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Aplausos y cartillas

02/08/2020
 Actualizado a 02/08/2020
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Puede que lo de la Presidenta de la Comunidad de Madrid con el asunto de las cartillas sea lo que Freud llamaba un «acto fallido» y le quedó por agregar que se refería, dados los tiempos que se insinúan, a las de racionamiento. Nunca se sabe con qué fin utiliza el lenguaje la gente que manda. A lo mejor lo hace inocentemente, pero cuesta aceptarlo sin titubeos. Un amigo mío dice que Ayuso siempre le ha recordado a las vampiresas que embrujaban y seducían al lechuguino de Jonathan Harker en el Drácula de Coppola, y la verdad es que a la mujer no le faltan avidez ni desparpajo. Tampoco vamos a centrar el foco exclusivamente en ella, porque la salva de aplausos que le dedicaron sus huestes a Sánchez, caminando con garbo sinuoso por los pasillos del Congreso, es para hacérselo mirar: parecía que venía de recibir un Grammy tras interpretar I’ve Got A crush On You con Barbra Streisand. Este amigo mío, por cierto, dice que siempre ha visto a Sánchez como un crooner capaz de embrujar a las feministas más correosas, aunque ese papel igual había que asignárselo a Iglesias, pues ya se sabe que la verdad es muy dada a elevarse en los templos. Estamos en una época tonta y misteriosa, qué le vamos a hacer, pero en todos los sitios se cuecen habas, y si no que se lo digan (me refiero a quienes no les votaron) a los pobres ciudadanos que sufren a Putin, Trump o al inefable Boris Johnson. Vaya trinidad siniestra. Eso sin ir a China, donde no me digan que la mezcla de comunismo y capitalismo provoca un escalofrío glacial de cuello para abajo. Incluso, poniéndonos estupendos, no deberíamos olvidar que la hoy tan elogiada Merkel nos clavó a fondo el ataúd económico durante la Gran Recesión y que hasta Churchill, venerado hasta la sociedad por tanto intelectual de tiros largos, contribuyó notablemente al sangriento desastre de Galípoli. Gobernar es cosa harto difícil, querido lector. Quien tiene la sartén por el mango está a otras cosas y no suele dejarse ver. Los demás andan por ahí como titiriteros y cuentistas de zoco, sonriendo rumbosos o soltando disparates, pero es a nosotros a quienes nos corresponde examinar lo que dicen y hacen con escrúpulo crítico y tenaz. O expresado de otra manera: saber cuándo nos engañan vilmente, o cuándo nos están vendiendo humo.
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