Amanda, Galicia, Cuba y una novela imprescindible

Amanda es novela que, escrita por Rosa Marian González-Quevedo, te lleva a mundos donde el amor, la esperanza, la búsqueda y la confusión de la realidad te envuelven entre páginas que te atraparán.

Ruy Vega
29/01/2023
 Actualizado a 29/01/2023
Portada del libro de la autora, Rosa Marina González-Quevedo, su «tratado» de Amanda.
Portada del libro de la autora, Rosa Marina González-Quevedo, su «tratado» de Amanda.
Papá, ¿cuál es la verdadera realidad? Me puedo parar, tocar a alguien con la mano, hablar con él, sentir el viento y navegar por el aire, pero ¿eso es la realidad? No lo sé. Quizá la realidad es lo que veo cuando cierro los ojos, cuando mis seres queridos me cogen de la mano y noto un cosquilleo, cuando veo a alguien y sonrío con sinceridad. Precisamente de lo que es o no la realidad, de lo que es o no la vida, de lo que esperamos y nos depara, de lo que pretendemos y nos entrega, de lo que necesitamos y nos golpea; de todo eso y de mucho más habla la novela de la que hoy te quiero hablar en esta nueva Carta a ninguna parte.

Hace tiempo cayó entre mismos este libro. Lo leí. Y desde el momento en el que lo cerré lo sabía: «tengo que escribir una carta con él». Y aquí está. Papá, no exagero si te confieso que es una de las mejores novelas que leí el año pasado. (Sí, sí, sé que debería haberte hablado antes de él, pero ya sabes, siempre con el trueno entre las teclas).

La obra, escrita por la autora Rosa Marina González-Quevedo, nos transporta a dos lugares unidos por una historia común, tiempos de emigración e inmigración. Dos tierras hermanas, dos mundos tan distantes como cercanos: Galicia y Cuba. Nunca he estado en la isla, siempre he amado la primera. Recuerdo hablar contigo de Cuba, de aquellos que se fueron y regresaron, de aquellos que partieron y allí encontraron el descanso. Y es que la historia de los países, seguramente, está mal catalogada, ya que es la historia de sus gentes, más que de sus banderas.
Confieso que me atrapó desde el principio y que lo he recomendado. En un ir y venir de escenas te sumerges en este mar de fácil lectura, entretenimiento asegurado y final realmente genial. Aunque sea una carta para ti y para mí, no quiero desvelarte cómo acaba. Quién sabe, donde ahora estás puede que estén todos los libros del mundo. Seguro que querrás leerlo.

«Había llegado al Puerto de Santa María de Cádiz el 30 de abril de 1918 tras quince días a bordo del trasatlántico español Valbanera», podemos leer en sus primeros capítulos. Como ves, el realismo es máximo: Valbanera fue uno de los buques más usados por los viajeros entre España y Cuba, hasta que se hundió.
Esta historia, la que nos cuenta Amanda, como las grandes historias, nos habla de personas. Trama, amor, lo perceptible y lo increíble; sí, todo eso envuelve esta preciosa novela, pero al final, en el fondo, es una historia de lo verdaderamente importante: las personas. Podrás encontrar distintos personajes, tan amados como odiosos. Todos ellos aportan, todos ellos conforman lo que Rosa Quevedo nos quiere contar.

Por supuesto, uno de los más relevantes es la propia Amanda, soñadora necesaria, artista no solo por su vocación, sino también por su forma de navegar entre las calles de la vida. De ella, uno de los personajes dice: «Y este diamante que he estado buscando se llama Amanda. Y lucharé porque brille en la más preciosa alhaja, niña; esa es la razón por la que te he invitado a cenar conmigo; esa es la razón por la que estamos en este espléndido restaurante saboreando esta langosta a la catalana, bebiendo champán y contemplando una vista panorámica de La Habana… Y sí, Amanda, esta cena va por ti, por tu brillante carrera, por tu felicidad».

Forma también parte de este libro, papá, el descubrimiento de una ciudad tan preciosa como la capital cubana. La autora la describe con el detalle suficiente como para conocerla y enamorarte de ella sin, como es mi caso, haber puesto un pie sobre sus calles. Aquí y allí aprovecha para describir situaciones, sociedad, edificios, habitantes y costumbres. Te pongo un ejemplo: «Esta mulata refistolera era Rita Montaner. Bajo la marquesina del Hotel Saratoga del Paseo del Prado se rodaba El romance del palmar, filme en el que ‘La Única’ (así se la conocía en el ambiente artístico habanero) interpretaba a una guajirita ingenua llamada Fe».

Parte de la magia del libro es la entramada verdad, el estudio de lo que vemos y lo que sentimos. Papá, la duda sobre lo palpable es única en la novela. Personalmente es de lo que más me ha gustado. Sé que a ti también te pasará, lo sé. Rosa Quevedo nos transporta por hilos que nos empujan hacia uno y otro lado, percibiendo situaciones aparentemente diferenciadas, pero que confluyen bajo su batuta.

Todo ocurre bajo el lienzo de textos que nos hacen penetrar más y más en este hilo de araña que podremos ver, con total definición, al final. Te pongo un ejemplo que he resaltado en el libro: «Pues sí, tengo muchos relojes que miden el tiempo. Pero el tiempo que marcan estos aparatos es un tiempo arbitrario: si te detienes a pensar, he sido yo quien ha puesto a funcionar sus maquinarias y quien los ha sincronizado. Sin embargo, podía haberles puesto horas diferentes y, en tal caso, nada habría cambiado […]. Y ello demuestra que nunca llegaremos a saber qué es el tiempo mirando un reloj, como tampoco tú llegarás a saber quién es Amanda dejándote guari por la fecha de un periódico».

Te escribo también, a continuación, otro ejemplo más de cómo lo invisible y complejo nos atrapa entre las páginas, no quedando más remedio que seguir leyendo y leyendo una novela que, estoy seguro, ya estarás deseando tener contigo: «la segunda extrañeza adicional estaba relacionada con la identidad de los presentes, que no eran invitados al uso, sino maestros y practicantes de ocultismo y de antiguas tradiciones; portadores de conocimientos que poco tenían que ver con academias y universidades…».

Pero no solo de Amanda nos habla la novela, sino también de aquel joven que quiso conocer la realidad de su madre, la de alguien que se propone cruzar un océano de agua, un mar de sociedades alejadas, una tormenta de mundos distintos pero hermanos, para dar un cambio radical a sus días. Un joven que visualiza a Amanda como aquella estrella que, de entre todas que brillan en el universo que te rodea, no puedes dejar de mirar cada noche, pues sabes que tu camino te lleva hasta ella.

Los libros, papá, pueden ser muy distintos entre sí. No importa y así debe ser. Unos tienen un texto inolvidable, otros una historia inmejorable, otros ambas cosas. También los hay que nos hablan de viajes, de reflexiones o de mundos que nunca hemos conocido (ni conoceremos). Pero la realidad de todo esto, en lo que realmente consiste la literatura, no es más que, en el momento de cerrar el libro tras leer la última página, te entre la pena por no tener más páginas y dibuje en tu rostro la sonrisa de aquel que sabe que ha leído algo que recordarás siempre. Y Amanda lo logra.

No solo era cuestión de leer, también era cuestión de dejar algo tras la lectura. Finalizo ya esta nueva carta, esta Carta a ninguna parte que tanto nos une, estas breves líneas que año a año van cultivando recuerdos que ya permanecerán en el diario de lo maravilloso, en tu historia y en mis días. Pasan los años, pasan los meses, las semanas y los días, pasan las personas por la vida, unos se van, otros llegan y otros permanecen. Pero la unión de lo que realmente importa es lo único que está fijado en la piedra de la muralla de cada uno de nosotros. Papá, Amanda, en el fondo, también nos habla de ello: no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida.
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