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Aristófanes, ¡ven!

15/10/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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De la extraña situación que estamos viviendo en el país con la proclama secesionista de Cataluña, se pueden extraer conclusiones de todo tipo. Algunas de ellas, me parece a mí, bien fastidiosas. Por ejemplo la constatación de que ya no quedan periódicos en los que uno pueda leer noticias, sin más, porque casi todos se han pasado a la opinión pura y dura. Y, por el contrario, la evidencia de que ya parecen haber pasado a la historia aquellos excelentes columnistas de decir elegante e ingenioso a los que daba gusto leer en los grandes periódicos nacionales. Columnistas de forma impecable con los que uno no tenía que coincidir ideológicamente y de los que abiertamente se discrepaba en un diálogo a distancia que tenía algo extraordinariamente positivo: fluían palabras e ideas por igual. No veo ahora (a lo mejor es que no miro con la suficiente atención) aquellas estupendas cartas al director en las que a muchos les daban réplica al tiempo que les ponían los puntos sobre las íes desde el conocimiento pero con gracejo y simpatía. Bien es verdad que están los tiempos bien graciosos y que resulta sorprendente la rapidez y la facilidad con que se hace rechifla de todo o de casi todo, la merezca o no la merezca el asunto. Dejando aparte la certera capacidad de los dibujantes de los periódicos (la viñeta de nuestro Lolo resume el día y el periódico en un minúsculo pero imprescindible espacio) para arrancar sonrisas frecuentemente dulce agrias, el humor se ha trasladado a las redes sociales y las aplicaciones mediante las que el mundo y sus gentes se comunican. Y así, otra conclusión que se puede extraer de esta extraña situación que estamos viviendo en el país con la proclama secesionista de Cataluña (lo repito para no perder el hilo) es la de que eso que el poeta Horacio llamaba el ‘italum acetum’, o sea, la capacidad para la ironía, la broma, lo mordaz, paródico o satírico, está más vivo que nunca. Solo que habrá que denominarlo vinagre hispano para ir en consonancia con el idioma y definir ese reírse del mundo que nos librará de acuchillarnos los unos a los otros. El tiempo, en verdad, merece que florezca un nuevo Aristófanes que nos perfile un Trigeo para ver si encontramos a un Zeus que nos saque la guerra de casa. O, en su ausencia, un Jantias que pregunte: «¿Qué, señor, digo uno de los chistes de costumbre con los que se ríen siempre los espectadores?».
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