12/08/2020
 Actualizado a 12/08/2020
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Recuerdo con gratitud que, una de las primeras cosas que me enseñó el profesor de autoescuela que me instruyó en los saberes precisos para lograr el carné de conducir y así poder guiar un coche, fue que el tráfico, que la conducción o modo de conducirme, es un fenómeno social en el que, de continuo, uno, a pesar de ir teóricamente acorazado en su vehículo o a pecho revestido –la urbanidad es la urbanidad– se relaciona con todas las demás personas con quienes, bien a pie, bien en otro vehículo, compartimos las calzadas de calles, carreteras y caminos más o menos trillados e incluso en los tan desérticos que uno puede ir, sin desdoro, a pecho descubierto.

Si ello sirve para la circulación vial, cómo no tenerlo aún más presente la importancia de nuestra personal conducta en tiempos de emergencia sanitaria, pandemia o entérate, ¡coño!, que no estás tú solo en el mundo, listo de los cataplines.

Bien cierto es que existe papá Estado, ese que a tanto liberal (en el mejor de los casos) siempre le parece mastodóntico pero a cuyas puertas raudo llama a poco que apriete el temporal para ver cómo va lo suyo, que para eso paga impuestos –porque cada uno de ellos es el único español que lo hace–, pero no tienen ni incalificable idea de lo que nos ha costado su última prueba médica (póngale el nombre que quiera) o el tren que ha cogido en su última ‘tournée’ o cuánto la comarcal que le lleva en su súper buga a su segunda residencia, que él ya no va al pueblo, va a su segunda residencia. Y qué decir del gobierno de turno. Turno porque para eso tenemos gobiernos de diverso ámbito, competencia y pelo o color: para el injusto desahogo sin necesidad de cantar, blasfemar o escupir en el suelo.

Y digo yo: en lo personal, ¿qué tal si se cabrea y liberaliza usted con mascarilla y a distancia prudencial y no campa por nuestros respetos como que no existiésemos? ¿No estará cayendo en regresión, en un infantilismo rebelde e irresponsable?

Les prometo que yo no le encuentro gusto alguno ni a la mascarilla –soy fumador empedernido– ni a la privación de los achuchones –soy muy dado a ellos– en su mejor acepción, esa que en España significa: «Dicho de una persona: Apretar a otra cariñosamente o con intención erótica». Y tranquilo, que no le voy a aclarar la disyuntiva.

Que sí, que razones hay para quejarse –vaya que si las hay– pero aún más, muchas más, para no esquivar la propia responsabilidad. ¿Qué quieren? Ando mosqueado.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos. Repito: ¡Cuiden, cuídense!
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