14/01/2020
 Actualizado a 14/01/2020
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La llegada de un nuevo gobierno siempre suele ser una incógnita, si bien para algunos es un motivo de esperanza y para otros de inquietud. Se supone que quienes con sus votos han apoyado al grupo mayoritario, los que forman coalición con él o los que han facilitado su investidura, confían en que merece la pena haberlos votado. Por supuesto, se entiende la alegría y emoción, lágrimas incluidas, de quienes han alcanzado el poder.

No faltan quienes sienten una honda preocupación por España y por ellos mismos, pues no ven nada claro el futuro, en manos de aquellos a quienes solamente importa el sillón o de aquellos a los que les importa un comino la gobernabilidad de España y que a su vez han apoyado al nuevo gobierno.

A juzgar por las promesas de quienes ahora nos gobiernan España será como ‘Alicia en el país de las maravillas’. Se supone que sus votantes confían en que aumentará el estado de bienestar, habrá más puestos de trabajo, los salarios más bajos subirán, se equilibrará la riqueza, aumentará el rendimiento escolar, todos tendrán un sueldo digno, aunque no trabajen, las medicinas serán gratis para todos, habrá menos violencia y delincuencia... Tal vez quienes viven en modestos pisos en Vallecas piensen que tendrán más facilidades para vivir en urbanizaciones de ricos… O sea, que todo irá sobre ruedas como consecuencia de tener un gobierno progresista.

Otros, presumiblemente ‘fachas’ o al menos de derechas, vaticinan poco menos que el Apocalipsis. Piensan que España se romperá o que al menos aumentará la desigualdad e insolidaridad entre las distintas regiones, que aumentará el paro dado, que al incrementarse el gasto nos empobreceremos, que muchas empresas se verán abocadas a cerrar, que se ahuyentará la inversión extranjera, que se abrirán viejas heridas y divisiones entre los españoles, que los medios de comunicación se verán amenazados por una nueva censura, que la justicia perderá independencia, que la libertad religiosa y de enseñanza estarán bastante limitadas y condicionadas por el arbitrio gubernamental, y, en fin, que habrá menos libertad para todos, con excepción de los delincuentes.

Alguien ha dicho que lo importante es tener razón y que de lo demás se encargará el tiempo. Pues bien, el tiempo nos dirá quién tiene o no razón. Pero lo peor de todo esto es que cuando se descubra sea muy difícil la vuelta atrás o la recuperación del tiempo perdido. Y, peor aún, que no tengamos capacidad de detectar el problema.
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