Antonio Gaudí vs Le Corbusier (piedra contra hormigón)

Por José María Fernández Chimeno

José María Fernández Chimeno
03/05/2023
 Actualizado a 03/05/2023
Pabellón alemán de la Exposición Universal de Barcelona (1929) de Mies Van der Rohe. | L.N.C.
Pabellón alemán de la Exposición Universal de Barcelona (1929) de Mies Van der Rohe. | L.N.C.
«La construcción de cemento armado ha determinado una revolución en la estética de la edificación. Mediante la supresión del tejado y su reemplazo por las terrazas, el cemento armado conduce a una nueva estética del plano desconocida hasta ahora. Los redientes y recesos son posibles y llevarán de aquí en adelante el juego de luces y sombras, no ya de arriba abajo, sino lateralmente, de izquierda y derecha».
[Le Corbusier, ‘Hacia una Arquitectura’ (1923) / Colección Poseidón- Apóstrofe]


Entre los escasos escritos que Gaudí dejó en negro sobre blanco figura su ‘Cuaderno de notas’ (1878). En el capítulo sobre ornamentación se menciona en varias ocasiones el hormigón: «Los romanos, que necesitaban grandes edificios, no vacilaron en emplear las máquinas de aquel entonces en la construcción de sus termas y circos, esto es, los esclavos, que no pudiendo su misma organización militar tener artistas, en gran abundancia aplicaron la fábrica de mampostería y hormigón […] La construcción económica de nuestra época, indudablemente, es el hormigón para los macizos y, para cubrir, el empleo de bóvedas tabicadas de varios gruesos, según la luz y demás condiciones de resistencia». (‘Antonio Gaudí. Escritos y documentos’ / El Acantilado – 54)De todo lo dicho hasta ahora se da a entender que Antonio Gaudí, recién salido de la Escuela Universitaria de Arquitectura de Barcelona, en 1878, ya tenía conocimientos e inquietudes hacia la «nueva arquitectura», que arquitectos como Le Corbusier convertirían en su seña de identidad. ¿Por qué Gaudí se resistió tanto a aplicar el hormigón en sus edificios? La idea más difundida por los arquitectos contemporáneos es la que el padre de la arquitectura moderna, Le Corbusier, declaró sin tapujos, al catalogar a Gaudí «como un arquitecto de oficio y constructor de piedra».Sus detractores explican que mientras Gaudí levantaba el templo de La Sagrada Familia, una catedral construida con piedra y hierro fundido de forma artesanal, la escuela de Chicago establecía los criterios de lo que sería la arquitectura moderna. Recordar que, tres años después de la muerte de Gaudí, en el año 1929, se construía por Mies Van der Rohe, el ‘Pabellón Alemán’ de la Exposición Universal de Barcelona en acero, vidrio y hormigón armado. Y, sin embargo, cuando Le Corbusier explicaba que «La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de felicidad» no difiere mucho de lo que Gaudí había enunciado casi medio siglo antes en su escrito sobre «La casa pairal: la casa debe ser el lugar donde se formen seres fuertes y sanos y dotados de entereza de carácter»…, y cuando la ‘Casa Milà’ (La Pedrera) (1906-1912) de Gaudí culmina en una tendencia orgánica inspirada en la naturaleza, Frank Lloyd Wright sitúa en el centro de la arquitectura al ser humano y la naturaleza, con su obra orgánica ‘La casa de la cascada’ (1934).Ejemplos de que el arquitecto de Reus tenía un sentido innato de la geometría y el volumen, y fue más allá del modernismo ortodoxo, creando un acervo personal basado en la observación de la naturaleza. Consecuencia de ello es la utilización de formas geométricas regladas, como el paraboloide hiperbólico, el hiperboloide, el helicoide y el conoide. ¡Un escultor de formas no convencionales, con un trabajo tan singular que, sin crear un «estilo propio», auguró el potencial geométrico de la obra de hormigón armado para otros arquitectos como Torroja o Candela!Ahora cabe preguntarse: ¿Acaso se estaba gestando un estilo para el «hormigón armado» en la arquitectura? El nuevo material, ávido de conquistas, no tenía todavía una etiqueta precisa como artificio de construcción, pero, según A. de Baudot –heredero del espíritu de Viollet-le-Duc y primer apóstol del racionalismo–, el cemento armado permitía o facilitaba despojarse de «todo equipaje de las formas del pasado» (‘L´architecture et le ciment armé’ / 1905), y liberarse del eclecticismo que solo conducía a la confusión en la arquitectura del siglo XX; y, sobre todo, es el dinamizador de la arquitectura de autor: Le Corbusier, Nervi y Freyssinet irían en esa línea.

Aunque, sin haberle encontrado un «estilo propio» al nuevo material, en opinión de D. P. Billington, el hormigón armado supo adaptare a la tradición constructiva de cada país, y «… la escuela española, con autores como Gaudí, Torroja o Candela, sería más propensa al énfasis espacial (formas geométricas regladas) y a los efectos de finura, ya presentes en la tradición de la bóveda catalana». Le Corbusier, quizá por todo ello, insiste en el alegato sobre la geometría, en el lenguaje esencial para el nuevo hombre: «Hemos constatado que el maquinismo se basa en la geometría, y podemos concluir que el hombre no vive, en suma, más que de geometría, que esta geometría es su propio lenguaje […] Hoy en día, disponemos de los medios para seguir magníficamente esta ascensión hacia la geometría gracias a la invención del cemento armado […] Nos encontramos en posesión de un medio ortogonal que ninguna época ha poseído jamás, un medio que nos permitirá utilizar la geometría con el elemento capital de la arquitectura».
(Le Corbusier, ‘L´Esprit nouveau en architecture’. Paris, 1925)

Estas declaraciones se realizaron un año antes de la muerte de Antonio Gaudí (1926). A tenor de lo expuesto, es fácil considerar que el genial arquitecto estaba condenado a entenderse con el nuevo material; máxime cuando la primera cementera de Cataluña había sido fundada por su amigo y mecenas Eusebí Güell (Castellar de N’Hug, 1904) [ver artículo en LNC, titulado: ‘Antonio Gaudí y Míster Güell’ (28-01-23)], en 1901 a través de la compañía Asland de fabricación de cemento Portland. Por consiguiente, Antonio Gaudí ya había comenzado a experimentar con el hormigón, aplicándolo en la Casa Milà, el Park Güell y la Cripta de la Colonia Güell; pero será a partir de 1918, cuando el material es ya habitual en las edificaciones de Barcelona, que en el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia –según afirma Cesar Martinell, otro de los grandes biógrafos de Gaudí– «este abandonó la idea inicial de resolver las bóvedas de la Sagrada Familia con paraboloides (arcos parabólicos, como los pergeñados en la «maqueta funicular» para la Iglesia de la Colonia Güell) para pasar a hacerlos con hiperboloides al descubrir las posibilidades crecientes del hormigón armado».

Las primeras piezas de las que se tiene constancia son los pináculos de la Fachada del Nacimiento, pues, un año antes de su trágico accidente, el «campanario de San Bernabé» era construido con un importante núcleo de hormigón armado, siendo finalizado en la Navidad de 1925. Aun así Gaudí acabaría pasando a la historia como «un constructor de piedra».

Le Corbusier, cuyo eslogan es «Hay un espíritu nuevo; es un espíritu de construcción y de síntesis guiado por una concepción clara», se sinceraba, en 1929: «Lo que vi en Barcelona es la obra de un hombre de fuerza, de una fe, de una capacidad técnica extraordinaria, manifestada durante toda una vida de cantero, de un hombre que hacía tallar las piedras ante sus ojos sobre líneas verdaderamente muy pensadas». (Gaudí / 1958. Prólogo de Le Corbusier, ‘Encuentro con la obra de Gaudí’).
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