Arqueología de la mirada

Bruno Marcos escribe sobre la exposición del fotógrafo Ramón Masats que se puede ver en El Palacín hasta el 10 de junio

Bruno Marcos
26/05/2022
 Actualizado a 26/05/2022
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Desde luego que las fotografías han sido, desde su aparición en el siglo XIX, el gran archivo del mundo; pero por muchas que haya siempre parecen pocas para reconstruir el pasado, escasas para imaginar una vida que aparentemente no cambia y en la que, sin embargo, casi todo desaparece o se transforma. Y si la fotografía es una arqueología de lo pretérito también lo es de la mirada de antes, de cómo observaban las cosas los que nos precedieron.

Pienso esto al salir de la exposición del fotógrafo Ramón Masats (Barcelona, 1931) que se puede ver en la sala El Palacín hasta el próximo 10 de junio en nuestra ciudad. Son ciento cuarenta y cuatro instantáneas de los años cincuenta y sesenta, entre las cuales hay algunas muy conocidas, no solamente para el espectador especializado sino para el público en general. Aparece en ellas una España fácilmente identificable, tumultuosa, agitada, con autoridades, guardias, curas, toreros, gente del campo y de las ciudades. Masats salió entonces a capturar los tópicos del país una vez más, como se venía haciendo desde Verhaeren, Regoyos o Solana; la España negra que no clareaba nunca; pero ya eran otros tiempos. Era la mitad de la dictadura, en algunas fotografías Franco es un busto de metal o yeso que entregan como trofeo. La España resultante de la contienda civil ya se había solidificado, se había hecho historia y estatua, sus autores se empezaban a hacer viejos o ancianos y comenzaba el éxodo a las ciudades. Los esqueletos de los nuevos bloques de viviendas asomaban mientras todavía eran visibles las españas viejas aún vivas, las de la miseria, la mugre, la religión omnipresente y con rasgos de superstición; al tiempo que se veía llegar en el horizonte el turismo como la primera entrega del futuro.

Pero, además de todas esas cosas, con estas imágenes sabemos cómo se miraba en esa época. En cada instantánea hay una decisión de cada fotógrafo respecto a si vale o no la pena abrir el obturador sobre una realidad determinada. Masats desvió en muchas ocasiones el objetivo de la cámara hacia lo que estaba alrededor de lo que debería haber sido retratado, no enfocaba el lance en medio del ruedo sino al torero a medio vestir, o solo en un rincón del callejón desplomado en una banqueta; no informaba de un suceso sino que fotografiaba las espaldas de la muchedumbre que lo contemplaba.

Se ve sordidez, pobreza y superstición; sin embargo, en buena parte de estas imágenes hay algo extrañamente festivo. Si uno se acerca mucho a la famosa instantánea del cura con sotana suspendido en el aire mientras se lanza a parar un gol, se da cuenta de lo joven que era y de la energía que tenía. Los pastores envueltos en mantas de rayas salen todos riéndose. Un poco más allá se ve al Cid, pero en esos años ya no es el héroe patrio sino la estrella de Hollywood Charlton Heston con armadura, descansando en una silla en medio del rodaje.

Son fotografías que acaban mostrando una superposición de varias capas de tiempo, de varias españas que se estaban solapando, unas naciendo y otras sin morir todavía. Esos años quedan perfectamente ilustrados en esos paisajes verticales que con un punto de vista elevado dejan ver desde las periferias hasta el centro de las ciudades, primero el campo, luego los prados que sirven para jugar al fútbol, más allá las casas como de pueblo y en ruinas y, en el horizonte, los nuevos edificios de pisos.
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