Aquellas bicicletas que no eran para el verano

Mil historias se escribieron en bicicleta antes de ser para el ciclismo o para el ocio. Todas están en una exposición en Pinilla, la del cartero, el lechero, el bombero...

Fulgencio Fernández
08/05/2016
 Actualizado a 18/09/2019
En la Casa de Cultura de Pinilla se pueden admirar viejas bicicletas de bomberos, carteros, lecheros... una colección única. | MAURICIO PEÑA
En la Casa de Cultura de Pinilla se pueden admirar viejas bicicletas de bomberos, carteros, lecheros... una colección única. | MAURICIO PEÑA
En el libro de memorias de Manuel Vicente González ‘Las voces apagadas’, un viaje a su infancia en Puente Castro, tiene gran protagonismo en sus recuerdos la bicicleta de su padre, el símbolo de aquellos obreros de los llamados barrios obreros que atravesaban la ciudad en el claroscuro del amanecer con el foco alimentado por dinamo, con el bocadillo en el portabultos, con el aliento haciendo volutas de humo en aquellos amaneceres de heladas terribles.

En la memoria que reivindican esos mineros que se niegan a que la mina muera está el recuerdo de aquellos viejos mineros que hacían veinte o treinta kilómetros antes de acceder a la bocamina, con frío y agua, llevándola en la mano sobre la nieve.

Los agricultores saben mucho de lo que es levantarse a media noche para coger la bicicleta e ir a regar.

En las historias ligadas a la memoria del viejo tren de Matallana se repiten aquellas de los trabajadores que se subían al viejo Hullero con la bicicleta, cuando el tren se detenía más de la cuenta la apeaban, seguían unos kilómetros con ella y esperaban sentados en el andén la llegada del Hullero por su vía estrecha.

Lechera: "Me gustará verlas, pero no las echo en falta, el reúma que tengo se lo debo a la bicicleta" En los testimonios de leoneses que acompañan a las fotos de estas mismas páginas un viejo guardia civil, un cartero o una mujer que bajaba a León a vender leche casa por casa repasan sus recuerdos sobre el duro sillón de una bicicleta... El guardia civil está empeñado en comprar la bicicleta de la exposición, «las vueltas que he dado detrás de una de ellas», sin embargo, Azucena, la lechera, sí me emplaza para ver la exposición pero no para hacerse con una. «Este reúma que me mata es de la bicicleta, no tengo tanto que agradecerle, aunque entonces me ayudara a ganarme la vida. Me daban leche muy barata gente de Villaobispo, Villamoros, Villaquilambre y yo le ganaba unas perras al venderla por las casas».

Para qué seguir. La historia de esta provincia (y la de tantas otras parecidas a la nuestra)es indudable que se ha escrito a lomos de los duros sillines de sus bicicletas. Se podrían sumar recuerdos de médicos y veterinarios que recorrían sus territorios en ellas, maestros y maestras que iban a la escuela...

El propio Mauricio Peña cuando fue a hacer las fotografías se entusiasmó. «Es que en una como éstas monté yo en bici por primera vez, pero en vez de poner Correos tenía un cartel de Audiencia Provincial, pues mi padre trabajaba allí y tenía una bicicleta de éstas».
No faltaba en casi ningún pueblo un taller o un manitas que las arreglaba, que ponía en orden piñones y catalinas, vendía bridas para el portabultos o tiraba de parche y disolución para tapar el pinchazo que descubría metiendo en agua la llanta pinchada.

Llevo diez años arreglando y restaurando bicicletas, la primera acabó en la papelera, pero seguí Y después llegó el cine y el teatro y consagraron una muletilla que no es verdad, ‘Las bicicletas son para el verano’, como sinónimo de vacaciones, como síndrome de ‘Verano azul’ y aquellos niños felices. Seguramente los recuerdos son muchos más cercanos a otra película, inevitable en los cine-clubs, ‘El ladrón de bicicletas’, de Vittorio de Sica, en la que cuenta la historia deAntonio Ricci, un obrero desempleado que se gana la vida pegando carteles en compañía de su bicicleta. Un día pierde su bicicleta y emprende un plan con su familia para recuperarla.

Eran otras bicicletas, aquellas que no eran para el verano o, si eran para el verano, para regar las huertas, ir a la mina... También, cierto es, para que los mozos las cogieran por la noche a escondidas y fueran hasta alguna fiesta cercana, pero a escondidas y cuidando aquella Orbea como el mejor tesoro.

Todas estas bicicletas están ahora juntas en una exposición abierta en la Casa de Cultura de Pinilla, unas son originales reparadas y otras restauradas «tal cual», con mucho cuidado por el dueño de la colección: Miguel Ángel Pastrana.

- ¿Cómo empezó a reunir bicicletas, a restaurarlas...?

- Pues llevo diez años con ellas. Surgió la cosa casi de casualidad, yo era viajante de una marca de café y recorría toda la provincia, lo que me permitía tratar con mucha gente, preguntar por bicis viejas, y las fui reuniendo.

Pese a todo, recuerda Pastrana, los comienzos no fueron nada buenos, todo lo contrario. «Me la regalaron, me puse a restaurarla y se me cayeron todas las bolas, no entendía nada, me mosqueé y acabó en una papelera».

Pero no se rindió y volvió a la carga, hubo una segunda, una tercera, fue aprendiendo técnicas para envejecer las que restauraba.

- ¿Cómo se hizo con la de la Guardia Civil?

- Fue muy curioso. La compré en Valderas. Vi a un paisano con una bicicleta muy vieja y se la quise comprar pero se negó, que no la vendía, pero me dijo:«Tengo otra, vieja también»y se la compré. Pronto me di cuenta que había sido de la Guardia Civil y la preparé para que quedara tal y cómo eran.

La más curiosa fue la de la guardia civil, uno de Valderas no me quiso vender la suya y me ofreció ‘otra’  Para algunas de las bicicletas que ahora muestra Miguel Ángel Pastrana tuvo que documentarse, acudir a los organismos, pues no pudo encontrar originales, como la de Correos o la de los Bomberos. «Esa información la voy completando en las exposiciones, llega mucha gente que te cuenta historias, que incluso se emocionan. El otro día estuvo hablando conmigo mucho tiempo un empelado de Correos que me dijo que había andado mucho en ellas por la zona de Cistierna».

Le sorprende a Miguel Ángel Pastrana la excelente acogida de la exposición. «Los mayores se emocionan, ven su historia escrita allí; y los chavales, como ellos dicen, alucinan cuando les cuentan que iban a trabajar a la mina en bicicleta».En las bicicletas que no son para el verano.
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