Andrés Seoane o la réplica de la Virgen Blanca

Por Javier Carrasco

27/05/2020
 Actualizado a 27/05/2020
| MAURICIO PEÑA
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La tarde del 27 de mayo de 1966  Andrés Seonae recibe el encargo del gobernador civil de León de hacerse cargo de dirigir  las labores de extinción del incendio que el rayo de una tormenta provocó en la Catedral. A las seis y media se inició el fuego, a las ocho se descubría desde el seminario y a las once estaba controlado. En aquellas horas todos temieron lo peor, que el fuego afectara a las vidrieras, a sus tres rosetones y más de treinta ventanales. La primera orden de Seoane fue mandar retirar a los bomberos. De  ningún modo se debía sobrecargar el peso de las bóvedas construidas con piedra toba, ligera y porosa que resiste las llamas pero que absorbe como una esponja el agua. Aquella medida providencial salvó el templo gótico del desplome.  

Conocido como «el hombre que salvó la catedral de León» Andrés Seoane, cantero, tallista, escultor y restaurador, nació en Santiago de Compostela en 1912 y se formó en el taller del escultor gallego Francisco Arosey. Muy joven, trabaja en obras de restauración de la catedral de Santiago, de allí es reclamado por Luis Menéndez-Pidal Álvarez, arquitecto jefe de la 1ª zona de Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, para la construcción de la torre de la Catedral de Oviedo. Trabajando en la restauración de la Santa Cueva de Covadonga, se desplaza a León en 1953 donde realiza una réplica de la escultura de San Jorge que adorna la entrada del edificio Botines. Nombrado Maestro General de restauración establece León como centro de operaciones y monta los talleres en la Catedral y en la Basílica de San Isidoro.

En 1954 recibe el encargo de realizar la réplica de la Virgen Blanca. La escultura representa a una mujer joven que sostiene a un niño y pisa un dragón. Ambos observan a los espectadores con un gesto comedido. Una impresión de solemnidad y calma se desprende de ambos cuerpos. La escultura original se realizó por un autor anónimo en 1250, que la dotó de un aire ligeramente distinto al que le imprimió Seoane, más dulce e ingenuo. En 1557 fue pintada y dorada por Antón Fernández de Mora. En 1954, el Cabildo, ante el deterioro de la imagen, decidió retirarla al interior del templo; ahí ocupa un lugar en la capilla central  del ábside. Andrés Seoane recreó, a cada golpe de su cincel, con el trazo leve de la serena sonrisa de la figura central y  la de su acompañante, la sensibilidad de unos hombres menos torturados, que dejaban atrás una visión pesimista de la vida, de la historia, la galería de cuerpos constreñidos de los capiteles de las iglesias románicas. A medida que adelantaba su trabajo se identificaría más profundamente con el artista original, confundiéndose con él en una simbiosis casi perfecta que le permitía escapar a la condena de ser solo un apéndice de otro hombre, del artista desconocido y admirado. Tan orgulloso se sintió de su realización que fue la única escultura  que firmó.
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