Alcanzar el Olimpo se hizo de rogar

Manolo Martínez recibió casi una década después la medalla de bronce que consiguió en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, el concurso de peso más icónico de la historia

Jorge Alonso Macía
29/03/2020
 Actualizado a 29/03/2020
Manolo Martínez en uno de sus lanzamientos en Atenas 2004. | RFEA
Manolo Martínez en uno de sus lanzamientos en Atenas 2004. | RFEA
Los Juegos Olímpicos son siempre un sensacional semillero de grandes historias deportivas, un generador inigualable de héroes que más conocidos o menos, por unos días se meten en todas las conversaciones. El 18 de agosto de 2004, quinto día de los Juegos Olímpicos de Atenas, España se sentaba delante del televisor a primera hora de la tarde para empujar a un leonés, Manolo Martínez, hacia la segunda medalla nacional en los Juegos del regreso a los orígenes. Y nunca mejor dicho.

Porque el concurso de peso fue la única prueba de aquellos Juegos que se celebró en las ruinas del estadio de la Antigua Olimpia, allí donde nació el movimiento olímpico y donde se coronaba con una rama de olivo a los mejores. Todo, desde el escenario hasta los rituales, en aquella competición que siguieron en directo más de 10.000 personas estaba encaminado a recordar esos primeros Juegos, lo que sin duda no pasó de largo para los competidores.

«Creo que es la competición de peso más emblemática de la historia, quizás no por el nivel porque en este último Mundial de Doha cuatro lanzadores estuvieron entre los 10 mejores de la historia, pero sí por carga emotiva y ese punto de romanticismo», asegura Manolo, que recuerda casi cada paso que dio en Olimpia: «Nos llevaron a calentar a la palestra –donde entrenaban entonces los deportistas candidatos a los Juegos – e hicimos el mismo recorrido que hacían para entrar al estadio, cuando lo hice yo por la mañana antes de la clasificación lo hice llorando, se nota esa energía única».

Una excitación poco habitual para un lanzador de peso que a punto estuvo de pagar el leonés, que reconocía llegar «en un estado de forma suficiente como para soñar con ser campeón olímpico» y que logró meterse en la final en el último lanzamiento (20,37 metros) de la clasificación: «Solté tanta rabia y tanta tensión en ese último intento que le pegué una patada al suelo que me supuso una pequeña fisura en el calcáneo, por suerte teníamos un buen fisio y no lo noté en la final».

Atenas es mi mayor logro deportivo y mi mayor fracaso, tenía condiciones para ser campeón olímpicoUna final hacia la que se giraron los ojos de medio mundo y en la que, una vez superada la impresión del escenario y su mística, las cosas comenzaron bien para el leonés, que en su primer lanzamiento logró un 20,70 que le tuvo en las medallas durante un par de rondas, si bien a pesar de estar en todos sus intentos por encima de los 20 metros, no alcanzó en ninguno los 21 en los que estaba el podio: «Había mucha gente, muchos amigos, muchos españoles que se habían acercado a animarme y empecé bien, pero a partir de ahí no encontré la técnica y teniendo la medalla en la mano no la pude conseguir». Su mejor lanzamiento fue el quinto, con 20,84, lo que le dejó en un cuarto puesto que «en aquel momento era el mayor fracaso de mi carrera deportiva, tenía condiciones suficientes como para ser campeón olímpico porque de hecho tres semanas después estuve en esas marcas».

Recibí la medalla de bronce con alegría, para nada con enfado o con reproches al tramposoSin embargo, nada menos que más de ocho años después una llamada lo cambió todo. La Federación Española de Atletismo, de la que era responsable de lanzamientos, le comunicaba que el COI le retiraba por dopaje la medalla de oro al ucranianoYuriy Bilonoh, por lo que el leonés pasaba a llevarse el bronce olímpico. «Fue toda una sorpresa ya después de muerto, como digo yo», reconoce Martínez, que asegura que en aquel momento «podías sospechar de todos o de nadie, no tenía ninguna razón para hacerlo porque Bilonoh no se caracterizaba por tener conductas habituales de gente que hace trampas como desaparecer un tiempo y luego volver, era un competidor regular, con marcas homogéneas, pero al final lo que se lo permitía hacer era lo que sirvió para pillarle, el hecho de ir probando con medicamentos indetectables hasta un momento e ir cambiando cuando lo conseguían hacer».



La medalla sellaba «la única herida que tenía abierta en mi carrera, era el único reproche que me podía hacer junto a quizás el Mundial de Edmonton en 2001, cuando estuve bien lo hice bien y cuando estuve mal no salvo en esas dos ocasiones». Es por eso que reconoce que recibió la medalla «con alegría, ni mucho menos con enfado o con reproches al tramposo».

Por eso, califica aquellos Juegos como «la ambivalencia absoluta, mi mayor logro deportivo y mi mayor fracaso, una sensación agridulce». No ocupa por tanto esa medalla de bronce que recibiría finalmente en diciembre de 2013 un lugar especial en su casa «también por una cuestión práctica, doy muchas charlas en colegios y siempre me piden que la lleve, no tendría mucho sentido enmarcarla o algo así».

Muchas han sido sus ocupaciones desde su retirada, transmitiendo ahora sus conocimientos a sus muchos pupilos, a los que estos días guía desde sus respectivas casas: «Con todo cerrado y sin salir de casa es complicado entrenar bien, aunque no imposible si tienes un jardín y te puedes crear una pequeña zona de lanzamiento y un mini gimnasio, pero se hace lo que se puede, entrenamiento de guerra, muchas autocargas, ejercicios de técnica... esto va para largo y hasta que no haya una vacuna viajar fuera va a ser para lo estrictamente necesario y en eso no entra la competición deportiva».
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