18/09/2020
 Actualizado a 18/09/2020
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Escribo esto desde una aldea en la Cordillera Cantábrica. Diviso enfrente un bosque de hayas y castaños, anochece y se escucha el canto del cárabo. El aire huele a menta y a estiércol de oveja. Pequeño zar –mi hijo de siete años– aún no ha vuelto a casa. Uno de los vecinos le ha tallado una cacha, de un texu, me explica, y juega a ser un abuelito por las empinadas callejuelas –tres– de la aldea. Sobre la mesa hay un tupper con agua, donde flotan dos tritones y un renacuajo; más allá, una montaña de setas que recogió en el bosque esta mañana. Cada día trae un puñado de avellanas. Ahora está a la búsqueda de arándanos, que crecen por doquier. Anoche cuando llegamos, la carretera estaba cuajada de salamandras amarillas como un camino mágico.

Escribo y describo esto solo para deciros que cuando lo leáis, ya no estaré en la aldea, ni cantará el cárabo ni sonarán los cencerros de las ovejas. Estaré en Madrid, a donde habré vuelto después de medio año entre La Bañeza y esta aldea asturiana.

¿Qué sucederá? ¿se contagiará pequeño zar en el colegio? ¿me contagiaré yo? ¿podré abrazar a mis amigos? ¿podré sacar libros de mi biblioteca favorita? ¿podré nadar en la piscina? ¿podré ir a alguna exposición? ¿sobreviviré al solitario teletrabajo? ¿podré presentar mi nueva novela en persona o será todo virtual? ¿podré firmar ejemplares? ¿seguirá la gente comprando libros en las librerías o Amazon ha llegado para llevarse todo por delante?

Y ¿dónde pasearé? ¿dónde estarán mis bosques y mis prados y las riberas de mis ríos?

Esta crisis sanitaria me ha partido por la mitad. Ha aireado mi parte más rural, que estaba dormida, pero sin destruir la parte urbana. Todo lo fascinante que tiene Madrid, una ciudad que me ha acogido y me ha dado tanto, no está olvidado. Me gustaría recuperarlo. El problema es que el Madrid al que vuelvo no es el mismo que el que dejé. Ahora es una ciudad de riesgo. Donde campa el virus a sus anchas. Donde hay que avanzar con un cuidado extremo. O algo así. O algo así leo en los medios. Yo quiero volver a la ciudad alegre, que bulle, que explota, donde hay un negocio nuevo en cada esquina. Donde mis vecinos se toman el vermú en el descansillo de la escalera. Donde he sido muy feliz, he aprendido mucho, he conocido a grandes amigos. Quiero esa ciudad y quiero a esa ciudad. Pero, esa ciudad, ¿existe todavía?
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