Aquel ‘Enrollamiento Ciudad de León’ del 76

El periodista y crítico musical Carlos del Riego recuerda uno de los eventos musicales más singulares acontecidos en la capital leonesa en los primeros años de la Transición

Carlos del Riego
12/12/2015
 Actualizado a 19/09/2019
Una de las bandas que actuaron en junio del año 1976 en el Palacio de los Deportes de León en una iniciativa que no tuvo continuidad.
Una de las bandas que actuaron en junio del año 1976 en el Palacio de los Deportes de León en una iniciativa que no tuvo continuidad.
Había terminado una etapa monocolor, grisácea, de la Historia de España y la gran mayoría del personal, sobre todo los jóvenes, querían ver por sí mismos todo lo que se habían perdido, todo lo que conocían por lo que les habían contado. Y entre todas esas cosas que se deseaban estaban los conciertos de rock y, por supuesto, las grandes reuniones en torno a los grupos de rock, es decir, los festivales; además, los ecos del memorable e idealizado Festival de Woodstock estaban muy presentes, ya que la gran mayoría había visto la peli o, al menos, había oído maravillas acerca de ella. Primero fue el Festival de Burgos, en el verano de 1975, y como la cosa salió bien, se organizó para las fiestas del año siguiente el ‘Enrollamiento Ciudad de León’. Se anunciaron doce horas de rock con grupos catalanes, vascos, andaluces, santanderinos, madrileños…, y para poder poner en el cartel lo de ‘internacional’, se añadió la presencia de la cantante Nico, alemana afincada en Nueva York que presentaba un llamativo currículo. El porqué de la presencia de la rubia no está claro, aunque parece que la ex de Velvet Underground había sido invitada por la revista catalana Popular 1, que patrocinaba el evento; así, aprovechando que estaba en España y debido a que se había dicho que en el festival habría ‘varios grupos extranjeros’, organización y patrocinadores decidieron su inclusión…, a pesar de que su presencia entre tanta banda de rock era una notable anomalía. El resto fueron Triana, Brakamán, Atila, Coz, Asfalto, Flamenco, Bloque, Traidor Inconfeso y Mártir, Pau Riba e Iceberg; hubo cierta decepción, puesto que se habían barajado nombres históricos del rock británico, pero aun así la perspectiva era ciertamente ilusionante.

El organizador principal fue el inefable José Luis Fernández de Córdoba, personaje peculiar que, con sus luces y sus sombras, dio un gran impulso al rock español. Barbado y siempre animoso, Córdoba puso carteles por toda la ciudad, de modo que no había leonés que no supiera del enrollamiento o, al menos, se preguntara qué demonios era eso. Los comentarios de la prensa local se pueden resumir en algunos titulares, como "Capital de la mugre", pero también "León, capital del rock"; otro protestaba con "Algo más que un festival, un auténtico rollo", y todos se hacían lenguas en torno a la palabreja (entre ellos el mismísimo Ángel Barja, que loaba toda iniciativa cultural y festiva). El Ayuntamiento, dado que eran las fiestas patronales de la ciudad, hizo su aportación dineraria: un millón de pesetas, seis mil euros actuales; esta iniciativa costó al equipo de gobierno duras críticas, ya que se ponía en peligro aquello de los ‘Festivales de España’. Muchos amigos del buen rollo (ese ‘rollo’ tenía en el ambiente la acepción de música rock nada comercial) se llegaron a León desde muy diversas partes de España, pues un acontecimiento de este tipo aún era novedad y atraía cantidad de gente. Si no totalmente lleno, el pabellón registró muy buena afluencia. Una vez abiertas las puertas y hasta el final de la sesión todo fue ‘buen rollito tío’ y amplias sonrisas de complicidad, sin un solo atisbo de mala baba entre los pequeños corrillos de gente sentada en el suelo. Fulares, pantalones de pata de elefante, botas camperas, camisas estrechas…, y humo, mucho humo, cirros, cúmulos y nimbos sobrevolando la pista del recinto a medida que transcurría la tarde. Sí, gran parte era tabaco, pero también se olía el ‘costo’. Se perpetraron pequeñas transacciones y trapicheos, pero lo más abundante era una especie de intento de concelebración, con mucho "no tendrás una china", "¡que corra, que corra!" o incluso el desesperado "¡eh, no tengas tanto cuello!", pero todo ello de un modo muy natural, como si todo transcurriera en el lugar idílico en el que todo es paz y amor: el lema y el espíritu hippy (totalmente pasado en el resto del mundo) aun estaba siendo asimilado por estos lares. Además de fumar también se permitieron alcohol y vasos de vidrio en todo el recinto, cosa que propició el momento más tenso e incluso desagradable de la velada. De todos modos, el ‘buen rollo’ fue lo corriente: la mayoría del personal tenía una sonrisa laxa y perenne, y no se produjeron ni siquiera palabras mayores en la pista.El escenario estaba abarrotado de equipo e incluso había montada más de una batería. Casi hasta parece lógico, irremediable, que se produjeran averías; las hubo, más de una, pero la atmósfera reinante no invitaba a la gresca, de manera que ‘la basca’ se dedicó al corrillo; al fin y al cabo el tío Paco ya no podía llegar con la ‘rebaja’… En cuanto al concierto en sí, en general puede recordarse que el estilo predominante en las casi 14 horas fue el rock progresivo y sinfónico, a veces más duro y otras más lírico. Casi todos ejecutaron canciones muy extensas en las que había tiempo para largos pasajes instrumentales, en los que cabían uno o dos solos de guitarra, ocasionalmente de órgano y, ¡cómo no!, de batería (en aquellos años el solo de batería era casi una obligación para todo grupo de rock que estuviera en el rollo). Cada uno presentó sus particularidades, aunque el sonido tampoco permitió apreciar demasiados matices. Hubo excepciones: Triana eran distintos a todos con su guitarra y voz aflamencados, Brakamán iban más en plan glam, aunque entonces apenas se sabía qué era eso, y Pau Riba, contestatario y provocador, cantaba en catalán. Alguno sorprendió con inesperados efectos de luminotecnia e incluso pirotecnia, que fueron muy bien acogidos por la mayoría, aunque no faltaron los que manifestaron con cierto desprecio que eso sólo se hacía porque ‘quedaba comercial’; y es que en el planeta del rock de aquella época lo de comercial era sinónimo de desprestigio, mala calidad, algo de lo que había que huir. Y entre grupo y grupo, mucho tiempo. En una de esas se corrió la voz "mira, aquel tío grande es el alcalde, y los otros deben ser sus colegas del ayuntamiento". Realmente no era difícil identificar los dos metros de José María Suárez a pesar de vestir vaqueros; sin embargo, apenas unos segundos después nadie le prestaba atención. También hay quien recuerda que, en un descuido de los encargados de las puertas, dos docenas de chavales que pululaban por la parte de atrás del palacio aprovecharon para colarse y disfrutar de unas cuantas horas de enrollamiento; era la primera vez que el vetusto recinto leonés recibía un evento semejante, así que no resulta difícil comprender e incluso disculpar los fallos que en tantas horas se produjeron. Lo de Nico fue cosa aparte. De ella se sabía que había estado con Lou Reed en Velvet Underground y que aparecía en un anuncio de coñac (al menos esas especie corría entre el público). El caso es que después de horas de rock progresivo y altisonante, salió la rubia a escena, apenas acompañada por un pequeño teclado. De entrada la concurrencia le prestó gran atención, presa de la curiosidad. Pero la cosa duró poco. Transcurridos unos minutos, a la segunda o tercera canción, la gente se cansó de la voz desmayada de Nico y de sus canciones aplanadas, de su tono casi desganado y de su inacción, de manera que comenzaron los gritos y abucheos; ciertamente, el contraste con la propuesta del resto del cartel resultaba excesivo. Y de los gritos se pasó a las botellas y otros objetos que empezar a sobrevolar el escenario en medio de una atmósfera fea y desagradable, un momento en el que se mezclaba la vergüenza por la artista y la vergüenza por la reacción exagerada de los hasta poco antes pacíficos tardo-hippies. Lógicamente, la cantante, desconcertada pero un tanto pasiva, dejó el escenario (algunos de los presentes aseguran recordar que alguien salió de detrás y se la llevó). Estaba claro: Nico era un cuerpo extraño en el programa.

Apenas expulsada del escenario (seguro que incluso a ella le pareció bien terminar cuanto antes: así podría ponerse rápidamente a buscar ‘polvo’), saltó al micrófono Fernández de Córdoba, y de entre su frondosa barbaza se escucharon grandes gritos: "¿Qué pasa, queréis rock, queréis rock? Aquí tenéis rock". Sin embargo, hubo que esperar otro ratito a que la banda siguiente comenzara y el ‘respetable’ olvidara definitivamente el mal trago anterior…, con un par de besos al botellín y un "¡tío, líate un peta!, ¿no?".

Y luego siguió aquel rock denso y arrebatado. Y también aumentaba la cantidad de desperdicios que se iban acumulando en la pista, aunque de esto no se tuvo conciencia hasta que al día siguiente aparecieron las fotos en los periódicos. Algunos aprovechaban los abundantes parones para salir del recinto, airearse un poco y volver. Se hizo de noche y todo llegó a su fin sin novedad. "Ruido, mugre, sudor, humo y desmadre" titulaba un diario, pero el otro proclamaba "El enrollamiento fue un éxito". Aquel publicó en primer página "Detenciones por consumo de drogas en el enrollamiento" y en páginas interiores hacía hincapié en las dos toneladas de basura retiradas. El caso es que el asunto fue el principal tema de conversación en toda la ciudad, ya fuera para hacer ascos con aquellos guarros y peludos o para destacar la calidad musical de los grupos participantes, ya para señalar lo del humo y la basura o para elogiar el buen comportamiento de todos los asistentes. En la prensa se publicaron los nombres de la media docena de detenidos «por consumo y tráfico de drogas», todos visitantes, incluyendo uno de los integrantes de Bloque. Se calculó en algo más de cuatro mil personas las que acudieron a la llamada. Todo un éxito.

Varios de los grupos participantes en el certamen aprovecharon el mismo como trampolín, ya que apenas eran conocidos antes de llegar a León, pero cuando se fueron tenían ya un hito que incluir en su currículo: su actuación en aquel histórico enrollamiento. Poco antes de las fiestas del año siguiente el Ayuntamiento de León afirmó que no habría más enrollamientos. Y no hubo más…, al menos con tal denominación, puesto que algunos de los pueblos de los alrededores acogieron, en los veranos siguientes, festivales de similar estructura, aunque con cartel de menor empaque. El caso es que no hubo más enrollamientos como aquel de 1976 que se ha convertido en hito histórico, aunque ninguno de los asistentes ni siquiera se planteara tal cosa.
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