Apuntes de un siglo (II)

Aún algunos conservamos en la retina de la memoria unos tiempos gloriosos económicamente, de los cuales eran claros indicios la actividad frenética en las cuencas mineras

Marcelino B. Taboada
18/02/2018
 Actualizado a 19/09/2019
El ferrocarril y la M.S.P. caminaron de la mano necesitándose el uno al otro.
El ferrocarril y la M.S.P. caminaron de la mano necesitándose el uno al otro.
Eran tiempos de la Minero,del surgimiento de diversos poblados (Toreno, El Escobio de Páramo, el del Temple de Ponferrada), los economatos, los dispensarios, los puestos de socorro (brigadas de salvamento), los ‘chamizos’ presentes por doquier, los artilugios teleféricos, las cintas transportadoras de materiales diversos, los cargaderos, los puentes colgantes, los turnos, las faenas consensuadas ‘a destajo’ en los pozos, las jornadas a doblar, los descansos, los espacios circundantes al Colegio de La Minero (C.E.I.P. Valentín García Yebra) … y la enorme cantidad de tajos, lavaderos, maquinaria y medios de transporte al uso, sobre todo en la comarca lacianiega.

La relevancia de este práctico monocultivo en algunas poblaciones originó un aumento en las tareas de extracción de mineral, así como un efecto de arrastre en otros sectores y su contribución al VAB provincial industrial (en torno al 4,5% recientemente, tras una reconversión casi integral y considerando solamente la estricta parcela carbonera de la Minero). Ejemplo de ello son las cifras determinantes correspondientes al ejercicio de 2003 (ya en plena crisis de producción): aportación del 32% del carbón nacional (3,5% en relación al lignito), proporcionando empleo al 9% en el total de trabajadores mineros a nivel español… En cambio, ello conllevaría a largo plazo una dependencia negativa, que desembocó en una decadencia demográfica y una insuficiencia de perspectivas de futuro.

Dos carencias se presentaron, en un comienzo, ante unas favorables condiciones geoestratégicas y de tipo histórico (la rentabilidad de los yacimientos, avalada entre otros por el ingeniero José Revilla Haya). La también evidente dispersión de concesiones y el no interés o no disponibilidad de recursos suficientes, a una escala apreciable, por parte de la burguesía local. Además, el aislamiento de los yacimientos respecto al centro del país y su notorio alejamiento de la costa se erigían en obstáculos casi insalvables. No obstante, la visión comercial de negocio de un conjunto de acaudalados magnates madrileños y vascos, encabezados por José Luis de Ussía y Cubas (Conde de los Gaitanes), fue crucial al objeto de que se fundara una Compañía con un margen de desarrollo importante. De hecho, esta empresa se constituyó con un capital inicial de unos 30 millones de pesetas.

Ya se venía intuyendo desde principios del siglo pasado, en áreas de Laciana, Babia y la contigua de Cerredo-Degaña, que los filones descubiertos (por potencia, grosor y presumible grado de rendimiento) contaban con la consideración y real seguimiento por parte de varios inversores. Cuando estos se decidieron ‒en un plan previo de concesiones articuladas‒ a solicitar los pertinentes permisos, concurrían toda una serie de circunstancias que aconsejaban una acelerada puesta en marcha de las labores imprescindibles a realizar a ese fin: la finalización de la Gran Guerra (1914-18), con la consiguiente necesidad de materia prima y semielaborada en la posguerra europea y la apertura de los mercados (en este aspecto, baste exponer cómo el precio del carbón se triplicaría en poco más de dos años), la intervención decidida del ministro Francesc Cambó, conminando y alentando a los capitales a emprender acciones en este apartado tan relacionado con el progreso y la mecanización e industrialización, la preferencia gubernamental por la utilización del material humano, la anterior integración ferroviaria de Ponferrada en el sistema de programación de intercomunicación ferroviaria estatal.

Esto culminó con la creación de la sociedad Minero – Siderúrgica de Ponferrada (M.S.P.) en 1918, que inmediatamente abordó la construcción del ferrocarril Ponferrada – Villablino (conditio sine qua non a los efectos de dar salida regular a la producción estimada desde la cuenca lacianiega hacia Ponferrada). Este enclave neurálgico se correspondía con el centro a partir del cual era distribuido el carbón camino de los puertos de Galicia y hacia la Meseta, y asimismo se erigiría en función de enlace en una línea ferroviaria ‒ que unía la Estación del Norte de Ponferrada, con sendos ramales al oeste (Caboalles) y al este (Villaseca)‒ dotada con un tren combinado de vía estrecha (de pasajeros y mercancías, amén de correo), que empleaba 3,20 horas en completar el trayecto. La magna obra quedó terminada en un tiempo récord de apenas 11 meses por la decidida intervención estatal. Es a partir de este momento cuando Ponferrada se transformará finalmente en indiscutible capital de la región, experimentando un crecimiento y avance o salto cualitativo sin parangón.

La M.S.P. iniciaba así una desbordante y dinamizadora actividad que incidiría de modo notable en la vida del Bierzo entre 1918-1921, trayendo la electricidad con la construcción de la primera central térmica en 1919 (instalación que prestaba servicio a sus actividades y que, con la remodelación de 1929, completó su expansión y produjo energía para la población y el mercado). El conglomerado creado (en el que se incluía un par de fábricas de aglomerado, una de briquetas, dos centrales termoeléctricas, la participación en la explotación hidroeléctrica, el traslado de viajeros y otras mercancías, el suministro doméstico y comercial de carbón, el frustrado intento de fundir y/o exportar el hierro procedente del Coto Wagner) se convertiría en la primera empresa del ámbito regional berciano. El Bierzo y las áreas carboníferas ‒y sus aledaños, en menor proporción‒ comienzan, de esta guisa, a incrementar su población.

Fundamentalmente, en las fases preliminares, este fenómeno es favorecido por saldos migratorios positivos, compensando sobradamente el transitorio lapso de mortandad o morbilidad exagerada del «mal de moda» o epidemia de gripe de 1918.

Es esencial referirse a la trayectoria o avatares por los que discurrió la existencia de la Minero. Aunque habría que fijar varios períodos pormenorizadamente, por cuestión de concreción conviene simplemente establecer cuatro intervalos esenciales: El que inauguró el recorrido de la sociedad mercantil es el comprendido entre las dos guerras mundiales, conflictos bélicos que requerían muchos recursos (incluso destinados a la reconstrucción, tras las devastadoras campañas militares). En el espacio delimitado entre la fundación del Grupo carbonero y 1940 se llevó a cabo un proceso de crecimiento controlado y de consolidación. A título de muestra baste destacar que, a la conclusión de nuestra Guerra Civil, su plantilla ascendía a unos 1 300 (entre obreros y especialistas-productores).

La segunda época va desde la década de los 40 hasta el principio de los 60. La expansión, en este caso y en líneas generales, es constatable y paulatinamente se amplían las ubicaciones (con ciertas adquisiciones, en una estrategia de alcanzar la máxima preponderancia). En el año 1960, por tanto, se documenta estadísticamente la pertenencia en nómina, a la sazón, de una masa laboral compuesta por alrededor de 4.000 trabajadores.

El posterior intervalo transcurre entre el 1960 y la mitad de los 70. Dos datos opuestos llaman la atención: el volumen de 6 000 personas empleadas y reflejadas en anualidades ‘exitosas’ y deficitarias y, a la vez, tanto la necesaria aceptación de la internacionalización del comercio de insumos naturales mediante acuerdos, el acontecimiento esencial de los cambios en el precio del petróleo y su relativa preferencia en comparación con nuestro combustible fósil, como la implementación indiciaria de un régimen de ayudas y subvenciones a concurrentes ya nacionalizados (o asumiendo sus pérdidas organismos públicos ‘ad hoc’, sobre todo en cuanto a las imperiosas y desastrosas contingencias por las que atravesaba Hunosa).

En esta tesitura hubo que aguardar hasta el 1993 para que se plasmara la auténtica deriva dramática e insostenible del negocio montado en torno a la MSP. Y entonces se verificó la declaración de quiebra y empezó simultáneamente la comprobación de la compleja coyuntura a afrontar. Se tomaron medidas (que, incluso, se habían propuesto precedentemente) mas no dieron el fruto apetecido. Entre otras decisiones extraordinarias figuran el lanzamiento de una operación «acordeón» de financiación, la segregación efectiva de la Mina La Camocha (que se había integrado, en cuanto a su presunta viabilidad, habiendo resultado ya absorbida en el conjunto privado en el 1967). Esta reacción ‒que conllevaba unos interesantes intentos de reflotar el holding empresarial establecido‒, aderezada con la amenaza sindical y las consecuencias desastrosas en un marco geográfico sin otras fuentes de rápido crecimiento, originó una política de ayudas, subvenciones y planificaciones bienintencionadas sin horizonte de permanencia.

En el año 1994, en un escenario de acuerdos europeos, se buscó agotar las restantes opciones y el personaje e ingeniero especialista leonés Victorino Alonso, experto conocedor de la clase de problemas a resolver y metas a alcanzar, se encargaría de los entresijos de la intrincada misión encomendada. Poco a poco su errático e inconveniente talante le iría generando antipatías y enemigos: las marchas organizadas por la parte social (recordemos la fuerte implantación de este fenómeno de participación en la minería no metálica, cuyo exponente radical provenía de la pasada eclosión de las Comisiones Obreras), una táctica de enfrentamientos y judicialización de su conducta, el poco respeto hacia el medio ambiente y normas ligadas al mismo (denuncias ecologistas, vgr.: en los contornos o entornos de los cielos abiertos, con ‘El Feixolín’ de referente), la omisión en el cumplimiento de reglamentos o compromisos respecto a la restauración… le condujeron a un «callejón sin salida», donde prosigue en su terreno personal. Estas y otras vicisitudes anunciaban el término de la minería energética intensiva y la inaplazable mudanza dirigida a otro concepto: «de conservación» o «de reserva».

En el año 2008 se reestructuró la amplia gama de sociedades de Vitorino y se subsumieron las tradicionales bajo la denominación de Coto Minero del Cantábrico (CMC), transmitiéndose adicionalmente una sensación de diversificación controlada a otros cometidos (obra pública y privada, construcción, máquinas-herramientas, transportes industriales o específicos…). No cabe indicar que ello se saldó con una magra cosecha: una huida hacia adelante sin estudios prospectivos solventes.

El insigne don Marcelo Jorissen Braecke, apodado ‘El Belga’ por su procedencia o linaje, se constituyó a manera de un depositario de buena parte del iter histórico de La Minero. Dirigió sus destinos durante décadas y su impronta quedó grabada en sus particulares anales, de forma indeleble, contribuyendo así a lograr una imagen de seriedad, rigor y gestión destacada en la zona en que actuó. Era un técnico consagrado a su ardua faena de materializar unos métodos, en el campo laboral, modernos y racionales. Se reseñan todavía, popularmente, las relevantes propiedades que acumuló: en el llamado Camino Negro (El Toralín) o en Flores del Sil, cediendo una superficie de consideración a los efectos de edificar (conforme a un singular proyecto, que no se ejecutó al completo) medio millar de viviendas en el Poblado (sito en un extremo del Barrio del Temple, de la cabecera del Bierzo, y acondicionado habitacionalmente en el 1958). Estas viviendas, con sus carboneras exteriores o en el hueco de escalera acondicionado, se conserva cual vestigio de una sociedad actual que no debe renegar nunca de las costumbres de sus mayores.
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