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Algo de Cerezales

12/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Cerezales es un mundo de ideas antagónicas que encajan para crear armonías. El atardecer es el mismo que sería si la Fundación no existiera, pero sobre los discretos pabellones adquiere otro poder, otra visión, otra sensación. El majestuoso final del día, con las nubes poniendo a cada uno en su sitio, tira de la mirada de los miembros de la tribu que allí se reúnen, a los pies de los pinos, para celebrar la vida. Como si las nubes fueran el clown Cheung Chun-fai y los espectadores sus títeres, levanta sus cabezas hacia el cielo y se les cae la mandíbula en un oh coral. Artesanas son esas nubes capaces de imprimir a los ojos de sus marionetas el fulgor de la belleza extasiante. Y a tenor de las caras, la función concebida para los niños parece entretener y sanar aun más a los mayores. La admiración vira de los títeres al titiritero hecho río, nube, hierba, que emana tranquilidad y buen humor. Se disipa el dolor y se aplazan las razones de la reunión previa ante el fuego de María Sánchez, que trajo sus letras a Cerezales, de la mano de la ganadera Charo García y el profesor Gabriel Villota. Al cobijo de ‘Tierra de mujeres’ discutimos cómo aplacar a esa bestia que recorre impune los pueblos. A la bestia y a quien la soltó. Y se hizo una voz de muchas voces, algunas desdiciendo a las anteriores, pero todas con el mismo fin.

Son perspectivas diferentes porque no todos los rurales –el secano y el regadío, el marino y la montaña– requieren las mismas soluciones. Tampoco se deben despreciar, concluimos, los intersticios por los que nos deslizamos quienes vivimos a caballo entre el corral y la oficina. En Cerezales ya se dijo hace unos años que no todos iban a salvarse y que tampoco había razón para ello.

Pero esa posible salvación, ese final, sea como sea, llegue cuando llegue, llevará algo de lo mucho que se está viendo Cerezales.
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