Anna Netrebko canta el adiós de Franco Zeffirelli

La Arena de Verona rindió homenaje al director florentino con su aplaudida producción de ‘Il trovatore’ que este jueves proyecta los Cines Van Gogh

Javier Heras
20/11/2019
 Actualizado a 20/11/2019
Yusif Eivazof y Anna Netrebko en la representación de ‘Il trovatore’ con dirección artística de Franco Zeffirelli.
Yusif Eivazof y Anna Netrebko en la representación de ‘Il trovatore’ con dirección artística de Franco Zeffirelli.
En la historia de la escenografía, el nombre de Franco Zeffirelli ocupa un lugar de honor. El director florentino (1923-2019) desarrolló un estilo inconfundible durante 60 años de carrera en cine, televisión y teatro. Después de su adaptación de ‘La fierecilla domada’ en 1967, con Elizabeth Taylor, optó al Oscar con ‘Romeo y Julieta’. Heredero de Luchino Visconti, llevó a la máxima expresión sus ideas, con decorados monumentales, refinados e hiperrealistas, vestuarios de época, formas clásicas y, en general, un interés mayor por la pura estética que por los matices actorales. Ningún escenario se prestaba más a sus enfoques que la inmensa Arena de Verona, el coliseo romano donde estrenó al aire libre sus memorables ‘Norma’, ‘La Bohème’ o ‘Turandot’.

Tras su muerte a los 96 años, el pasado verano el famoso Festival italiano le dedicó su 97ª edición. Aparte de inaugurar su montaje póstumo de ‘La Traviata’, repuso su aplaudida producción de ‘Il trovatore’, de 2001. El escenario lo flanqueaban dos grupos de esculturas de guerreros en combate. En el centro, tres torres, símbolo de las pasiones de la tragedia de Verdi. La iluminación buscó el contraste entre el rojo –de la sangre, del fuego– y el azul de la armonía y la pureza.

Se agotaron entradas para las cinco funciones, incluida la que proyectarán Cines Van Gogh este jueves a las 20:00 horas. Más de 13.000 espectadores se reunían no solo para recordar al maestro, sino para presenciar el debut en Verona de la soprano más solicitada de este siglo. Anna Netrebko había dejado huella como Leonora en Berlín, Viena, París o Salzburgo. Emociona con su musicalidad, su tono oscuro, su cuidada técnica, su volumen… En el elenco –que, según el mítico Arturo Toscanini, debía reunir a «los cuatro mejores cantantes del mundo»– la acompañaron su marido y compatriota Yusif Eyvazov, convincente como Manrico, el barítono Luca Salsi y la veterana mezzosoprano estadounidense Dolora Zajick, quien ha anunciado que en mayo de 2020 se retirará en el MET neoyorquino, su segunda casa.

‘Il trovatore’ supuso el mayor éxito en vida de Verdi. Como ‘Rigoletto’ y ‘La traviata’ –las dos patas restantes de su trilogía concebida entre 1851 y 1853–, se interesa por las almas desarraigadas y el conflicto entre amor y familia, si bien no deja de ser un dramón de capa y espada. El público la adora a pesar de su libreto, un embrollo basado en el romántico gaditano Antonio García Gutiérrez (1836). El motor de la trama no es el trío amoroso entre el trovador Manrico, la noble Leonora y el Conde de Luna, ni tampoco la guerra civil por la corona de Aragón en el siglo XV. Lo fundamental es el deseo de venganza de la gitana Azucena, obsesionada con el asesinato de su madre a manos de la familia de los Luna. El argumento, repleto de situaciones extremas y coincidencias improbables, dio lugar a una parodia de los Hermanos Marx.

Sin embargo, le perdonamos sus defectos gracias a una música inspiradísima: el coro de los gitanos en la fragua (con la percusión del martillo y el yunque), la enérgica ‘cabaletta’ del tenor ‘Di quella pira’, las sombrías y sensuales danzas de la mezzosoprano… El compositor se encontraba en un estado de gracia, y firmó pasajes brillantes que condensan todos los estados emocionales, de la ternura al heroísmo o el odio. Por su correspondencia con el libretista, sabemos que el genio de Busseto pretendía un desarrollo continuo, «de una sola pieza». Pero Salvatore Cammarano era un hombre conservador, anclado al bel canto, e hizo lo contrario. Su estructura respeta a rajatabla la tradición de números cerrados.

Aun así, el maestro creó un profundo drama interior, y sin darse importancia. Su atmósfera nocturna, intrigante, invita a la tragedia, como en ‘Macbeth’. Verdi venía de sus repudiados «anni di galera», en los que había producido sin parar, y a los 40 años volcó su energía, su vida ajetreada, en la urgencia de una partitura que siempre va al grano. Los tempos son acelerados; las continuas sorpresas mantienen boquiabierto. Lo mejor sucede casi al final, en el acto IV, cuando el fúnebre ‘Miserere’ compagina cuatro planos: el canto exasperado de Leonora fuera del calabozo, la dulzura de Manrico en el interior (como tenor invisible), el siniestro coro y el toque de campanas, como golpes del destino. Un prodigio de imaginación sonora y escénica.
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