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Almacenes Rabanillo

11/09/2022
 Actualizado a 11/09/2022
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Mi padre me dio el otro día una bolsa de plástico de Almacenes Rabanillo. No sé para llevar qué, pero sí que recuerdo la magdalena de Proust que se me abrió entonces: ‘Almacenes Rabanillo, chándal de niño por 500 pesetas’, como repetía, burlón, mi colega Álvaro cuando teníamos 12 o 13 años.

En la bolsa aparecían las dos direcciones, la de Capitán Cortés y la de la Rúa, junto a dos números de teléfono sin el 987 delante. Estuve mirando en Maps a ver qué hay ahora, y eran dos tiendas como de ‘outlet’ o de productos diversos a cuatro perronas. Me acordé del proyecto ‘L Mayúscula’, que intenta recuperar el patrimonio de rótulos y gráficos de León. Y de todos los comercios que formaron parte de nuestro relato vital. Por ejemplo, Lobato. O semillas López, donde me compré la primera prenda de mi elección sin mi madre de intermediaria, unas Air Jordan con el dinero de los cumpleaños y el de ayudar en el estanco de mi tía. Todo eso está ahora más muerto que Kennedy: pasé por Azabachería y vi la tienda vacía, aquel paraíso en la Tierra desierto, sin nada que vender ni nadie con el que departir en la transacción comercial.

El capitalismo agoniza, sí, pero lleva estirando la pata demasiado tiempo. Y entre medias unas cuantas generaciones de gente rica van pasándose el voluminoso patrimonio de padres a hijos y nietos. Pero luego hay otros negocios a los que el signo de los tiempos arrasa como un tsunami. No tengo información (agradeceré cualquier dato al respecto), pero estoy seguro de que Rabanillo producía en fábricas de la zona y no en China o en algún otro lugar en el que los empresarios de ahora externalizan la producción.

Fui a Botines, a una de las visitas teatralizadas, y además de estar a punto de perder una muela en una extracción sin anestesia (bravo ahí para Chaguaceda y el resto de los protagonistas), conocí muchas cosas del comercio de hace 130 años. Entre ellas no estaba que los ricos siempre serán ricos, y que no hay nada que hacer al respecto, pues es una de las cosas que uno aprende más pronto y que más mala sangre hacen si no se sabe bregar con ellas desde el principio. Pero al escuchar esas historias de telas al lado de bonos bancarios pensé en el ciclo de ascensión y caída de los comercios. Y en lo necesario que es el curro de ‘L Mayúscula’, no sólo fotografiando los comercios, sino también aportando contexto e historia de quién habitó allí, qué cosas se vendieron y cuándo el empuje de los tiempos arrasó su modelo de negocio. Ojalá este miserable texto sirva para que Almacenes Rabanillo reviva en los buscadores de la Red. Por si acaso, lo vuelvo a escribir otra vez: Almacenes Rabanillo.
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