27/03/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Ha llegado a su fin la hegemonía de la oscuridad. En su eterna carrera, el día ha alcanzado a la noche, son iguales sus fuerzas. Sólo por este día, que inaugura el imperio de la luz, hasta el próximo equinoccio, en este astronómico girar, que nunca cesa. La mañana celebra su victoria con un sol de gala y de trompetas.

En el aire, el olor de las hogueras, piras funerarias en las que arde la vida que ya fue, devolviendo a la tierra lo que es de la tierra, se mezcla sin combate ni duelo, en armonía, con el aroma a esperanza de la vida que alborea, renacida.

Los abejorros zumban con su danza amorosa, rondando las flores de los ciruelos, blancas. De fondo, en la lejanía, se oye el tañer de las campanas de Villamor llamando a misa. Sólo gracias a ellas sabemos que hoy es domingo. Nada en la naturaleza nos dice que es el día del Señor.

Quizás, ajeno a estas realidades, sumido en ellas, parte de ellas, un hombre honra a Dios, a lo bueno que hay en el ser humano, a la vida, a la naturaleza, con una azada en mano. Liberado ya de la condena, que no es divina, que fue impuesta por unos hombres contra sus semejantes, ha dejado de vivir para trabajar y ahora trabaja para vivir. Libre ya de las cadenas con las que el producir esclaviza a los seres humanos, ahora cultiva. Cultivar está en el origen de la cultura.

El trabajo de cultivar un huerto no aliena ni embrutece, es un trabajo que en verdad dignifica. Pues sólo pretende el alimento para uno y para su familia. Y no admite codicias ni envidas ni avaricias.

Como una cuerda de niños de la mano cuando salen de paseo con la guardería, los brotes de los guisantes asoman en el surco. Como apenas ha llovido -–¿será ya una condena o estamos a tiempo de dejarlo en una advertencia? –, necesitan del riego para seguir creciendo. El hombre coge un caldero, ata una cuerda al asa, lo lanza a la presa y saca de ella nada más que el agua justa y necesaria. Este sencillo gesto le emparenta con hombres que vivieron hace miles y miles de años.

La tierra es generosa y siempre está dispuesta a darnos lo que necesitamos. El grave error que nos aboca a la catástrofe es confundir lo verdaderamente necesario.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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