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Alguien espera en el andén

11/01/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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Comentar, en la entrega anterior, la foto del primer nacido del año quiso ser un canto a la vida preñado de esperanza. Confío en que nadie llegara a pensar que esa esperanza era un salvoconducto para poder dedicarse a los propios intereses y beneficios. No reclamaba mi escrito una esperanza ‘narcisista’, justificada hoy por muchos y vivida por muchos más. Maestro tienen. En los traqueteantes años ochenta del siglo pasado se oía en las cátedras: «La moral se reduce a la idea de que ‘hay que ser feliz y que no está dicho cómo’... ¡Vive feliz! Es el único imperativo categórico». Raquítica esperanza sería. Ni Dios ni el otro interesan. «Yo... a lo mío», sería su máxima operativa.

Tampoco buscábamos justificar una esperanza intraterrena sin más, que se entregara esforzadamente a acabar con el subdesarrollo, el desempleo, la marginación, la exclusión. ¿A trabajar por hacer un mundo mejor? No les gusta a los defensores de este modo de pensar y de hacer, meramente ‘temporalista’, esta formulación; prefieren que se aluda a un mundo más libre y más justo, con lo que evitan las posibles referencias a una ética cristiana que sobrepasa la libertad y la justicia. Actuar así no sería poco, porque consistiría en vivir para el otro. Pero, nunca debería ser una reacción ácida contra una fe religiosa concebida como alienante y en la que Dios sería antagonista del hombre y la religión opio del pueblo.

Nuestra alusión a la esperanza iba mucho más allá. Quería entrar en profundidad en los sentidos de la palabra. Con una frase tomada de una de las postales de estos días navideños podría entenderse mejor: «Mantengamos vivas las esperanzas y la Esperanza. Razones tenemos». Quedarnos en las primeras es el único objetivo posible cuando falta el sentido trascendente de la vida, la fe religiosa. Irnos en exclusiva a la segunda sería la finalidad propia de quien desprecia este mundo, se inhibe de las preocupaciones terrenales y actúa movido solo por una falsa espiritualidad. Hace falta una síntesis que conduzca a descubrir que lo pequeño y caduco de cada día está fecundado de consistencia y eternidad.

Estas reflexiones me han surgido ante la muerte inesperada de un amigo. A la cosa pública dedicó sus esperanzas y de la Esperanza recibió sus estímulos. Experimentó que era mejor viajar lleno de unas y de Otra que andar calculando los kilómetros que faltaban para llegar. Por eso, con toda seguridad, hubo Alguien que, con una sonrisa paternal, le estaba esperando en el andén de la estación de la paz.
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