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Ángel Suárez Ema, leonés

21/02/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Amenos de un mes –el 18 de marzo próximo será Viernes de Dolores– la Semana Santa de León volverá a enmarcar el protagonismo social, religioso y popular de la ciudad. Y, como se prevé y viene constatándose, lo hará –y no es caer en la exageración fácil y a favor de intereses–en todos los sentidos y en la mayoría de los ámbitos porque, en la práctica, nadie –sea cual fuere su postura y condición– se siente ajeno o al margen de cuanto comporta su especial y abierta celebración en la capital leonesa.

Habrá, como es natural, quien esté de acuerdo con la conmemoración y sus ancestrales motivaciones y tradiciones, y habrá quien, cargado de argumentadas causas y distintos postulados, disienta de manera radical. Ahora bien, la Semana Santa es, en estos momentos, la época más bonancible y requerida del año desde cualquier ángulo que se diseccione y analice. Los números –si de esta fría y simplona manera se puede resumir el hecho– están ahí.

No obstante, para que ello haya sido posible, para que en los inicios de este nuevo siglo de luces y sombras la Semana Santa continúe siendo fiel heredera de los, en tiempos atrás, trabajos y esfuerzos de docenas de leoneses, de cientos de personas anónimas que se entregaron sin excusas para engrandecer las jornadas pasionales, ha tenido que haber algo más. Siempre lo hay. Gente especial, responsable y con carisma irrepetible, que llevaban a León y su cautivadora idiosincrasia sobre la piel. Cosido. Como si se tratara de un tatuaje de amor y tintas permanentes.

Uno de ellos fue –es tan ineludible como de justicia decirlo– Ángel Suárez Ema, otro de los grandes olvidados que ha dado esta tierra, a veces fértil y a veces misérrima para con sus hijos. A Suárez Ema, muy apegado a la tierra desde niño, le dolía León, sus gentes y sus circunstancias, algo que, como un mandato de rango superior le empujó a ser un hombre incansable y tenaz en cuanto a izar la bandera de sus creencias y sueños leoneses. Por naturaleza, inoculado desde su entendimiento más primario, León le marcó y él marcó a León desde que naciera en la capital del viejo reino el año 1895.
Dicen las reseñas bibliográficas que además de profesor –ejerció en tres centros docentes de la ciudad– fue, a la vez, escritor y periodista. Redactor de Proa, Diario de León y La Democracia, rotativo este último dirigido por Miguel Castaño Quiñones, que fuera alcalde de León hasta su detención y posterior fusilamiento en parajes de Puente Castro –sufrió consejo de guerra– el 21 de noviembre de 1936. Castaño fue otra de las víctimas absurdas e inexplicables de la insensatez y el odio, cuya memoria, por acuerdo plenario municipal de 31 de enero de 1980, se recuperó con la titulatura de la avenida leonesa que lleva su nombre y condición. Era regidor mayor en ese momento Juan Morano, que había tomado posesión el 15 de abril del año anterior.

Pero Suárez Ema fue más cosas. Y todas con el ímpetu y el respaldo de saberse leonés de raza y sentimiento. Sus tres perlas, ser abad de la cofradía de Minerva y Vera Cruz, concejal, y, al final, cronista oficial de la ciudad, nombramiento ratificado por el pleno del Ayuntamiento de 9 de febrero de 1961. Moriría unos años después, el 18 de julio de 1967, y, meses más tarde, el 4 de abril de 1968, las cofradías de la ciudad –a la sazón, Angustias, Jesús, Minerva, Santa Marta, Divino Obrero, 7 Palabras y Cristo del Perdón– colocarían una placa de piedra al lado de uno de los arcos de la Plaza Mayor –concretamente en el soportal que da acceso a la mítica calle de Matasiete y hace de frontera, a su vez, con la, en otras épocas, muy renombrada de Santa Cruz– en la que se fija la leyenda "Al Ilmo. Señor D. Ángel Suárez Ema, fallecido el 18 de julio de 1967 , en agradecimiento al que fue propulsor de las procesiones de Semana Santa Leonesa". El recordatorio, por cierto, se encuentra en un pésimo estado de conservación, abierto de un lado a otro, y muy sucio.

Transcurridos casi cincuenta años de su óbito, la figura de este leonés insigne ha quedado relegada, de una forma absurda, a un plano inferior. Apenas se le recuerda y las nuevas generaciones de papones, en general, no saben de él. Como si jamás hubiese existido. Y Suárez Ema –y hay que remitirse a los recuerdos que sobre él dictó, con probada gratitud y orden, su fiel apóstol Máximo Cayón Waldaliso– fue un lujo como intelectual y un caballero sin tacha. Brillante y minucioso en todo lo que hacía, y un ferviente enamorado de la Semana Santa y sus consecuencias, a la que, entre otras situaciones, supo impulsar de manera divulgadora mediante la publicación de muchísimos artículos en prensa.

Es curioso que en el mismo año en que viera su primera luz –1895, como ya se ha dicho antes– las cofradías del Santísimo Sacramento de Minerva y la penitencial de la Santa Vera Cruz presentasen al obispo de la diócesis –por entonces Francisco Gómez Salazar y Lucio-Villegas– unos estatutos con el título ‘Constituciones de las cofradías unidas de la Minerva y la Vera Cruz, establecidas en la iglesia parroquial de San Martín de la ciudad de León’, que serían aprobados por el prelado de la sede de San Froilán el siguiente seis de mayo. Décadas después, con poco más de cuarenta años, Suárez Ema presidiría, como abad, la centenaria cofradía, que en 2012, con Javier Puente a la cabeza, conmemoraría su cuarto centenario fundacional.

Pero no quedaría todo ahí. La procesión del llamado Corpus Chico –sucesiva a la del Corpus Christi y que organiza Minerva– tomaría un impulso definitivo en la capital leonesa en 1938, siendo primer hermano de la cofradía, naturalmente, Suárez Ema. La manifestación eucarística, que discurre por las calles y plazas del entrañable barrio de San Martín, se había eliminado del calendario anual de desfiles procesionales en 1898. Se recupera treinta y nueve años después, en 1937, y en la edición siguiente se suma la Corporación Municipal –Suárez Ema aún no era concejal– asistiendo al piadoso acto urbano en ‘forma de ciudad’. El Ayuntamiento, que continúa esta tradición y, hasta cierto punto, compromiso, asiste cada año a la calle de la Plegaria –donde se levanta la iglesia parroquial en honor de San Martín de Tours– para incorporarse a la celebración de la eucaristía y a la posterior procesión donde es protagonista principal la custodia santa.

El próximo año, por lo tanto, se cumple el primer cincuentenario de la desaparición de Ángel Suárez Ema. Una fecha de marcada trascendencia para León y su Semana Santa, si se quiere –y debe hacerse– perpetuar su memoria, al menos, desde el proscenio del agradecimiento. En suma, de la gratitud de quienes visten túnica. Bajo ninguno de los conceptos debe escaparse el puntual aniversario para las cofradías y hermandades de la ciudad y quienes las rigen. A ‘Bujía’ que este era su nombre de ‘guerra’, su seudónimo popularizado con la aparición, en 1929, de la ‘Guía Cómica de León’ –libro que escribió en colaboración con Carmelo Hernández Moro ‘Lamparilla’ para retratar con sorna, humor, ironía y precisión a la sociedad leonesa de aquellos tiempos– no se le puede olvidar. Bajo ninguna premisa. Y para cerrar sus cualidades personales, en la perfecta suma de los valores reconocidos y admirados que le adornaban, estaba la concesión de la Cruz de Alfonso X El Sabio, reconocimiento otorgado mediante Orden de 4 de febrero de 1965, «en atención a los méritos y circunstancias que concurren –así lo recogía el documento- en don Ángel Suárez Ema».

El diario Proa, en su edición del 19 de julio –al día siguiente de su muerte– publicaba en la portada una fotografía del insigne leonés, destacando simplemente «Ha muerto D. Ángel Suárez Ema». En el interior, en la página cinco, donde se insertaban dos esquelas, una de la familia y otra del propio periódico, el titular de la información decía: "Ha muerto un leonés excepcional: Don Ángel Suárez Ema. Está de luto la ‘Calle Matasiete’ –cabecera genérica de sus celebrados artículos–. Está de luto León".

El día posterior, Victoriano Crémer le homenajeaba en ‘Asterisco’ –de igual manera, título genérico de sus textos periodísticos- que concluía con esta frase: "Con dolor, yo protesto solemnemente por la muerte de Ángel Suárez Ema. El hombre más ilusionado del mundo". Había muerto el cronista y el papón. Y León se quedaba huérfano sin él. Y, entonces, también protestó. Queda un año para celebrar con el mayor honor su memoria.
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