17/03/2018
 Actualizado a 09/09/2019
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Me cuenta un buen amigo que su hija de once años sufre acoso escolar y que están desesperados. El colegio, concertado por cierto, que me encantaría citar, pero no estoy autorizado, para no enredar más el asunto y porque tiene miedo, ya que su familia está también escolarizada allí, y ya sabe que puede haber represalias. No es la primera vez, ni será la última. Los malos directores existen, como existen los malos toreros esos que cuando vas con un niño con problemas, te invitan a que vayas a otro colegio, así sin anestesia y en algunos casos hasta con chulería, porque saben que la administración, la que pagamos todos y de la que reciben la subvención, va a mirar hacia otro lado y ellos no, ellos no recibirán represalias.

La niña sufre acoso escolar simplemente por ser una buena estudiante, por sacar sobresalientes y le gusta la música. Por ser lista, empollona, sapientina… llámenlo como les guste, por tener unos padres normales y por ser responsable. Y como premio por hacer bien las cosas, la comunidad educativa le invita, siempre indirectamente, a que se mude de colegio a la otra punta de la ciudad, porque los responsables y los padres de los otros niños no están a la altura.

Y no están a la altura porque estamos en una sociedad de mierda, vergonzosa y carente de valores, irrespetuosa, e indigna.

Hace ya unos años tuve la ocasión de presenciar en urgencias una conversación entre un padre y un médico. El doctor le explicaba al señor, que su hijo se había bebido más de media botella de Ron Pálido y por ese motivo estaba allí, recuperándose del lobazo. Este hombre, que claramente tenía poca noche encima, se negaba a aceptar que su vástago estuviera allí en una silla de ruedas con la lengua fuera como un ‘mamao’ cualquiera. Pues bien, tal era la sinrazón del padre que los que estábamos allí presentes, que no ‘mamaos’, tuvimos que hacerle ver que a su hijo no le había sentado mal la hamburguesa del Copos, sino que se había cogido una trompa como un piano. Pero nada oye, que ni así, se fueron para casa, uno con resaca, y el otro pensando que los amigos malos de Pinocho le habían echado el ron en la coca cola, a escondidas, mientras iba al baño.

Este es el perfil de padre que se niega a reconocer que su hijo es un auténtico cabrón, que posiblemente quede con otros para pegarse en un parque o se mofe de un sordo por el mero hecho de serlo. Padres que no aceptan que sus hijos allá donde van, hacen el mal, seguramente porque tienen miedo a plantearse su fracaso como padres y la decadente educación que le han dado a sus hijos.
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