20/01/2021
 Actualizado a 20/01/2021
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«Y esta nieve borra esquinas y borra sombras, pues hasta de noche alumbra». Escribía Unamuno de la nieve, sin embargo, él ni aburría ni era amigo de obviedades. No, no vamos a hablar de la nieve.

Siddharta fue el hijo de un rey. Su madre murió a los siete días del parto. Su padre quiso protegerlo de todo lo malo. Le construyó un palacio –otros dicen que fueron tres– y lo encerró en él, dejando fuera al mundo. Fue un encierro dorado y de delicias. Pero, como todos los muros, estos también despertaron en el joven príncipe las ganas de saltarlos. No tuvo que saltarlos, había una puerta. Acompañado por un sirviente, un día salió y se encontró con un anciano. Hasta entonces desconocía la vejez. Otro día al salir furtivamente vieron a un enfermo. Nunca antes había conocido la enfermedad. En otra escapada descubrieron un cadáver abandonado en el suelo. Es la muerte, le dijo el siervo. Vejez, enfermedad y muerte, el rey había pretendido librarle de ellas ocultándoselas. Una especie de táctica del avestruz a la inversa, igual de ridícula e inútil que la original.

La nieve que, al ocultar, desvela, la que, al cubrir los perfiles hasta borrarlos, ‘alumbra’. Nieve que trae luz sobre aquello que no queríamos ver, que se nos oculta y, oculto, nos engaña, pero no nos libra de ello. La nieve que es manta para calles y aceras, para flores y comida de los gorriones pero que, sin embargo, es espejo multiplicador en el que se refleja la basura, nuestra basura.

Ha ocurrido en Madrid y ocurre en cualquier otro lugar en el que nieve y no puedan pasar los basureros a retirar nuestros despojos. Acostumbrados a no verla, creemos que no existe, que no es nuestra, que no la producimos. Acostumbrados a bajarla a la puerta de casa, casi a escondidas y en pijama, y al no verla luego a la mañana, la creemos un mal sueño, una pesadilla que desaparece al despertar, que no es real. Pero es real, ahí ha estado todos estos días precarios, la hemos podido ver y hería más que el hielo y la blancura. Nos la ocultan, se la llevan en camiones de noche y creemos que no existe. Pero, como la enfermedad, la muerte y la vejez, no nos libramos de ella. Es más, al no verla, al no creerla, producimos más. Más basura. Más mierda. Merecería la pena la nevada y sus estragos si nos sirviera de lección, de evidencia de todo y cuánto manchamos, enterramos, no queremos ver.

Y la semana que viene, hablaremos de León.

¡Felicidades Tomi!

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