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Arquitectura efímera

11/10/2019
 Actualizado a 11/10/2019
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Allá por mediados de los sesenta, tres chicos terminaron su carrera de arquitectura y decidieron juntarse y formar equipo. Era una cosa rara pues, al menos hasta aquel momento, el ejercicio de la arquitectura era una actividad unipersonal, posiblemente porque eso de la colaboración artística, y la arquitectura es una de las Bellas Artes, es difícil y más aún en el mismo campo. Un pintor, un escultor y un arquitecto pueden colaborar entre sí, pero dos pintores, dos escultores o dos músicos, ya es otra cosa. El ego artístico es muy alto. Vaya si lo es.

Pero los tiempos cambian, sobre todo porque los requerimientos técnicos fuerzan a ello. Pero en aquellos momentos, en que los estudios de arquitectura (los arquitectos somos bastante raros, y lo que todo el mundo llama «oficina de trabajo», nosotros lo llamamos «estudio»), digo pues que los ‘estudios’ eran unipersonales y esa asociación era una rareza.

Así que Alberto Muñiz, José Miguel Prada Poole y Andrés García Quijada, León, Valladolid y Madrid, juntaron las meriendas y se pusieron a trabajar, todos juntos en unión.

Y en León dejaron unos cuantos edificios que marcaron diferencia, la ‘casa de los picos’ en Villa Benavente, ‘la casa del robot’ en la plaza de las Cortes (la llamamos así, pues vista de frente lo parece, con su cabeza, cuerpo y brazos cual juguete robot).

También el Edificio Jardín en el Paseo de la Facultad, al que esta semana, que es la Semana de la Arquitectura, se le va a colocar una placa en reconocimiento de su valor en la arquitectura del movimiento moderno.

Esa colaboración se extendió varios años y tras dejar unos cuantos buenos edificios por acá y acuyá, los tres mosqueteros se separaron.

Andrés falleció muy pronto, en 1974, creo.

Alberto empezó a fraguar su Ciudad de los Muchachos pasando antes por el Circo de los Muchachos. Por cierto, qué envidia me dan sus dibujos del libro de esa etapa ‘MUCHACHOS’. Ya me gustaría a mí dibujar como él, sobre todo sus caballos, que todos dicen es lo más difícil de dibujar.

Y Prada Poole (mientras Alberto siempre fue Alberto y Andrés siempre Andrés, José Miguel siempre fue Prada Poole), se inclinó por una especialidad colateral de la arquitectura: los edificios efímeros, esos que no pretenden perdurar los cien años que se le suponen de vida a cualquier vivienda o construcción.

Lo suyo fueron los hinchables. Sí, ‘casas’ hinchables.

En el Musac se ha abierto una sala dedicada precisamente a él y a sus obras, mayormente propuestas en ese sentido, pero no solamente eso. También otros proyectos variopintos y tradicionales.

De todos ellos hay papeles, papelines, planos, revistas (allí está ‘la Casa de los Picos’), y hay una cosa que me llamó la atención: el sentido artístico de la documentación.

Paseando por la sala, y haciendo abstracción de lo que allí se expone, si uno mira los cuadros que enmarcan sus proyectos, o las notas y dibujos de sus propuestas, más bien te sientes en una exposición de ‘cuadros’ en el más amplio sentido de la palabra. Bien compuestos, con delicadeza y calidad de presentación y, en muchos casos, bien, muy bien dibujados, como la propuesta para el Palenque de la Expo de Sevilla.

Pero volviendo a los hinchables. Allí se pueden ver propuestas (y realidades) de todo tipo, algunas que parecían haber sido copiadas por Hollywood para la película ‘Marte’ de Matt Damon.

Dado lo especial del tema, yo creía no haber visto ninguna de sus propuestas, y me llevé la sorpresa de que no era así.

Hace bastantes años, cuando Jaime Lobo era presidente de la Federación de Esquí, propuso y peleó para que se instalara una pista fija de patinaje sobre hielo, que iba a colocarse al lado del Pabellón de Deportes, por su izquierda, ocupando parte del actual campo de fútbol, por entonces ni en proyecto. Mira si hace años. Me encargó el anteproyecto, y por aquello de documentarme, aparte de lo que era la instalación técnica (una de cuyas variantes era aprovechar el calor producido en la refrigeración, que era mucho, para calentar las piscinas municipales), me fui a ver una pista que había en Bilbao. Yo no lo sabía, pero la cubierta que era un hinchable, inclinado para salvar uno de los laterales que tenía gradas, era de Prada Poole. Entonces ni me enteré. Hoy, está en la exposición.

La pista no se hizo, cosa evidente pues ahí no está, pero yo disfruté como un chico con zapatos nuevos haciéndola, sobre todo por salirme del sota, caballo y rey de la vivienda de 90 metros.

En fin, que tengo que admirar el valor de alguien como Prada Poole, que se va por rutas nuevas y profesionalmente arriesgadas, siguiendo su instinto de arquitecto, sin importarle el resultado económico, cosa material pero imprescindible para alguien que, como todo fiel cristiano, tiene la mala costumbre de comer todos los días.

Amigo lector, si tienes un poquito de curiosidad, no es necesaria mucha, por cosas de arquitectura que no sea el ladrillo, la grieta o la gotera, acércate al Musac y pasa un rato allí, mira sus dibujos y mira sus propuestas, a años luz de este nuestro León.
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