10/01/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Cuando era pequeño tuve un amigo americano. Natural de Nueva York, vino a Vegas dos veces, cuando teníamos 5 y 9 años. Su padre tenía sobre sus espaldas una increíble historia, consecuencia de la II Guerra Mundial. Había nacido austriaco, luego fue checo y, por fin, húngaro, cómo consecuencia de los distintos movimientos de fronteras que se produjeron en la Europa central en los años anteriores y posteriores a la guerra. Por fin logró emigrar a Suiza, dónde conoció a su esposa, emigrante española, leonesa, concretamente de Vegas del Condado. De Helvecia se marcharon a los Estados Unidos, donde nació Roberto y su hermano Spiro. Volvió a España cuando teníamos 18 años y nunca más le he vuelto a ver. Sé que tiene familia, que vive en Staten Island y que le va de maravilla. El último verano que pasamos juntos, cómo dije a los 18 años, fue muy divertido. Hablaba español como un guiri, por lo que pasamos mucha risa a su cuenta y se las daba de beber como un irlandés. No era verdad. En la fiesta del vino de Valdebimbre, su hermano pequeño se desmayó casi nada más llegar y él aguantó hasta las diez de la noche. Les metimos en el coche de Javier, muerto matao, y, al volver, tuvimos que parar enfrente de la Vidriera para que vomitasen. Luego, al dejarlos en su casa, me gané una bronca del copón de su señora abuela, que estuvo todo el verano dando la vara a mi madre a cuenta de la mala influencia que resulté para los dos hermanos. Roberto era, y supongo que es, un buen tipo, grande y noble, como se suponen que son todos los americanos, menos Trump y sus acólitos. Los padres de Roberto tuvieron la suerte de emigrar a los Estados Unidos en los años cincuenta, por lo que no soportaron las estupideces del mencionado presidente respecto a la fobia que los auténticos americanos tienen que tener con los pobres que abandonan su casa y su tierra para buscar una vida mejor en otro país. Es verdaderamente extraordinario que esto suceda en América, donde, a poco que rasques, todos sus habitantes tienen un abuelo extranjero. Estados Unidos es el mismo país que masacró a todos sus aborígenes, que les robó todas sus tierras, que peleó contra México para adueñarse de Texas, de California, de Nuevo México. Había que conquistar terreno para que los fundamentalistas europeos pudieran asentar sus culos en una nueva tierra... España, desde los tiempos del Rey Tubal, siempre a sido territorio de acogida, dando lugar a un revuelto de padre y muy señor mío, verdadera macedonia de razas que han dado como resultado a los actuales españoles. Aquí han venido, y se han quedado, fenicios, griegos, romanos, godos del este y godos del oeste, judíos, moros, (muchos), rumanos, búlgaros, sudacas, vikingos y la madre que les parió a todos. Habrá pocas naciones que puedan presumir de una diversidad tan heterogénea. El resultado, como es evidente, no ha sido malo del todo, ni mucho menos. Antes, es cierto, se daba poca importancia a quién viniese, porque el país siempre ha estado poco poblado. Se daba mucha más a qué religión pertenecía el emigrante; ahora no. Desgraciadamente, seguimos siendo un estado con pocos habitantes, cada vez menos, pero eso ya os lo cuento casi todas las semanas en ésta misma página, por lo que no quiero ser reiterativo.

¿Se puede comprender, entonces, todo el cisco que se está montando a cuenta de los actuales emigrantes? Uno está seguro de que no, de que es un arma electoral, una cosechadora de votos de los que piensan, (y por desgracia cada día son más), que lo malo viene de afuera. Quienes piensan así, a parte de estar malamente informados, ejercen de lo que Lenin llamaba «tontos útiles», ciudadanos que se prestan a combatir por una causa que no existe. Cerrar las fronteras europeas es una metedura de pata, un anacronismo histórico. El partido ese, VOX, utiliza a los ‘sin papeles’ como puede utilizar a los anti-feministas: para lograr crecer. Pero no es sólo VOX quién mangonea los sentimientos. La izquierda ‘progresista’ utiliza, también, las muertes de mujeres y las violaciones como argumento electoral. No penséis que lo hace por solidaridad con las víctimas; no es así. Las mujeres son mayoría en todos los distritos electorales y ganar su voto equivale a ganar las elecciones. Nunca, cree uno, se pueden utilizar a las víctimas como argumento electoral, porque entraríamos en una dinámica diabólica. Unos utilizarían a los muertos de ETA y otros a los muertos de la Guardia Civil, a los de los atentados islamistas e, incluso, a los muertos en accidentes de tráfico causados por las malas condiciones de las carreteras. Las víctimas no son patrimonio de nadie, o lo son de todos.

Roberto, en aquellos años tan maravillosos de juerga y rebeldía, apareció en mi vida como un inmigrante del que tenía mucho que aprender. Salud y anarquía.
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