Año y medio buscando a Diana Quer

Desde su desaparición el 22 de agosto de 2016 se sucedieron diferentes hipótesis y posibles escenarios. Pero la investigación nunca se detuvo, y ahora los agentes han localizado el cuerpo sin vida de la joven en una antigua fábrica de madera

L.N.C.
31/12/2017
 Actualizado a 18/09/2019
La madre de Diana Quer muestra una imagen de su hija el día en que se denunció la desaparición. | ABC.ES
La madre de Diana Quer muestra una imagen de su hija el día en que se denunció la desaparición. | ABC.ES
La desaparición de la joven madrileña Diana Quer ha sido uno de los casos más mediáticos y seguidos por la opinión pública de los últimos años. Todo comenzó en las Fiestas do Carme dos Pincheiros, en la localidad coruñesa de A Pobra do Caramiñal, en la orilla norte de la Ría de Arousa. La chica, de 19 años, no regresó a su casa tras haber asistido con unas amigas a la verbena la noche del 22 de agosto. A la mañana siguiente saltaron todas las alarmas conforme van trascendiendo detalles: su último mensaje de Whatsapp a unas amigas de Madrid hacía referencia a que en su regreso a pie a casa alguien la habría intimidado diciéndole «morena ven aquí».

No trascendió más información, pero desde ese momento se puso en marcha una investigación que, con altibajos en su intensidad por las dificultades que se fueron encontrando, nunca se frenó hasta este 29 de diciembre, en el que la Guardia Civil detuvo al principal sospechoso, si bien no fue por estos hechos sino por otro intento de agresión a una joven el pasado lunes, que guarda notables paralelismos con lo que pudo pasarle aquella noche a Diana.

En la horas siguientes a la desaparición se activaron batidas vecinales y de efectivos de Protección Civil en los montes próximos a A Pobra do Caramiñal, sin que se encuentre el más mínimo rastro. Los agentes no dudaron en decretar la desaparición como de alto riesgo. Y en mitad del revuelo inicial, irrumpe la disputa de los padres por la custodia de la hija pequeña del matrimonio -divorciado desde hacía varios años-, Valeria, lo que añade al drama de la desaparición innumerables -e innecesarios- detalles sobre la convivencia familiar. La esperanza de Diana López-Pinel de encontrar a su hija con vida contrastaba con el realismo de su exmarido, Juan Carlos Quer: «No soy un ingenuo; sé que las expectativas de encontrar viva a mi hija no son las mejores».

La reconstrucción de los hechos fue esbozando un primer relato de los hechos. Al filo de las 2.30 de la madrugada Diana se despidió de su grupo de amigos en el centro de A Pobra aquel 22 de agosto y unos minutos más tarde dos testigos fiables la vieron caminando por delante de una pizzería ubicada al final del núcleo urbano de A Pobra. Se trata del único itinerario de vuelta a su casa, lo que hace pensar que su intención era regresar andando, como le había comunicado a su madre una hora antes a través de un mensaje. Los investigadores también tuvieron presente que Diana no comentó a ninguna de sus amigas, ni del pueblo ni de Madrid, que tuviese una cita con nadie, algo que no encajaría con su personalidad. Tampoco llevaba encima ni dinero ni su DNI, aunque sí su copia de las llaves de casa, por lo que cobra fuerza la hipótesis de que alguien se cruzó en su camino de forma inesperada.

El primer dato relevante en la investigación lo marcaba el móvil de Diana. Los postes de telefonía detectaron un movimiento a gran velocidad desde A Pobra hasta el puente sobre la ría, en dirección hacia Padrón por la autovía del Barbanza. Allí se apagaba su señal tras el agotamiento de la batería. La conclusión inmediata es que iba en un vehículo, lo que de nuevo disparó las especulaciones. Bajo ese puente, en el fango, un mariscador encuentra semanas más tarde, a mediados de octubre, el teléfono de la joven. El estado del terminal, un iPhone 6, es desvelado en exclusiva por ABC.

A partir de aquí comienzó el rastreo de quién vio a Diana por última vez en su camino a pie de regreso a casa. Dos personas declararon haber visto a la desaparecida montarse en un coche con un hombre «de mala pinta» en el puerto de Taragoña, a unos 15 kilómetros del punto donde se pierde la conexión con la chica. Esta línea de investigación ocupó varias semanas de trabajo, pero no condujo a nada. Llegó a haber incluso un hombre identificado -y se le tomó declaración hasta en un par de ocasiones-, aunque nunca fue calificado como sospechoso por la falta de indicios. Los investigadores no lo sabían, pero acababan de dar con «El Chicle», quien un año más tarde acabaría siendo detenido.

Taragoña aparece en la ecuación imposible de la desaparición. ¿Qué hacía Diana allí? ¿Cómo llegó? ¿Dónde fue desde allí? Esta parroquia de la localidad de Rianxo queda bajo el foco de la Guardia Civil y se escrutan al milímetro todas sus viviendas. Se cree que en una vivienda de la zona puede haber respuestas a las incógnitas del caso. Pero por más preguntas que se hacen, no se da con resultados definitivos que hagan avanzar las pesquisas de manera contundente.

Con algunos elementos confirmados como el teléfono móvil, un coche y un trayecto por la autovía del Barbanza, los agentes comienzan a darle forma a una investigación policial que se complica por momentos. Intentan rastrear móviles asociados a vehículos que pasaran en el entorno horario de la desaparición de la joven por el puente sobre la ría. Los resultados son desesperanzadores por su ingente número de posibilidades. Las conexiones telefónicas se miden por miles. Las cámaras de vigilancia de A Pobra no aportan nada, y las de la autovía se demuestran como inservibles durante la noche: apenas captan faros en movimiento.

Las dudas del móvil

En paralelo al rastreo de Taragoña aparece el teléfono móvil, que abre un nuevo abanico de posibilidades. ¿Conocería Diana a su captor y habría hablado previamente con él por teléfono? ¿Habría rastro de ADN en el terminal? Todas las esperanzas fueron en vano, por más que alrededor del iPhone 6 de Diana se tejiera toda una red de especulaciones sobre su contenido, encriptado, registro de llamadas...

Lo que sí avanzaba era la tarea puerta por puerta de la UCO, una unidad volcada en la investigación del caso. El cotejo de nombres e informaciones va dando forma a los primeros sospechosos, algunos de ellos con antecedentes. Incluso llegaron a pincharse teléfonos móviles y realizar seguimientos a vehículos, que no fructificaron en nada. En total, más de doscientos testigos y miles de matrículas y teléfonos revisados y comprobados.

En abril de este mismo año, con la investigación en un aparente punto muerto, el juez instructor de la causa -el titular del nº1 de Ribeira- decide archivar «por no existir en el momento actual indicios suficientes para dirigir el presente procedimiento frente a persona alguna determinada». La resolución judicial aclara que es «necesaria la continuación de la investigación de policía judicial», ya que se encuentran abiertas varias líneas de trabajo, y recuerda que en el caso de aparecer nuevos elementos, se acordaría la reapertura del proceso penal.

A partir de este momento se produce el silencio alrededor de la investigación. Los medios humanos destinados a la misma se reducen, pero la actividad no se detiene por completo. A otro ritmo, con más pausa, se siguen atando cabos, cerrando flecos que puedan aportar luz sobre un caso con demasiadas zonas de sombra. Cuando en agosto se cumplía un año, A Pobra veía la desaparición de Diana Quer como un mal sueño. Pero los investigadores tenían otra percepción: ya tenían la certeza de que «El Chicle» era el hombre al que buscaban. Solo necesitaban una chispa para prender la mecha de la detención. Y esa chispa se produjo este lunes, cuando el detenido presuntamente asaltó a otra joven en Boiro a punta de cuchillo para agredirla sexualmente e introducirla en el maletero de su coche.
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