12/01/2019
 Actualizado a 13/09/2019
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Por fin llegó la hora de recoger guirnaldas, abetos y espumillones. Los belenes regresan al trastero o al tejado de algún armario, que es su hábitat natural durante el año. Ya no volveremos a escuchar en la radio, hasta diciembre, a Mariah Carey con su ‘All I want for Christmas…’ Se acabaron las cabalgatas, las cenas de empresa y los villancicos bombardeantes que tanto nos aturden en los supermercados. Se fue la luz.

Pero este regreso a la realidad, para los nostálgicos es como ‘volver con la frente marchita’, es un aterrizaje forzoso, contiene ciertos matices de tragedia, como un buen tango.

Creo que la mayor parte del mundo, excepto los niños, desea sin embargo abrazarse a la rutina. Seguramente habremos comido con toda la familia que tengamos cerca, nunca faltan suegras, cuñados y primos que serán la guinda de la Nochebuena. Parece larga la navidad, pero es un suspiro, y yo lo que siento, son todos esos cafés pendientes que tengo con mis amigos y que aún no he podido tomar. Los amigos, los de verdad, los que uno quiere por pura voluntad, son algo así como una familia emocional. Los amigos son un regalo de la vida, el más desinteresado y sincero, un vínculo realmente especial. ‘La amistad es más rara y más difícil que el amor. Por eso hay que salvarla como sea’, decía Alberto Moravia. El amor mueve el universo, es verdad, pero es mucho más egoísta. Una vida sin amigos nos dejaría huérfanos de lealtad.

Vivimos una época en la que llamamos amigo casi a cualquiera, a sabiendas de que la mayoría sólo son amables conocidos. Es lo que tiene el empoderamiento de las redes sociales, nos acerca a millones de extraños. Desconocemos el nombre de la mayoría de nuestros contactos en Facebook o en Instagram, muchos de ellos seguidores o buscadores de fans, al fin y al cabo, eso es la red, un escaparate donde todo cabe en el que vamos eligiendo con quien nos interesa compartir pensamientos, poemas o impulsos en el que rara vez la imagen mostrada se corresponde con la real. Pero de vez en cuando se obra el milagro y nos encontramos en persona con alguien a quien de otro modo hubiéramos ignorado. Y resulta que sí es tan interesante como imaginábamos, merece la pena abrir la puerta y dejar pasar. A veces incluso te alegras de que quepa la posibilidad de que haya llegado para quedarse, quien sabe si para siempre. Lejanos, cercanos, antiguos, nuevos, los amigos son imprescindibles compañeros de viaje. No olvidemos esos cafés. Un buen plan para el interminable enero, un mes de nieve, bufanda y aroma.
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