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Años difíciles

03/04/2019
 Actualizado a 08/09/2019
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En tiempos de la transición, con el referéndum, las elecciones, el renacer de los partidos políticos o la llegada del comunismo, arrancó la evolución desde los años difíciles, a lo que somos, tenemos o nos merecemos.

Con Carrillo, vino el comunismo de verdad, que alcanzó algunas cuotas de poder, después de amoldarse a lo que se dio en llamar el «eurocomunismo». Versión italiana de Enrico Berlinguer, que contrastaba con la de Alvaro Cunhal, en Portugal.

Los franquistas se fueron organizando y, otro tanto, los nuevos y viejos partidos: AP, UCD, PP, PSP, PSOE y otros que no recuerdo. Los españoles extrañaban la falta de un partido de extrema derecha, como el Front National, de Francia, o la Liga Norte, de Italia. Pero ninguno se definía como tal –salvo Blas Piñar, que no dio la talla–. Sin embargo, franquistas había a manta y, más por oportunismo que por cualquier otra razón, se colaron en donde la ocasión se presentaba.

En el extremo opuesto, la ebullición de una extrema izquierda romántica y bullanguera, que quería cambiar el mundo con la dictadura del proletariado. Además del PC de siempre –el de Carrillo– estaban el PT, la ORT, la LC, el PCP, PCT, la Oposición de izquierdas –OPI–: pro soviéticos, leninistas, trotskistas, maoístas, estalinistas y así… También nacieron ‘los curas comunistas’ en los barrios obreros –García Salve y otros muchos–.

Con todo, la democracia era más sana y auténtica. Los políticos no habían tenido tiempo de afanar. Juan Guerra lo hizo por unas ciento y pico mil pesetas. Calderilla, comparadas con los millones de los Eres de Andalucía, los fondos de Bárcenas, Roldán, los Pujoles o la financiación de Podemos, con el dinero de las dictaduras amigas, que les sirven de referente.

Pero, como las margaritas en primavera, aquellos utópicos partidos comunistas, se marchitaron –salvo los residuales remasterizados en Podemos– a sabiendas de su imposible proyecto. Ante ellos ‘el mercado’ y el capitalismo salvaje. Una corriente a la que pertenecen los partidos políticos, verdaderas empresas, que trafican con votos convertibles en euros y empleo. Es tiempo de promesas. Si sólo uno de éstos hubiera cumplido lo que promete, España sería un paraíso y, la realidad, es que cada vez estamos más lejos de serlo.
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