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Aprendamos de los niños

15/06/2022
 Actualizado a 15/06/2022
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Con el calor me pasa lo que a algunos bombones, que debo retirarme hasta que pase. Nos balanceamos en la hamaca en El Aleph. Me pregunta por el pájaro que, con vuelo corto, ha cruzado del seto a la rama. ¿De qué color era? Marrón. Y tenía la cola naranja. Un carbonero macho. Le respondo. Yo me adormilo. Pero él no deja de mirar. Igual que Matías Martín en La Colmena, de Cela, también él es inventor de palabras. Fíjense en esta. Papá ¿te imaginas que tiráramos una bombita e hiciera un agujero en el suelo que pasara al piso de abajo? ¡Vaya lío! Exclamo. Pero no ha terminado ahí, se ha quedado cavilando y yo lo observo, como si pudiera ver su pequeño cerebro trabajando a toda máquina. Papa ¿te imaginas que en lugar de a un piso sólo, el agujero pasara a cien pisos? ¡Qué barbaridad! Entonces se gira, me sonríe y me revela: Eso sería un «rascasuelos», porque es para abajo, no hacia arriba como los rascacielos. Alucino y él se ríe a carcajada, sabe que me ha sorprendido y eso le encanta.

Les hablo hoy de León porque no habrá semana que viene. En realidad, hablo de los niños, de su admirable capacidad de aprendizaje y, más maravillosa, de la alegría con la que aprenden, de la ilusión con la que suman una nueva pieza del puzle –canciones, números, letras, señales de tráfico, países, palabras, sobre todo palabras, las palabras lo son todo–, de sus ganas insaciables de saber. Me asombra y entristece pensar que luego, al crecer vamos perdiendo ese júbilo por conocer. Me asalta la melancolía cuando recuerdo el día que aprendí a hacer el nudo de las zapatillas, eufórico, como quien sale vencedor de un combate; o la tarde en la que en ‘las eras’ aprendí a silbar con los dedos y me quedé afónico por no querer parar; siento no poder recordar el día que aprendí a leer, sin duda el día más importante y decisivo de mi vida, pero sí recuerdo que fue la madre Begoña quien me enseñó a unir las letras en la cartilla.

No sé qué diablos nos pasa después, pero es como si el mundo dejará de lucir con colores vivos y se cubriera con una capa de gris o, más bien, será que se nos pone el gris en la mirada al ir creciendo, como una catarata de aburrimiento. Aprendamos de los niños a seguir aprendiendo.

Me despido de ustedes, agradecido por leerme cada miércoles. Cuídense, prueben a sonreír cada vez que aprendan algo y sean buenos. Me despido cantando con mi querido amigo Aute: «Y el fin no es el fin, porque no acaba lo que no empezó».
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