas, los abrazos en los regresos, los silencios para escuchar a los sabios, las carreras infantiles para jugar a ‘Tres marinos a la mar’.

Basta con que tu grito sea «¡Arriba el pendón!».
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