05/02/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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¡El Carnaval casi ha muerto! Por lo menos aquellos espontáneos entroidos populares que hoy han sido sustituidos por un ‘programa de fiestas’ institucional donde se confunde la diversión con el espectáculo. Las auténticas mascaradas, comparsas, bailes y otros regocijos bulliciosos han sido sustituidas por grandilocuentes concursos de disfraces. Aquella fiesta de excesos que alguien describió entre exclamaciones: ¡Qué de gritos por las calles!, ¡Qué de burlas!, ¡Qué de tretas!,¡Qué de harina por el rostro!, ¡Qué de mazas que se cuelgan; trapos, chapines, pellejos, estopas, cuernos, braguetas, sogas, papeles, andrajos, zapatos y escobas viejas!

No sólo el Carnaval ha muerto, en general han sucumbido todas aquellas fiestas tradicionales que respondían a las mismas necesidades y emociones que estaban vinculado a lo festivo. Los ciclos festivos anuales se han linealizado, aplanado, olvidado.Decía Julio Caro Baroja que el Carnaval tenía su esencia en aquellos ciclos festivos del periodo invernal que oscilan entre lo dionisiaco y lo apolíneo, entre la alegría y el recogimiento. Entonces el ciclo del Carnaval, de carácter claramente dionisiaco, dejaba paso a la Cuaresma, donde el recogimiento pasional se convertía en norma. En esta dicotomía se representaba un duelo entre las fuerzas del paganismo frente al poder del cristianismo.

En aquellos lejanos tiempos del verdadero entroido, el hombre creía que su vida estaba sometida a fuerzas sobrenaturales. Aquella era una época más pagana, pero también más religiosa. Pero, como sentenciaba Caro Baroja «al Carnaval no le mató, sin embargo, el auge del espíritu religioso, ni la acción de las izquierdas. Ha dado cuenta de él una concepción de la vida que no es ni pagana ni anticristiana, sino, simplemente, secularizada, de un laicismo burocrático».

Pocos han sido los entroidos resilientes. El espíritu de esta fiesta antigua se mantiene todavía en algunas aldeas perdidas. Entre los que yo he visitado destacaría el entroido de la aldea de Lago de Carucedo. Tan resiliente es que ni siquiera la Guerra Civil y después la poderosa Guardia Civil llegaron a paralizarlo. El domingo de Carnaval alrededor de una gran hoguera se juntan cientos de personas entorno a la música y la sátira. El gentío, alegre y jubiloso, recorre después todas la casas del pueblo con bailes y pasacalles. Entre aquel gentío se vislumbra lo que fue aquella fiesta popular. Allí, junto al calor de la gran hoguera y celebrando uno de los últimos entroidos, me pregunto como lo hizo el poeta cansado de su tiempo: ¿Qué habrá sido de mí fuego que por más que muevo el ascua sólo cenizas encuentro?
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