Aquellas flores prensadas de inmenso volumen

Noemí Sabugal reúne en Flores prensadas las columnas de opinión que, escritas principalmente en La Nueva Crónica, nos acercarán al universo que rodea su mundo

Ruy Vega
26/02/2023
 Actualizado a 26/02/2023
Noemí Sabugal, autora del libro "Flores prensadas".
Noemí Sabugal, autora del libro "Flores prensadas".
Últimamente, papá, me estoy decantando por muchos libros que se adentran en el pensamiento de quien lo ha escrito. No me preguntes el motivo, no me importa conocerlo (a veces, creo, deberíamos dejar más a un lado la raíz de algo para centrarnos en su disfrute).

Es sábado, 18 de febrero. Por la ventana entran los rayos de luz de media tarde. Tengo una bebida a la izquierda del teclado y (como siempre) música puesta. He elegido unas cuantas canciones de una aplicación para que me acompañen durante un buen rato. Justo en este momento Quique González me habla de La ciudad del viento.

Llega una nueva Carta a ninguna parte, papá. Y llega de la mejor manera posible, con un nuevo libro de Noemí Sabugal. Hoy te hablaré de Flores prensadas. El libro lo leí rápido, realmente rápido. En realidad, el adjetivo que debería de haber usado no es ese, rápido, sino que de una sentada. Y es que el ejemplar que (ojalá) algún día puedas tener entre tus manos es una recopilación de distintas columnas que la autora ha ido escribiendo, principalmente, en La Nueva Crónica. Tener este libro entre las manos es como sentarse a su lado, mirarla a los ojos y preguntarle qué opina o cómo se siente. No en vano, una de sus partes se ha bautizado como Las columnas de lo cotidiano, siendo otra Las columnas del confinamiento.

Entre estas reflexiones en voz alta, dibujadas ya en palabras y texto para que permanezcan una eternidad, Noemí nos describe el universo que rodea su propio mundo. Es algo así como mirar a través de sus ojos y hablar con sus pensamientos. Podemos leer, por ejemplo, en la columna El glisssando del afilador, que «Hacía mucho tiempo que no oía el chiflo del afilador. Unos días atrás, lo escuché bajo mi ventana y tal vez por eso en las últimas horas se ha abierto un agujero en el cielo por el que han echado calderos de agua. Son las ideas absurdas que tiene el pensamiento mágico, pero resulta que pasa el afilador y llueve».

Me adentro un poco más para detenerme en Amor en titulares. No podía estar más acertada. Te recomiendo, sin duda, que lo leas y disfrutes al máximo. Te dejo unas líneas, que seguro que te llevarán a querer leer más y más: «El amor protagoniza muy pocos titulares en prensa (excepto en la rosa, claro, pero esas son otras hierbas). La mayor parte de la letra grande es parar la berrea de la política, los choques entre hombres y mujeres supuestamente alfa, y a los que un exceso de feromonas les lleva a querer acumular másteres a golpe de talonario o a cerrar oscuros pactos con maletines de por medio en bares de luces bajas y música demasiado alta». Me encanta, por cierto, la descripción «luces bajas y música demasiado alta».

Me tengo de detener, no podía de otra manera, en la parte dedicada al confinamiento. Qué instantes, que momentos, qué sensaciones tan extrañas, ¿verdad? Confieso que, en algunas cosas, he llegado incluso a echarlo de menos. Pero bueno, esa es otra historia. A todos, sin dudas, nos sorprendió e impactó. Ya no éramos los indestructibles. Nos habíamos convertido en algo tremendamente vulnerable, tanto como para temer por nuestras vidas sin salir de casa, por temer contraer una enfermedad con el solo rozar de objetos. Periodo, por cierto, excelentemente descrito también por Manuel Cuenya en su maravilloso Desde las entrañas.

La primera columna que Noemí nos regala sobre él se titula Más vida en zapatillas. «Quién nos lo iba a decir y qué frágil parece todo cuando ocurre algo así. Colegios y universidades cerrados, encuentros culturales suspendidos, barrios aislados, vuelos cancelados y un coste económico y laboral que todavía no podemos precisar. Y más importante: el coste de las vidas».

Fue aquel un momento para descubrir (redescubrir) lo valioso que son los minutos y las horas (valor ahora olvidado, como se olvida lo importante). Así nos lo cuenta también ella en Más tiempo al tiempo, donde nos dice que «Se le ha dado más tiempo al tiempo, a ver si nos vamos curando y descubrimos cómo no enfermar. El coronavirus, esté o no, ha contagiado al tiempo, tanto al personal como al colectivo. Los síntomas son muy distintos dependiendo de cada persona: para algunos, sobre todo para los trabajadores de la sanidad, el tiempo se ha acelerado y los días se acumulan atropelladamente. A la vez, el tiempo está muy lejos de poder medirse por los relojes: una hora puede parecer un segundo o un día entero».

Otro de esos momentos que la autora nos deja escritos, para su permanencia en nuestros recuerdos, es de aquellos días en los que recuperamos ciertas costumbres anteriores, como las de poder, sencillamente, salir a la calle. Nos lo cuenta en Más aire. En esta columna podemos leer sensaciones que todos (o casi todos) tuvimos en aquella nueva mal llamada normalidad: «Mas aire. Con mascarilla o como sea, pero aire. Se respira un poco más, aunque todavía no se pueda resoplar de alivio: el bicho no se ha ido». Unas líneas después, podemos leer: «Yo qué sé, como ya hay demasiados dedos señalando hacia lo peor, ahora prefiero apuntar hacia otras cosas. Por ejemplo a una maceta que tengo en la terraza. En ella planté algunas pepitas de manzana al principio del confinamiento y ¡ha salido una!».

¿Mágico? En pleno dolor y miedo, en una maceta de Noemí Sabugal se daba el claro ejemplo de que la vida, como tal, seguiría en este planeta con o sin nosotros. Quizá ese es nuestro lugar en este planeta. Quizá esté mejor sin nosotros.

Doy ahora un gran salto, para detenerme en Artistas, columna con la que no puedo sino aplaudir tras su pausada lectura. ¡Bravo por Noemí! No voy a hablarte nada sobre ella más que dejarte aquí escrito parte de su texto: «Tuve un jefe que decía mucho la palabra artista. La pronunciaba con ese tono entre la burla y la condescendencia que usaba para casi todo. Decía: ¿qué pasa, artista? Y la palabra se incorporaba a su pequeño-diccionario de pequeñas-humillaciones. ¿Qué pasa artista? […] Los artistas, ya se sabe: pobreza, alcohol, ratas y buhardilla con goteras. Decir que eres dramaturgo, novelista, pintor, cineasta o músico siempre hace que alguien levante una ceja. Una ceja solo. Confundir valor y precio viene desde que se acuñó la primera moneda». Genial, sencillamente genial.

Me voy despidiendo ya, que cada carta, como cada columna de Noemí, no queda realmente completa si no se remata. Pero antes me detengo en Es sueño, para sonreír tras el siguiente párrafo: «La publicidad de los colchones tiene mucho de poesía, igual que la de la política. Ambas prometen lo mismo: sueños, descanso, tranquilidad».
Hay muchos textos que me quedan por mencionarte, columnas como Ramas podridas, Manos o Mi abuela es hípster quedan ya para tu lectura, que estoy seguro que algún día llegará.

Papá, creo que aquellos que no conocen a Noemí personalmente tendrán la fortuna de poder hacerlo a través de Flores prensadas. Recomiendo su lectura con un buen café en la mesa, algo de música de fondo y en el sofá preferido de cada uno. Lo recomiendo así porque leerlo es como, precisamente, sentarse con Noemí Sabugal a hablar.Me quedo con muchas de sus columnas y con sus sensaciones transmitidas en las dedicadas a los momentos bajo el yugo del coronavirus, donde muchos seres queridos se fueron, donde muchos se dieron cuenta de que, precisamente, no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
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