Anabel y un guiño

16/03/2021
 Actualizado a 16/03/2021
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Sí sí, agacha la cabeza Justicia, llora toda tu mentira y escupe los dientes que has roto al apretar la rabia. Venga, cuenta la verdad, que en realidad no existes más que en tu palacio de baldosas de mármol y túnicas soberanas enlutadas que solo buscan separar al vulgo de tu repartidor. Hoy ni te creo ni te respeto, cuando me miro en los ojos de Anabel. Una mirada de 10 años y un mundo al que rendirse en cada gesto. Un recreo que consumir, una lección por aprender y otra que dar, un beso a mamá. El peinado de moda, la falda de colorines. Lo justo era que el pensamiento de Anabel estuviera dando tumbos por esos quehaceres infantes, correteando en las primaveras en las que repartir sonrisas. Pero no. Eso del cielo azul al que mirar, tan hipócrita como esa justicia enrabietada y torticera, se convirtió en tormenta en el tiempo de guiñar un ojo. Podía haber salido cara, pero…fue cruz. Un tumor cerebral restaba a Anabel tiempo de cole y el hospital comenzó a ser su pupitre impuesto. Te queremos, sé fuerte, nuestra princesa, estamos contigo, era el mensaje más cercano a lo justo que sus compañeros de Navaliegos pudieron encontrar para meterlo en un sobre y enviárselo directo al corazón. Y el pálpito les respondía, gracias. Temblor, esperanza y un fuerte abrazo que tú, justicia de pacotilla, también viniste a restar con esa prima egoísta enfundada en pandemia. Frente a ti, la ley del que quiere te supera. Todos esos alumnos se convirtieron en muralla de lucha arropando a su amiga. Te dicen que no van a sucumbir y ellos sí son verdad. Pertenecen a lo que merece la pena. Son los que dejan espacio a un aplauso en silencio. Son el pelotón de Anabel, la capitana que con ellos va a librar la peor de las batallas sabiendo que no hay mejor equipo. Almas son armas y cuando la moneda se revuelve, siempre hay tiempo de una segunda tirada que de la cara.

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