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Alguaciles de pobres

23/11/2019
 Actualizado a 23/11/2019
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No se por qué me llevé mal rato. Al fin y al cabo ellos no tienen la culpa de nada. Son fruto de una sociedad acomodada que a modo expurgatorio examina a los pobres con la implacable mirada del que sospecha de todo y de todos. Seguramente estén acostumbrados a escuchar que hay que ganarse las cosas y que los que están en la calle no supieron encauzar su vida por lo que merecen lo ocurrido. Tal visión es consecuencia de esa aséptica desvinculación que mira con recelo a cualquiera que no sea de mi clan o que se acerque a mi sin reportarme beneficios. Les hemos educado así. En un individualismo y apatía excluyentes que ha generado desconfianza ante el otro. Parece que hemos renunciado a esa interdependencia tan característica del ser humano y que nos configura como comunidad. Hablamos de globalización, sí. Pero no la practicamos de facto. Prima nuestro consumista y despreocupado bienestar frente al foráneo desplumado que amenaza con su sola presencia.

Hay 4, 1 millones de personas en exclusión social en España. Pero esos no cuentan porque no votan. Están al margen. Descartados.

Aprovechando la jornada de los pobres convocada por el Papa Francisco, acababa de ponerles un documental de sensibilización elaborado por Cáritas sobre las personas sin hogar titulado Puzzle. Rodado en Madrid, refleja la realidad de una serie de personas que duermen a diario en la calle. Se suceden las historias de adicciones, abandonos, alcoholismo, desempleo, falta de apoyo familiar. Historias de desgarro y desamparo. Uno de los indigentes realiza una lúcida reflexión: nosotros también formamos parte de la sociedad, sin nosotros al puzzle le faltaría una pieza y estaría incompleta.

Al dialogar sobre el audiovisual comenzaron sus invectivas mientras yo pensaba si debía frotarme los ojos o tal vez eliminar el tapón de cera que cegaba mis oídos. Adolescentes que parecían ciudadanos acomodados hablando desde el sillón de un despacho mientras se fumaban un puro con los pies sobre la mesa. Todo eran reproches y recriminaciones ante el pobre pobre.

En la segunda parte del Quijote, siendo ya Sancho Panza gobernador de la Ínsula Barataria y metido en harinas reformadoras, preocupado por tanta presencia menesterosa en su reino, decidió crear una institución llamada alguaciles de pobres, «no para que los persiguiesen, sino para que los examinase si lo eran, porque a la sombra de la manquedad fingida y de la llaga falsa, cuidan los brazos ladrones y la salud borracha». El leal escudero podría haberlos reclutado, durante aquella clase, de entre mis queridos mancebos.
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