Almacenamiento casi lleno

El mensaje me llega al correo electrónico. Es excesivo el símbolo de peligro, un triángulo con un signo de exclamación, para decir simplemente esto: «Tu almacenamiento de OneDrive está casi lleno». Soluciones, dos: ampliar el almacenamiento o eliminar los archivos que ya no se usan.

No quiero pensar demasiado, me agobia esa carga de bytes: elijo el borrado de los archivos. ¿Qué habría en ellos, qué fotos, qué documentos, qué nada, qué todo? No lo sé, no quise saberlo. Lo que sea ya no está, olvido digital sumado al propio olvido que ya existía. Más espacio, no sé ni para qué.

Conversación en la terraza de un bar, pequeños soles reflejados en el círculo marrón de los vasos con café, concierto de cucharillas, azúcar derramado. Algunas de las personas alrededor de la mesa hablan de que empiezan a evitar las noticias, esa avalancha que sólo huele a desgracias y a incendios. Es, también, un aviso de almacenamiento casi lleno. De nuevo, las mismas soluciones: ¿ampliar el almacenamiento o eliminar archivos?

En la bandeja de entrada del correo electrónico de los cerebros van entrando palabras e imágenes terribles. Se enquistan en bytes, en píxeles, en ondas que quedan resonando en el aire como látigos. Un mes de guerra en Ucrania. Y ya aparecen titulares con flores venenosas: armas químicas, armas biológicas, armas nucleares.

En la bandeja de entrada, también el Sáhara, con una no-solución que no cuenta con nadie, pura arena verbal. Y el alza de la gasolina y del diésel, de la luz, de las protestas, de las huelgas, de los paros en fábricas.

Almacenamiento casi lleno y aun así. Aun así, como escribe César Vallejo, hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir. «Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga», dice Vallejo.

El sol, el café, la conversación. Quiero tener siempre un pie en ese oxígeno y otro en las cosas que pasan. Y saber siempre. Y ahondar siempre. Ante esa bandeja mental que no deja de llenarse, esta decisión: ampliar almacenamiento. Mientras pueda.