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Aquellos tiempos del cuplé (o casi)

09/03/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Hace unos días el ministro de Fomento aseguró que este viernes, en el que, querido lector, lees este escrito, el gobierno va a aprobar el paquete de ayudas a la vivienda.

Y por un casual, al propio tiempo, tengo en mis manos la que hace muchos años, casi por aquellos tiempos del cuplé (¿o era ‘cuplet’?), era la denominada «cédula de calificación definitiva» de uno de los edificios que por entonces se hacían al amparo del Plan Nacional de la Vivienda.

Nada parecido al momento actual y a ese plan que, al parecer se va a aprobar.

Y no puedo por menos que rememorar aquellos entonces, como digo, casi de los tiempos del cuplé, aunque alguna vez algo he comentado sobre ello.

Cuando estudiaba en Madrid, en los mismos momentos en que me asombré con los planos de la catedral de León que estaban colgados en la biblioteca de la Escuela de Arquitectura y de los que escribí hace ahora un mes, machaconamente se nos decía que en España había un déficit de un millón de viviendas, y que nos fuéramos preparando porque, sin duda, iba a haber trabajo. Y todos los años se hacían algunos cientos de miles, y todos los años seguía habiendo un déficit de un millón.

Santo milagro de los panes y de los peces.

El caso es que, por aquellos entonces, toda la actividad de construcción residencial giraba en torno a los ‘cupos’ de viviendas de VPO (acrónimo de Viviendas de Protección Oficial) que, anualmente, más o menos por estas fechas, sacaba a concurso el Ministerio de Obras Públicas, luego además de Urbanismo.

Los nervios entre toda la gente de la construcción, constructores, promotores, arquitectos, aparejadores, hasta notarios, se iban poniendo a flor de piel según pasaban los días y los rumores empezaban a circular. ¿Serían muchas o pocas? ¿Habría suficiente para todos? Porque nada se construía para vivienda que no fuera dentro de las VPO.

Por fin, salía el ‘cupo’ y empezaban las carreras para estudiar solares y lo que podía ‘salir’ en ellos. Y había que correr, porque, se suponía, la concesión de subvenciones y prebendas era por riguroso orden de entrada. Así que, a veces, tocaba no dormir. Y como entonces no había ordenadores y todo se hacía a mano, en papel vegetal y borrando con cuchilla, ni cuento las puñetas y desasosiegos, con el contratista echándote el aliento en el cogote para que terminaras, que no te dejaba ni cubrir tus necesidades fisiológicas. Porque todo tenía que ser ya, y de inmediato.

Pero se terminaba y, no sé por qué misteriosa cuenta o maravilla, había para todos, a veces porque alguien había renunciado (cosa que nunca me creí), o simplemente porque sí.

Y aquello era el éxtasis de sector. Había trabajo para todos y viviendas para muchos.

El que construía el inmueble, por ejemplo, recibía por sistema un crédito hipotecario subrogable al comprador, que daban las Cajas de Ahorro y no los bancos, dos puntos por debajo del habitual, mientras los ayuntamientos aportaban su granito de arena y solamente cobraban el 10% (diez por ciento, sí) de la licencia. Si, además, el edificio era exclusivamente para las que se denominaban ‘subvencionadas’, que estaban destinadas a personas con bajos ingresos, el estado entregaba al promotor 30.000 pesetas a fondo perdido por cada una de las viviendas de la promoción.

Y es que estamos hablando que en los finales de los años sesenta, con trescientas mil pesetas, algo menos de dos mil euros, comprabas una vivienda en San Mamés o similar.

Y en los setenta, tiempos algo más caros, por dos millones, doce mil euros, la podías adquirir en Papalaguinda o la Condesa.

Aquellos tiempos del cuplé, o casi.

Claro que todo estaba reglado y bien reglado, porque ver, como estoy ahora viendo, el documento de ‘calificación definitiva’ que había que cubrir, lleno de columnas de números de superficies, coeficientes, resultados y precios, que se hacía a mano, hoy, marea.

Claro que también había sus trampas, aunque de eso mejor no hablar, al menos hoy.

Pero claro, no podía durar, pues como el lector habrá sospechado, los beneficios a la construcción se cargaban en su mayoría a los bolsos de los ayuntamientos y las Cajas, porque el que manda, manda.

Así que no podía durar mucho, y por un lado los ayuntamientos, en cuanto empezaron con la espiral de gastos, le dijeron al estado que muy bien, que si el estado beneficiaba el proceso con una rebaja del 90% de la licencia, que de acuerdo, pero que el estado les devolviera esa cantidad. El estado dijo que nones, y los ayuntamientos pasaron a cobrar el cien por cien.

Y las Cajas (y los bancos, que luego también se sumaron), dijeron lo mismo.

Añádase que el final de la obra era un calvario o viacrucis, tómese en la acepción que se quiera, porque con la obra terminada, las exigencias de cumplimiento de normativas, que habían ido constantemente en aumento (aumento casi siempre generado para impedir la picaresca que siempre ha habido en este país), prolongaban y prolongaban la terminación, y consecuentemente la entrega, que se hacía interminable, al tener que tirar parte de lo construido, a veces por cuestión de dos centímetros. Total, que era más caro construir con protección que sin ella.

Así que, como muchas veces pasa, entre todos la mataron y ella sola se murió. Las viviendas de VPO pasaron a mejor vida…

Y mira que se hicieron millones durante los decenios en que existió el plan, no obstante lo cual, mire usted por dónde, se seguía diciendo que… había un déficit de un millón de viviendas, déficit que, ‘of course’, ha quedado cubierto y superado con creces, con el boom inmobiliario de los gloriosos años de la burbuja.

Por cierto, aviso para navegantes: en diciembre del año 2014 el Ministerio de Hacienda perpetró un decreto por el que se modificaba la fiscalidad de las ventas de viviendas, de manera que, aparte plusvalías y demás, y así a grosso modo, ha de pagarse en renta un porcentaje variable que se aplica a la diferencia entre el precio de compra (el que se pagó en su día, sin actualizar, que hasta el 2014 sí que se actualizaba) y el de venta hoy. (Véase ‘el ladrillazo de Montoro’, publicado por este su seguro servidor, en esta misma columna el 7 de noviembre de 2014).

O sea que, por ejemplo, si usted compró una vivienda en 1975 por dos millones de pesetas (doce mil euros), y la vende hoy por, digamos, ciento cuarenta mil, ha de entregar al fisco, a lo peor, quizás, mire usted por dónde, hasta el 23% de la diferencia. Salvo que sea su vivienda habitual. ¿Simpático, verdad?

En fin, que no sé qué plan de ayuda a la vivienda será aprobado por el Consejo de Ministros, pero seguro como aquellos del cuplé (o así), ni de lejos.

Aparte de que es igual, luego llegará el Montoro de turno y nos aguará la fiesta, no importa que en este país la vivienda haya sido el elemento básico de ahorro.
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