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Algo quiere la coneja...

14/05/2015
 Actualizado a 12/09/2019
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Gandalf tiene la mirada esquiva y la escucha atenta. Le gusta la comida recién hecha, el agua fresca y las frutas deshidratadas, sobre todo el plátano y el coco. No es amigo de las multitudes y prefiere la compañía amable y franca. Es un gran acompañante, propenso a las conversaciones en confianza, aunque a veces se tome tantas que se le escape alguna flatulencia incómoda y mire para otro lado para comprobar si huele.

En esto me recuerda a los políticos estos días. No en lo de la intimidad, de sobra sabemos que estos son más partidarios de grandes mítines cargados de promesas vacías, sino en el tema de las cagadas. Si bien es cierto que ellos ahora se están despachando a gusto y que los demás tendremos que esperar cuatro años para que los petardos nos den en la nariz, también hay excepciones, como la del señor Herrera. Sus bombas fétidas las llevamos oliendo tiempo y aunque alguno se queje, como los mineros en Ponferrada, parece que a otros les gusta seguir oliendo a mierda.

Pero dejando a un lado los temas escatológicos y las perfumadas elecciones, les hablaba de Gandalf. Él sale corriendo de cualquier lugar si escucha la llamada a la mesa y muerde si le quitan la comida. Una de sus ‘virtudes’ es la tenacidad y acostumbra a correr en círculos a mi alrededor cuando no le hago caso. Lo hace por dos cosas: quiere comida o que le rasquen la barriga. Por contra, cuando soy yo la que le busca, se hace el loco y si te he visto, no me acuerdo. ¡Vaya! En esto también se da un aire a nuestros políticos. Fíjense en Rajoy, más de tres años escondido tras un plasma y de un día para otro se atreve con la bicicleta.

En fin, este del que les hablo tiene orejas puntiagudas, rabo y paletos afilados. Es mi conejo mascota, el presidente de la república independiente de mi casa. Sé bien de lo que les hablo si digo: Algo quiere la coneja cuando mueve las orejas.
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