Secundino Llorente

‘Andrá tutto bene III’

02/04/2020
 Actualizado a 02/04/2020
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Es ya el tercer artículo dedicado al coronavirus. Espero que sea el penúltimo ya que sueño con el epílogo de la pesadilla. Me impresionó esta frase de la psicóloga Francielle Morelli: «Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibro a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas». En la reciente entrevista de Jordi Évole al Papa Francisco, éste aseguraba que «el coronavirus nos enseña a revisar nuestras vidas. Aunque muchos se quedarán en el camino, vamos a salir mejores». ¿Cuáles pueden ser estos cambios para restaurar el equilibrio perdido?

Uno. En nuestros trabajos. Vivimos en una sociedad lanzada como caballos desbocados sin un minuto libre, sin descanso, para conseguir llegar a las cotas de productividad que nos imponen. Incluso después de la jubilación seguimos cargándonos de cuidados, actividades y diversiones que no nos permiten parar. El estrés es tal que los psicólogos no dan abasto a curar depresiones. La reclusión por el estado de alarma ha puesto el freno a esta vorágine y nos ha metido a todos en casa, sin agobios ni prisas, viendo pasar tranquilamente las agujas del reloj. El cambio es brutal. Otra aportación del coronavirus en el mundo del trabajo, especialmente en la educación, ha sido la implantación del teletrabajo. Ante el aislamiento los profesores y alumnos han sufrido una transición del sistema presencial a otro exclusivamente a distancia para garantizar la continuidad de su labor docente.

Dos. En nuestras familias.Llevamos muchos años en colegios e institutos oyendo la misma queja: Los padres y los hijos no tienen tiempo para estar juntos. Padres con horarios intensivos y alumnos cargados de actividades y deberes. Son escasos los momentos para hablar y convivir. De repente y, como mínimo por un mes, el coronavirus ha situado a padres y niños en casa y sin poder salir para nada. «Quietecitos y con todo el tiempo libre para disfrutar juntos».

Tres. En nuestras almas. Dicen los cronistas de la vida en los hospitales que lo más impresionante son las caras de miedo de los enfermos. Ellos han visto en la televisión los féretros en el palacio de hielo de Madrid o las filas interminables de camiones militares llevando los difuntos a los tanatorios. Y lo peor es que también son conscientes de que un alto porcentaje de enfermos salen de su casa en la ambulancia y vuelven en una urna cineraria. Se entiende su cara de miedo en ese momento y se agarran a un clavo ardiendo. Recuerdo las visitas a mi padrino pocos días antes de morir. Era un hombre de pueblo con muchos años, pero su cabeza funcionaba perfectamente. Un día me dijo que estaba feliz porque don Jesús Largo, sacerdote con fama de santo, les había dado en el sermón de la misa parroquial la fórmula para ir directamente al cielo. En la misa dominical por televisión, el obispo de Córdoba recordaba a toda España la misma fórmula de don Jesús en tres sencillos puntos: Arrepentimiento de los pecados y propósito de confesión cuando sea posible, comunión espiritual ante la imposibilidad de ir a la iglesia y ofrecer a Dios su sufrimiento para conseguir la indulgencia plenaria concedida por el Papa a los enfermos con la pandemia para librarse de la pena temporal. El coronavirus ha conseguido más conversiones o arrepentimientos de creyentes sólo en un mes que miles de sermones de curas y frailes en muchos años.

Cuatro. En nuestros cuerpos. Yo llevaba meses con problemas en mi hombro derecho por el tendón supraespinoso. Llegué a valorar la operación por estar medio inútil, sin poder jugar al tenis e incluso dificultades para dormir. En los últimos quince días me he olvidado de ese dolor y de todos los que solían aparecer cada mañana. Sólo me preocupan los síntomas del contagio. Y esto parece ser general porque han desaparecido las listas de espera en España y, de repente, casi todas las camas hospitalarias han quedado vacías y se han podido dedicar a los enfermos de coronavirus. Y la lista de fumadores, al saber que son más vulnerables a sufrir los síntomas más severos, se achica como «por magia».

Cinco. En nuestra naturaleza.El mundo está muy preocupado por el cambio climático. Hace unos meses todos los políticos se unían en Madrid a la niña activista Greta Thunberg en la Cumbre del Clima para encontrar soluciones a los desastres naturales como la Tormenta Gloria que causó muchos muertos y enormes destrozos. Las cotas de contaminación y la baja calidad del aire que tenemos que respirar son realmente insoportables. El confinamiento en todo el mundo por el coronavirus ha logrado milagros:el aire que respiramos mejora y el agua se purifica como hemos visto en los canales de Venecia donde ya aparece cristalina y con color turquesa intenso.

Seis. En nuestras relaciones sociales. Aunque el contagio haya marcado distancias de más de un metro para la ausencia total de contacto, estamos plenamente concienciados de que de esta pandemia sólo saldremos con corresponsabilidad, estando unidos y siendo solidarios. Para salvarme yo tiene que salvarse mi vecino y viceversa: «de mis acciones depende la suerte de los que me rodean, y yo dependo de ellos». El papa y la ONU piden un «alto al fuego global y total» que permita hacer frente a la pandemia del coronavirus, algo excepcional e insólito hasta hoy.

Permítanme un punto de humor que me ayuda a cerrar este artículo. Es la llamada telefónica de Gila: «¿Es el coronavirus? Que se ponga… Que digo yo que ¿por qué no te quedas tú en casa y así salimos nosotros?» Los seis temas tratados anteriormente: trabajo, familia, alma, cuerpo, naturaleza y relaciones sociales forman un hexágono enjaulado temporalmente, atemorizados y quietecitos en casa por la tiranía del coronavirus hasta que logremos darle la vuelta y consigamos encerrarlo. Mientras la pandemia continúe ahí fuera, aquí no se mueve nadie. Cuando logremos dominarla y meterla en casa, ojalá que sea pronto, pongo en duda que el hexágono siga teniendo el mismo comportamiento, más bien me temo que volveremos «a las andadas», pero habremos aprendido la leccióny …«andrá tutto bene».
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