Aquel túnel número 20

El escritor Ruy Vega se para en una de las referencias más conocidas y sentidas del cine berciano sobre el accidente ferroviario ocurrido en Torre del Bierzo en 1944

Ruy Vega
11/07/2017
 Actualizado a 18/09/2019
Imagen de la estación de tren de  Torre del Bierzo. | ICAL
Imagen de la estación de tren de Torre del Bierzo. | ICAL
«Es inútil querer encerrar los recuerdos. No hay cerraduras, ni paredes, ni mazmorras de las que no se escapen. Los recuerdos son como el humo, siempre salen».Así de contundente e impactante acaba el cortometraje Túnel Número 20 de Ramón de Fontecha. Porque quien se asoma a esta parte de la historia del Bierzo y de España además de tener ante sí los recuerdos de lo que fue el terrible accidente ocurrido en 1944 en Torre del Bierzo (León) salta al vacío de la vida de las gentes que directa o indirectamente sufrieron un accidente que todavía hoy se recuerda.

Es pues éste un cortometraje sobre la vida, sobre sus caminos cruzados, sobre nuevos sueños que se truncan por un cúmulo de circunstancias que lleva al terrible final y, como en cualquier camino emprendido, sobre aquellos que ayudaron y sobre aquellos que fueron un obstáculo.Túnel Número 20 se narra a través de los ojos de uno de sus viajeros. Alguien que nos traslada al origen, al por qué del viaje, a la necesidad de sobrevolar lo humilde en una época en la que el simple hecho de sobrevivir en aquella España era ya de por sí un acto sin duda heroico.

Pero no únicamente podremos ver a través de los ojos de la niña que nos transporta y nos mete de lleno en aquel fatídico tren, sino también en los de aquellos que nos relatan la historia que hay detrás. Instantes humanos jamás olvidados e instantes (no tan humanos) que se quisieron hacer olvidar, en un momento en el que la verdad era relativa y la realidad confusa. Las imágenes nos llevan no únicamente entre los vagones sino también a la época histórica en la que se encuadra el viaje, saltando desde la narración de un viajero sobreviviente a los hechos históricos en sí, explicados con maestría. Al igual que el propio tren, el cortometraje nos traslada a un viaje sin retorno en donde el final, por esperado, no deja de ser recordado días después de haberlo visto y eso, creo, es algo que hace único a cualquier película o corto. Puedes cerrar los ojos y divisar el estruendo del chocar de los trenes, la sangre y el fuego. Puedes escuchar el dolor de aquellos que murieron, pero también de aquellos que salieron vivos y años después seguían llorando y temiendo.

Fotograma a fotograma el viaje que Ramón de Fontecha te brinda ya no tiene retorno. Magistralmente te lleva por unos instantes a los recuerdos de un maquinista a quien la seguridad del futuro golpe debió hacerle volar a un mundo lo más cerca del infierno posible. Pero no únicamente él o los viajeros sino también aquellos que pudieron asistir atónitos al mismo infierno aquí, a pocos kilómetros de nuestras casas, son protagonistas de Túnel Número 20. Porque el protagonista final acaba siendo el propio espectador que sin darse cuenta acaba viajando, como aquella pobre niña, en el vagón de la destrucción.
Imágenes cercanas, mirando fijamente a los ojos, que nos llevan lejos, muy lejos, a unos años de dolor y angustia, después de una terrible guerra y en medio de otra aún más terrible, imágenes de un momento histórico construido sobre el miedo y la censura, sobre la imposibilidad de conocer ni tan siquiera el número de fallecidos, que unos dicen entorno a 70 y otros 800. Historias más de diez veces multiplicadas, como el propio Ramón hace con una verdad ahora ya no tan oculta, entre otras cosas por acciones valientes como la suya.

Pero también nos encontramos con imágenes lejanas, en blanco y negro, que nos llegan de cerca. Porque hablan de aquellas personas que murieron tratando de viajar allí donde las penas eran menos o donde el dolor se podría sobrellevar. Personas que miraron a los ojos de la muerte, cuando entraron en aquel último túnel o cuando atendieron atónitas a cómo la máquina no se detenía, como estaba previsto, en una de las estaciones.Imágenes de ahora y de entonces, imágenes de cerca y de lejos, imágenes de los años 40 pero que podrían ser de hoy mismo si atendemos a los sentimientos y dolor que nos trasmiten.

Película, cortometraje, narración desde el punto de vista del viajero o documental técnico sobre el accidente, todo ello conforma esta imprescindible revisión del fatídico momento. Hay ocasiones en las que uno va a ver una película sabiendo que le va a gustar, otras en las que la ve por recomendación y otras, como es el caso, en las que una gran obra se cruza en tu camino para que ya no olvides. Porque te sumerge en una terrible historia, porque está muy bien hilvanada o porque sin más y como decía al principio, tiempo después la sigues recordando. Un cortometraje premiado con un Goya en 2002 y estoy seguro que premiado por aquellos que tuvieron que sufrir en silencio, estén donde estén ahora. Veré más películas, más cortos y más documentales, pero estoy seguro que tardaréen olvidar esta parte de la historia que Fontecha nos entrega con brazos abiertos, con miranda profunda y con palabras sinceras.
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