david-rubio-webb.jpg

Aquí, hoy, no ha pasado nada

16/12/2018
 Actualizado a 13/09/2019
Guardar
Los rigores del invierno, la necesidad de libertad, las ansias de independencia y los picores propios de la edad hicieron proliferar en León una serie de pisos que resultaban más que compartidos. Los alquilaban grupos de jóvenes que los convertían en su punto de encuentro, a veces antes de salir de fiesta, a veces después y otras muchas veces como alternativa a la propia fiesta, pues nunca faltaba ambiente.Pagaban la renta entre 15 ó 20 inquilinos que llegaban acompañados de sus correspondientes amistades, y el resultado final solía ser tan desolador que, si un forense llegase al amanecer, por muy acostumbrado que estuviera a hacer autopsias, se asustaría de lo que podía iluminar su luz ultravioleta. En la evolución de los factores de riesgo para cualquier apacible comunidad de vecinos, esos pisos se podrían situar entre la leyenda de los gitanos que se enganchan a tu contador de la luz y te arrancan hasta las tuberías de la pared y los actuales pisos turísticos en los que, por el ruido, parece que siempre se festejan despedidas de soltero italiano. Visité en alguna ocasión uno de aquellos pisos, a los que los más innovadores se referían como botellonódromos, los más clásicos como picaderos y los más alarmistas como narcopisos, aunque las únicas discusiones que yo vi allí dentro tenían que ver con el turno de la PlayStation. Lo regentaba una pandilla que perfectamente se podría definir como sana... cierto que solo en la acepción más espiritual del término. Lo eran porque, contra todo pronóstico, fueron superando fiestas, resacas, broncas, amores y desamores y, lo que es más difícil, el paso del tiempo, algo de lo que no pueden presumir todos los grupos de amigos. Me sobran ejemplos. Un año, casi la mitad de inquilinos se fueron de Erasmus, y el silencio resultaba insoportable. Eran aquellos tiempos en los que parecía que quien se iba de León había triunfado sólo por el hecho de haberse ido, esa época anterior a los tiempos en los que parece que triunfa quien se puede quedar. Para combatir su ausencia, los que se quedaron inventaron un telediario que, con periodicidad semanal, informaba a sus colegas repartidos por toda Europa de lo que pasaba en León y, sobre todo, en aquel piso. Las noticias políticas no eran más que un relleno de chistes fáciles para dar paso a las exclusivas más interesantes, que por lo general tenían que ver con las aventuras nocturnas del grupo, novedades sentimentales de parejas recién creadas o recién destruidas, el cierre de alguno de sus bares favoritos o el nuevo look de su camarero de cabecera. Aunque tenían lo que se denomina un público cautivo y el share garantizado, aquellos telediarios dejaron de emitirse demasiado pronto, supongo que por incomparecencia de los presentadores, a los que quizá les resultaba mucho más interesante saber lo que les estaría pasando a sus amigos Erasmus que las noticias protagonizadas por ellos mismos. No querrían titular «aquí, hoy, no ha pasado nada», como yo mismo había pensado hacer en más de una ocasión y al fin hoy he conseguido. La fórmula seguiría siendo totalmente válida en la actualidad, porque cada vez son más los jóvenes leoneses que se tienen que ir en busca de un trabajo que su tierra les niega. Respecto a los contenidos, esta misma semana podrían haber contado que nuestra curva demográfica se parece ya demasiado a un precipicio y que, aunque cierran más de los que abren, seguimos ocupando el liderato en cuanto al número de bares por habitante, un dato que quizá no tiene tanto que ver con la cantidad de bares sino con la densidad de población. Erasmus y otros emigrantes regresarán estos días a León para celebrar la Navidad y para reencontrarse con su paisaje y con su gente, esos que de tanto añorar han idealizado. A ellos siempre les quedará la excusa de que la distancia es el motivo por el que no nos hemos llamado.
Lo más leído