Imagen Juan María García Campal

‘Animales’ o un exabrupto ¿racional?

23/08/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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Uno comprende que cualquiera puede tener un mal rato, incluso un mal día entero. Uno entiende que a alguien le llegue la hartura de algo hasta ese lugar tan común como es la nariz. Claro que todo depende de dónde cada cual sitúe su presostato. Lo importante, en cualquier caso, es que la presión, o la pasión, no ofusque el raciocinio.

Digo esto, porque desde esta comprensión deseo comentar el artículo de opinión titulado ‘Animales’, firmado por Cristina Fanjul, publicado en el otro periódico provincial el pasado jueves, día veinte. Y reitero, deseo comentar. Comentar, porque contestar ya lo hace él mismo y no está en mi ánimo iniciar polémica alguna. Esta es mi opinión, no va más allá.

Que un artículo llamado de opinión, digamos crítica, se sustente, o lo pretenda, o simplemente contenga calificativos como: cursi, fascista, pamplinero (el que dice pamplinas), majadero (el que hace lo propio con majaderías), pijo (de ‘pijerío’, no del anatómico), petimetre, idiota e imbécil –no contabilizo el término progresista, porque se piense y pronuncie como quiera que sea es actitud que procuro mantener– dirigidos de manera directa, indirecta o circunstancial a quienes se pretende criticar –en este caso los defensores de los derechos de los animales– es, cuando menos, para darle la razón a la autora, y más después de haberla releído, en su afirmación de que «la razón está de capa caída».

Uno, faltaría más, puede creer lo que le venga en gana, pero me gustaría saber de qué proceso reflexivo se desprende su creencia en que «cuanto más se humaniza a un animal, más deshumanizas a los hombres». ¿Qué está entendiendo, o pretendiendo desvirtuar, al escribir humanizar?

¿Está reñido manifestarse por la vida de un perro con hacerlo también por la de un misionero? A no ser que se sea persona mono-tarea, o se esté incapacitado para más de una emoción-acción, no le veo la incompatibilidad por ninguna parte. ¿Qué sería de mí sin los perros, gatos y otros animales? ¿Qué sin él o los misioneros?

Coincido, no obstante, con la autora en parte de otra de sus afirmaciones. En la que dice: «Lo malo es que hemos entrado en un bucle –interpreto que se refiere al significado informático y servidor ni ha entrado en él, ni nadie le ha metido– en el que parece que todas las opiniones son respetables». En esta última parte de su frase, ya ven, sí estoy de acuerdo. Las que son respetables son las personas, pero no las opiniones, ni las creencias en sí mismas. Por ello cuando digo que el artículo que comento no me parece en absoluto respetable, no me refiero para nada a su autora. Es más, su supuesta opinión no me parece ni una opinión, pues no está argumentada. Más me parece una rabieta, un, si acaso, exabrupto más pasional que racional. Pero continúo, argumento.

Está claro que los animales no tienen derechos civiles –no son ciudadanos– pero sí tienen derechos, se los ha atribuido la civilidad, la sensibilidad humana, su progreso basado en el conocimiento científico y sí aún así no fuera –que lo es (Declaración Universal de los Derechos de los Animales (Unesco)– nada ilegítimo o ilícito habría en proponer y luchar por una atribución o ampliación de los mismos; más, cuando debido al, repito, progreso del conocimiento humano se sabe que los animales no sólo sienten y sufren (verbi gratia: «Ética y bienestar animal», Agustín Blasco, Ed. Akal), sino que, por ejemplo los perros, sienten el dolor de las personas, de los humanos, y buscan aliviarlo (Dras. Deborah Custance y Mayer Jennifer, Departamento de Psicología de Goldsmiths, Universidad de Londres). Tampoco tiene derechos una obra de arte o un bien cultural y se considera una salvajada, por humano autor que tenga, su destrucción (la ciudad de Nimrud este mismo año, sin ir más lejos).

Es lo humano luchar, progresar, conquistar derechos no siempre reconocidos, para uno y para cualquier ser vivo del que se conozca su capacidad de sentir dolor físico e, incluso, emocional, por un mundo mejor y una mejor humanidad y civilización. No son equiparables, lo sé, pero, a modo de ejemplo, no fue hasta 1537 que la Iglesia, Pablo III en su bula ‘Sublimis Deus’ declaró: «…consideramos sin embargo que los indios son verdaderos hombres…». No hasta el 1 de diciembre de 1955 que Rosa Louise McCauley, negra, comenzó a conquistar su asiento y su derecho a él en un autobús de blancos. No son los derechos, humanos o animales, gracia divina, son conquista humana, no de toda la humanidad que los posee, no, sino de la mejor parte de ella (café para todos, pero en la cafetera siempre menos).

Ser partidario de los derechos de los animales (animalista es otra cosa y el Drae ya es gratis, está en línea y los que escribimos en medios públicos, creo, deberíamos cuidar el lenguaje, que es arma que carga la intención) no significa despreciar, pasar y, aún menos, no reivindicar el justo desempeño de los derechos humanos, de adultos o de la infancia, por cualquiera de nuestros congéneres. Esa simplista identificación-exclusión, si no se debe a un mal rato, a un mal día, a un impulso o a una falta de reflexión; si está pensada, es, me parece, de una obscenidad intelectual de todo punto lamentable y condenable. Esperable, como mucho, en el más ínfimo de los programas amarillos o rosas que –se dice y se nota– tanto abundan.

¿Cómo no va a estar de capa caída la razón? Pero, ¿ha leído la autora su propio texto? «Es complicado enfrentarse a la humanidad como concepto porque para ello hay que sumergirse en nuestro interior y gestionar los demonios que vamos encontrando». Soy yo, y ella es, humanidad. No me enfrento a ella, la conformo, la transformo, la construyo, a mejor o a peor, en más o en menos, con mis actos. Pero en mi interior no la hallo –podré reflexionar sobre su historia-, en mi interior me encuentro a mí mismo en relación con ella, demasiado grande, o en relación con mis próximos, con mi entorno, con mi área de influencia. La humanidad no es un concepto inamovible, es dialéctica pura, puro movimiento. Movimiento de evolución y progreso, o de regresión e involución, que de todo hay en los humanos que la formamos, porque opta cada cual por una de las posibilidades, inconsciente o voluntariamente. Dejó dicho Sartre que «el demonio son los otros», quizás sí, pero eso no excluye que, a veces, lo seamos nosotros mismos.

Escriba cada cual de sus pareceres, sobre todo, sobre los actos de los demás, pero hacerlo sobre sus intenciones, efectuar atribuciones y exclusiones generales me parece una temeridad difícilmente argumentable y sostenible.

Pero en fin, discúlpenme ustedes y discúlpeme la autora, todo esto quizá sólo sean cosas de un cursi, un fascista, un pamplinero, un majadero, un pijo, un petimetre, un idiota, un imbécil que, conste, se puso a escribir estos comentarios procurando ser un ciudadano progresista al que algunos silencios –no puedo estar todo el día al teclado, tengo la mala costumbre de comer todos los días– le parecen cómplices. ¡Haya salud! ¡Con raciocinio!

Juanmaría G. Campal y Jotacé, su gato.
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