Ana Pollán: "La nueva Ley no amplía un solo derecho al colectivo trans"

La investigadora será una de las ponentes de la asociación feminista Flora Tristán que este viernes en el Ateneo Varillas analizará las claves de la norma y su aplicación

C. Centeno
28/10/2022
 Actualizado a 28/10/2022
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*9.La asociación feminista Flora Tristán expondrá este viernes en el Ateneo Varillas las principales claves de la Ley Trans y su aplicación para un posterior debate (calle Varillas, 3. 20:00 horas). Ana Pollán es una de las socias, doctoranda en Filosofía.

–¿Por qué es necesario que todas las partes implicadas en esta ley debatan e intercambien sus posiciones como está previsto hacer este viernes en el Ateneo Varillas?
– Porque es una ley que, si se aprueba, lo hará habiendo hurtado el conocimiento y el debate sobre la misma a la ciudadanía. El Gobierno se ha empeñado en tramitarla con una extraordinaria urgencia. Cabe preguntarse por qué. La respuesta es sencilla. El envoltorio es bonito. Suena progresista e inclusivo, algo aparentemente bueno y necesario para gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y personas transgénero. ¿Qué persona mínimamente progresista o demócrata se opondría a ampliar sus derechos? Sin embargo, tal planteamiento, que se inocula sin descanso, es completamente errado. Lo cierto es que no amplía un solo derecho a ninguna de estas personas. Las feministas llevamos desde 2018 preguntando qué derechos amplía esta ley a las personas trans y al colectivo LGTBI en general. Todavía nadie nos ha respondido con datos y de manera seria y razonada. El objetivo es otro: borrar el sexo, que desaparezca como dato biológico y jurídico relevante y, en consecuencia, fulminar la legislación específica para lograr la igualdad entre los sexos y la emancipación de las mujeres.

–En este sentido, ¿cree que se ha debatido lo suficiente?
– Como decía, no se ha debatido porque no se ha permitido el debate. El movimiento feminista ha informado tanto como ha podido y ha arrastrado a profesionales sanitarios, docentes, jurídicos a informar seriamente al respecto, pero lo ha hecho con las instituciones en contra y una prensa, especialmente la que se califica de progresista y feminista, que ha preferido el buenismo y la aceptación acrítica de un puñado de eslóganes. Quizá ese silencio o, peor, ese ejercicio de propaganda a favor de la ley, lo explique la intención y el poder de algunos ‘lobbies’. Las feministas somos muy modestas. Para ofrecer no tenemos mucho más que buenas razones, principios, coherencia y un muy arraigado sentido de la justicia.

–¿Cuáles son los puntos más controvertidos de esta ley y por qué está dividiendo tanto, incluso dentro del movimiento feminista o de partidos políticos considerados progresistas?
– Conviene empezar definiendo qué es sexo y qué es género. El sexo es una condición biológica. Nacemos hombres o nacemos mujeres. El sexo, como muy bien señala Amelia Valcárcel, no se asigna; se observa. Son hombres quienes poseen los cromosomas XY y, necesariamente, desarrollan un aparato reproductor encargado de aportar el espermatozoide en la reproducción de la especie, y mujeres quienes poseen los cromosomas XX y, en consecuencia, aportan el óvulo y la capacidad de gestar a una nueva criatura de la especie. Ciertos son los casos de intersexualidad, que afectan, por cierto, sólo a 1 de cada 400.000 personas. Con todo, nuestra especie es sexuada y binaria y nuestro sexo es inmodificable. Los casos de intersexualidad son anomalías que no modifican el hecho de que nuestra especie sea de sexo binario, como que una persona nazca sin una pierna no cuestiona que nuestra especie sea bípeda. El sexo es inmutable. No sólo está en nuestros genitales y en nuestros cromosomas, también en cada célula de nuestro cuerpo.

El feminismo entero está advirtiendo de la catástrofe que supondría aprobar esta ley para los derechos de las mujeres y de los menores El género es otra cuestión. El género es una normativa social y política impuesta por el patriarcado, un sistema de dominación que impone la subordinación de las mujeres y privilegia a los hombres de manera ilegítima, estableciendo un desequilibrio de poder injusto que se manifiesta a nivel social, político, económico, cultural, etcétera. Por eso, las feministas, todas, defendemos que no hay que reconocer el género como identidad, porque no es una identidad, sino una estructura de dominación, como la clase, y por eso hay que erradicarlo. En consecuencia, nos oponemos a una ley que pretende reconocer el género como identidad que debe ser jurídicamente protegida. Lo rechazamos porque eso implica respaldar el conjunto de normas y estereotipos que recaen sobre los sexos y se encargan de subordinar a las mujeres.

Además, esta ley no sólo reconoce el género como identidad, sino que permite la autodeterminación del sexo registral. Es decir, la ley, en su artículo 38.1, recoge que «toda persona de nacionalidad española mayor de dieciséis años podrá solicitar por sí misma ante el Registro Civil la rectificación de la mención registral relativa al sexo». Es decir, que cualquier persona, por el motivo que estime oportuno, que no necesariamente tiene que ser sufrir disforia de género o ser transexual, puede modificar su sexo a voluntad y, por cierto, sin requisitos y tantas veces como quiera, sin ningún tipo de verificación. No necesita hormonarse, ni someterse a una operación, ni demostrar la más mínima disconformidad con su sexo, ni tan siquiera modificar su nombre.

–La autodeterminación de género es una de las principales claves. ¿Qué supone en la práctica?
– Permitirá que cualquier hombre podrá autoidentificarse como mujer en sus documentos oficiales y tener, a todos los efectos, los derechos reconocidos que tienen las mujeres, incluidos aquellos basados en el sexo, pensados para suprimir la desigualdad entre hombres y mujeres. Pongamos algún ejemplo: cualquier hombre, sólo con autoidentificarse mujer con un simplísimo trámite administrativo y sin control alguno de sus motivaciones, podrá cambiar su sexo registral y, en consecuencia, hacerlo valer en cualquier ámbito de su vida. Por ejemplo, para competir en categorías deportivas femeninas, con la ventaja física que ello supondría. Por ejemplo, para acceder a centros penitenciarios, duchas, aseos, vestuarios reservados para las mujeres dada la necesaria segregación por sexo para hacer nuestros espacios seguros. Por ejemplo, para que haya un número superior o total de hombres en las listas electorales, pues si una parte de ellos se autoidentifican administrativamente como mujeres, podrán doblar su presencia, arruinando las exigencias de paridad sexual. También, pudiendo obligar a asociaciones y grupos no mixtos de mujeres a admitirlos como componentes. Igualmente, para falsear las estadísticas.
Y tal vez aún más grave que todo lo anterior es que si un hombre se autoidentifica como mujer y, a posteriori, comete un delito de violencia de género, será juzgado en tanto mujer lesbiana que ha cometido un delito de violencia doméstica, resultando exento de todos los agravantes por violencia machista previstos para penar la prevalencia física de los hombres sobre las mujeres y corregir el carácter estructural de dicha violencia. Además, esto sirve para evidenciar el falseamiento de las estadísticas citado: su delito se considerará perpetrado por una mujer lesbiana y no por un hombre heterosexual.

– Uno de los apartados más polémicos es la posibilidad de que los mayores de 16 años decidan solos. ¿Qué riesgos puede tener?
– Esta ley atenta de manera radical contra el interés superior y el bienestar de las personas menores. Recoge el espíritu de las leyes y protocolos autonómicos que, como un dogma, decretan la existencia de ‘infancias trans’. Se considera que un menor es trans, según dichos protocolos educativos, si muestra interés por los juegos, peinados o vestimentas propias del otro sexo. Es decir, que si una niña desea llevar el pelo corto, jugar al fútbol y prefiere un chándal a una falda, para esta ley, esa niña no es una niña jugando y actuando con libertad sin ceñirse a un estereotipo machista, sino un menor trans al que hay que recomendar cambiar su nombre en el registro y ser tratado como niño por todos los miembros de la comunidad educativa y por sus progenitores, incluso si estos no lo desean.

Esto nos devuelve a un sexismo rancio y aterrador en el que se esperan comportamientos, gustos y actitudes concretas para cada sexo, y si no se dan, entonces se reeduca al menor modificando su nombre y, posteriormente, incitándole a tomar bloqueadores de la pubertad para después iniciar tratamientos de hormonación cruzada que si bien no están previstos en la ley estatal sí constan en la mayoría de comunidades autónomas para las que esta ley supone un apoyo definitivo.

–¿Ve alguna ventaja para el colectivo trans en esta nueva ley?
– No amplía un solo derecho. Al contrario, priva a las personas transexuales de tener atención sanitaria y psicológica de calidad. Habrán de lidiar solas con su disforia de género sin apoyo, consejo ni información sanitaria y científica veraz. Cualquier profesional que, desde un paradigma en absoluto patologizante, intente acompañar a estas personas y ver si iniciar un proceso de transexualidad es lo adecuado para ellas o si tal vez su incomodidad con su cuerpo se debe a otros problemas o, simplemente, a la necesidad de tiempo para digerir los cambios físicos durante la adolescencia, será tratado como un absoluto criminal y se enfrentará a multas estratosféricas en tanto que paliar dicha disforia queda definido por la ley como una terapia de conversión, insisto, aun cuando la actitud del profesional sea perfectamente respetuosa y en absoluto patologizante, de mera escucha y apoyo.

Por otra parte, tampoco amplía derechos a personas homosexuales y bisexuales que no se encuentren ya amparados por la propia constitución y por las leyes de igualdad de trato y no discriminación. Muy al contrario, esta ley es radicalmente contraria a los derechos y la identidad misma de las personas homosexuales. Si se convierte en delito decir que el sexo existe y que es inmutable, la consecuencia lógica no sólo produce el borrado del mismo sino también de las orientaciones sexuales. Si el sexo es mutable y depende de la voluntad y la mera declaración de un individuo, las orientaciones sexuales se borran, pierden su sentido. Un hombre autoidentificado mujer, sin modificar su nombre, ni su aspecto, ni su cuerpo podrá considerarse mujer lesbiana a todos los efectos y exigir ser tomado como tal en cualquier espacio, incluidas sus relaciones interpersonales. De hecho, muchas lesbianas han recibido la acusación de tránsfobas cuando no aceptan relaciones sexuales con estos autoidentificados mujeres. La ley es pura misoginia y pura homofobia.

–¿Cree que saldrá adelante?
– No soy optimista. La parte morada del gobierno está obsesivamente empeñada en ello y la parte socialista del mismo, con el presidente a la cabeza, muy dispuesta a vender los derechos de las niñas y de las mujeres a cambio de un final de legislatura apacible. Me consta que muchas mujeres socialistas están haciendo lo indecible para parar este despropósito, en sintonía con la totalidad –insisto, la totalidad– del movimiento feminista, que es autónomo y como tal no responde a siglas. El feminismo entero, chicas jóvenes y mujeres mayores, con o sin militancia partidista, están advirtiendo de la catástrofe que supondría la aprobación de esta ley para los derechos y la seguridad de las mujeres y de las personas menores.

Con todo, creo que, si la ley sale adelante, la responsabilidad será de ambos partidos y, particularmente, de cada miembro del gobierno y de cada diputado/a que con su voto lo permita. Quien vote sí a la ley trans votará sí a la fulminación de facto de todos y cada uno de los derechos de las mujeres y de las personas homosexuales. Votará sí a los estereotipos sexistas; sí a la desatención del colectivo transexual; sí a una mordaza a los profesionales sanitarios; sí a multar a las personas docentes que eduquen en igualdad a nuestros/as menores; sí a la peor ley mordaza. No es ninguna exageración decir que votarán sí a detonar la democracia.
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