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Amanece, que no es poco

15/05/2016
 Actualizado a 16/09/2019
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Pronto hará 33 años, la mañana de la víspera de San Juan, camino de San Pedro Manrique, en Soria, a donde me dirigía para hacer un reportaje periodístico sobre su famoso paso del fuego, al pasar el puerto de Oncala me encontré con un rodaje de cine que tenía lugar en aquel paraje famoso por sus nevadas en invierno y por la afluencia de cazadores a él en primavera y otoño por ser paso importante de palomas. Estaban muchos de los actores más conocidos de nuestro cine: Luis Ciges, Agustín González, María Luisa Ponte, Manuel Aleixandre, Chus Lampreave … La mayoría de ellos hacían tiempo tirados en la pradera disfrutando de la mañana del mes de junio, esplendorosa en aquellas alturas, mientras los técnicos montaban el plano correspondiente. El joven director, un jovencísimo José Luis Cuerda al que yo entonces desconocía, iba y venía entre unos y otros ultimando los preparativos. Le pregunté a uno de los presentes, ya no recuerdo a quién: "¿De qué trata la película?" Su respuesta me dejó patidifuso: «¿Ves aquel pueblo de allí? – me señaló uno que se veía bajo nosotros, de no más de cuarenta casas; era Oncala – Eso es Londres después de la explosión nuclear». Los admiradores de Cuerda, que cada vez aumentan más y más ante el estupor de éste, habrán reconocido ya el argumento de ‘Total’, la primera película de una trilogía que culminó con ‘Amanece que no es poco’, un film casi ya de culto para miles de españoles, entre los que me cuento. Amanecistas se llaman a sí mismos los más extremistas de esos seguidores.

Aunque el argumento de ‘Total’ parecía una boutade, una metáfora surrealista del estilo de las de Buñuel, pronto me di cuenta de que no lo era viendo la explosión nuclear sufrida por la provincia de Soria, cuyos pueblos enteros deshabitados conocí en aquel mismo viaje, del que surgió ‘La lluvia amarilla’, mi novela sobre la despoblación. Una explosión nuclear que se ha extendido por media España en estos 33 años y que amenaza con borrar del mapa provincias enteras como León, cuyo parecido con el Londres de Cuerda cada vez es más evidente. El otro día, en el periódico de la competencia de éste, el periodista Emilio Gancedo comparaba Chernobil con Vegamián, mi pueblo de origen. La comparación no es ni mucho menos exagerada. Es más, cada vez me parece la imagen más adecuada para describir comarcas enteras de León, al borde de la extinción por falta de población o por la desaparición de actividades históricas, como la minería, que han dejado valles enteros reducidos a yacimientos arqueológicos. Incluso la propia capital, León, tiene un aire londinense que le viene más de su decrepitud que del clima, que poco tiene que ver con el de Inglaterra. Por suerte para los leoneses, aún podemos disfrutar del sol a pesar del frío, y del paisaje, que es ya casi lo único que nos queda. Eso y darle la vuelta con ironía a una realidad que cada vez se parece más a la de ‘Total’ y, aún peor, a la de ‘Amanece que no es poco’, donde hasta los guardias civiles leían a Faulkner.
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