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Amemos más en 2020

27/12/2019
 Actualizado a 27/12/2019
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Mi mundo antes de Navidad fue así: Madrid, hago una producción de fotos para una revista con una dama extranjera que colecciona obras de arte, llega la maquilladora, el peluquero, la directora de moda, su ayudante, el fotógrafo, nos tomamos un café con los pies sobre un suelo de diseño que vale miles de euros, una mucama filipina nos sirve crema de leche en una jarrita diminuta, el aroma de las ramos de flores frescas flota por doquier, la dama, no sé por qué, piensa que soy estilista y me pregunta mi opinión sobre los ‘looks’, todos de grandes diseñadores, hablamos en inglés de moda, después de arte, después del papel de las mujeres en el arte contemporáneo; después cojo un taxi porque tengo una cita con mi agente y mi editor para hablar de la novela que publico en octubre 2020, hablan de la novela, en la que he empleado cuatro años, y no la reconozco, como si no la hubiera escrito yo; regreso a la oficina, contesto correos, llamo por teléfono; por la noche le doy la lata a mis conocidos en las redes sociales para que acudan a la presentación de mi guía de Berlín; al día siguiente voy a la función de Navidad del colegio de mi hijo, y después vuelvo a la oficina y más correos y llamadas, así más o menos, toda la semana: de un sitio a otro, siempre corriendo, contestando correos desde el móvil, haciéndome listas de todo lo que tengo que hacer, tachándolas y volviendo a escribirlas.

Mi mundo durante Navidad: La Bañeza, me levanto temprano por costumbre, bajo a la cocina, me hago el desayuno y enciendo el ordenador. La casa duerme, los jilgueros en su jaula empiezan a rebullir, hay niebla en el patio. Me quedo mirando la pantalla mucho rato. Tengo que desconectar, me digo. Y pienso: qué voy a hacer en todo el día, y mañana y pasado, y pasado mañana. Qué voy a hacer sin nada que hacer. Ese es mi problema: no sé no hacer nada.

Aprender a no hacer nada es un arte. Deberían enseñarlo en las escuelas. Aprender a desconectar de tus obligaciones y aprender a desconectar de tus pantallas. Aprender a aburrirse. A mirar por la ventana y contemplar el cielo. ¿Lloverá, levantará la niebla, saldrá el sol? A fijarte en cómo crecen las plantas. A pisar el suelo mullido del bosque y a escuchar sus crujidos. Creo que es un poco como detenerse en mitad de tu día y hacer caso a tus sentidos: oler, tocar, sentir, degustar, escuchar. Y esto, que parece tan básico, tan obvio, también es aplicable al amor, realmente es la única forma de amar: despacio. Así que, desconectemos, no hagamos nada y amemos más en 2020.
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