Arcimboldo o los medallones de San Marcos

Por Javier Carrasco

Javier Carrasco
12/02/2020
 Actualizado a 12/02/2020
Medallnes de San Marcos. | MAURICIO PEÑA
Medallnes de San Marcos. | MAURICIO PEÑA
Rodolfo II nace en 1551, rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio, fue un personaje excéntrico, que se sentía atraído por la alquimia y la magia, manías que compaginaba con los estudios sobre astrología y ciencias naturales. Para sustraerlo a la influencia de su veleidoso padre, el emperador Maximiliano II, que simpatizaba con algunos príncipes protestantes, pasó su infancia en la corte de su primo Felipe II, ferviente católico, compartiendo el integrismo de su anfitrión y su afición a la alquimia. Suspicaz y melancólico, como lo muestra el retrato de Joseph Heintz el Viejo cuando contaba cuarenta y siete años, acabó siendo declarado loco y fue despojado en 1608 de la corona de Hungría, Austria y Moravia conservando solo la de Bohemia. El último año de su vida tuvo que abandonar la corte de Praga bajo el asedio de su primo Leopoldo V de Austria.

Entre los personajes singulares de los que se rodeó destaca la figura de su pintor de cámara, el italiano Giuseppe Arcimboldo, que pasaría a la historia del arte por sus cuadros manieristas de rostros compuestos por distintos objetos, desde vegetales a libros. Entre los más conocidos figuran los dedicados a representar las cuatro estaciones. Pero los había también burlescos como el Retrato de verduras del Museo Cívico Ala Ponzone donde asoma una cara cuyos ojos son nueces cascadas, la nariz y la oreja representada por nabos, los labios con dos zanahorias, el cabello con hojas de verdura, el sombrero con una cazuela negra; en otro, El bibliotecario, expuesto en el museo Skolosters de Suecia, anticipa de algún modo el cubismo. El carácter innovador de estas obras le granjeó las simpatías de surrealistas como Salvador Dalí.

Diez años después de su nacimiento se levantaba en León el lienzo que comunicaba la iglesia del Convento de San Marcos con la puerta principal del edificio. Para ella se esculpieron veinticuatro medallones que incluían personajes mitológicos o históricos, junto a otros del Antiguo y Nuevo Testamento. Ante la mirada del espectador desfilan desde Príamo y París, a Trajano, Carlomagno, la reina Isabel la Católica, su nieto el emperador Carlos, el rey David o Judas Macabeo... Todos envueltos en un aire de gravedad, expectantes. Antes de la restauración los elementos obraron inmisericordes sobre ellos, borrando en ocasiones los ojos, la frente, una nariz, los labios, un mentón, como muestran las reproducciones del libro ‘El cosmos de piedra’, de Eduardo Aguirre y Luis M. Ramos Blanco. Otros salvaron el trazado original de la labor del escultor y podía apreciarse en su ejecución, como ocurre ahora, el estilo pulcro y detallista de las obras renacentistas, la fidelidad a los cánones del arte clásico. Sin embargo, el estado de abandono en el que se encontraba la mayoría, les confería un aire grotesco que guardaba una secreta similitud con los retratos inverosímiles de Arcimboldo. Ese pintor nos atrae por los elementos reunidos aleatoriamente, cotidianos y conocidos; los medallones nos sorprenden aún hoy por la apariencia caprichosa que les confirió el tiempo, implacable, tenaz.
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